Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


viernes, 6 de mayo de 2016

MAYO, MES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARIA


Cuando se aproxima el mes de mayo, muchas propagandas empiezan a circularse en muchos canales de televisiones para recordarle a la gente la importancia de dicho mes. En numerosos países, mayo es tradicionalmente conocido como el mes dentro del cual se celebra el día de la madre.  Por tal razón, es considerado como el mes más bello y más esperanzador. Para los cristianos católicos, es el mes más bello como María es la mujer más bella que ha existido en el planeta.

 El beato Pablo VI en la carta Encíclica “Mense Maio”, atribuye de manera impresionante lo bello de este mes a la virgen María. Según él, “el mes de mayo es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazon de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia.”[1] No se puede afirmar que los cristianos católicos muestran su sentido de veneración a la Virgen María únicamente en el mes de mayo, sino que lo especial de este mes es que, toda la Iglesia pone su atención a la contemplación del papel de la madre de Dios en la historia de nuestra salvación. Para ello, el mes de mayo es tiempo de intensificar nuestras oraciones a Dios a través de María por las necesidades propias y las del mundo entero. Es tiempo en el que la Iglesia invita a todos los fieles a interiorizar e imitar las virtudes de María  tanto a nivel personal como comunitario. Así que, el rezo del rosario se vuelve muy importante durante este mes. A través de la contemplación de diferentes misterios del rosario, María nos trae a Jesús a nuestras vidas como lo trajo al mundo durante la Encarnación.

Es importante tener en cuenta que, desde la edad media se consagró el mes de las flores a la madre de Dios con el fin de rendirle culto a las virtudes y belleza de la santísima virgen María. Sin embargo, vale precisar que el mes de mayo es también una sustitución cristiana de las solemnidades paganas del mes en honor de la flora. De hecho, todo el mes de mayo estaba consagrado a la diosa romana de las flores llamada “maia”, madre de vegetación y florecimiento, de cuyo nombre deriva el mes que universalmente llamamos mayo.

Ahora bien, ¿por qué María es tan especial para los cristianos católicos en el mes de mayo? Lo especial de Ella se halla en su trascendentalidad en la Iglesia y en la historia de nuestra salvación tal como se muestra a continuación:

María es camino seguro que conduce a Cristo.
Fuera del amor que los cristianos católicos le tienen a la madre de Dios, ella es considerada siempre como camino seguro y corto que nos lleva a Jesús. De hecho, muchos cristianos católicos popularmente certifican esta certeza con este refrán: “A Jesús por María.” Quiere decir, para llegar a Jesús de manera segura, es importante pasar por su Madre. El papa Pablo VI en su carta Encíclica Mense Maio claramente atestigua esta realidad al afirmar que “todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María si no un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí abajo tienen el deber y experimentar sin cesar la necesidad de dirigirse como a puerto de salvación y fuente trascendente de vida?”[2]

María es un camino intermediario a través del cual el Salvador del mundo nos llega y nos concede favores todos los que acudamos a Él por medio de su Madre. Es preciso recordar la intervención de María durante las bodas de Caná con sus palabras intercesoras: “Hagan lo que Él les diga.” (Jn 2:5). Ella dirigió esas palabras consoladoras y esperanzadoras a los sirvientes de la boda en el momento tan difícil, tan estresante, y tan dilemático por la carencia del vino, bebida que alegraba la vida en cualquier boda judía. Esas palabras de contienen todo el anhelo, la vivencia y la misión de María, es decir, conducirnos a la identificación con Jesucristo.

María es el camino por excelencia hacia Jesucristo. El camino por el que Cristo llegó al hombre debe tambien ser el camino por el que nosotros llegamos a Cristo. Cristo vino a nosotros a través de la virgen María. Por eso, le damos a María un lugar privilegiado en nuestra vida y confiamos a Ella nuestra entrega y donación en el seguimiento de Jesucristo. Si la amamos, tambien amamos al Salvador del mundo porque Jesús y María son inseparables. Los santos aprueban con su vida la importancia de pasar por María para llegar a Jesús. Pues han sido hombres y mujeres con gran devoción a Ella y muchos se han consagrado a Ella para que su Hijo les condujera a la santidad.

María, modelo de oración
La santísima virgen María es educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios. Ella oraba sin desfallecer y la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración (Lc 2, 19-51). En el cenáculo ejerciendo su función maternal, se reunía con los apóstoles y discípulos de su Hijo, perseverando con ellos en la oración ensenándoles a disponer sus corazones para acoger el Espíritu Santo, Don prometido de Jesucristo (Hech 1, 14). En este sentido, María es Maestra de oración y ejemplo de cercanía a Dios.

Así que, no hay lugar a dudas que el mes de mayo es tiempo de intensa y confiada oración a Dios de parte de nosotros por medio de María. La oración no es otra cosa que la relación personal de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones[3]. Normalmente es el dialogo entre Dios misericordioso y el ser humano que reconoce a Él como su creador. En resumen, la oración tiene que ver con caminar en la presencia de Dios,  escuchar y obedecer  su voz que suena en la consciencia del ser humano.

 En este mes, los cristianos católicos acuden frecuentemente a Dios a través de María por medio del Rosario. La virgen María siempre juega el papel de mediadora, aunque este rol no quita nada ni agrega algo  a la eficacia de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres (LG 62; 1Tm 2:5). Acerca de esto, el Concilio Vaticano II precisa que, la santísima virgen María “(…) continua alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrina, se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Eso explica el por qué la Bienaventurada virgen María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (LG 62).

Al tener en cuenta que la santísima virgen María es camino corto y seguro hacia Jesús, los fieles católicos acuden a Ella con frecuencia con el motivo de conseguir favores del Salvador del mundo. Ella es intercesora por antonomasia por la Iglesia y por todo el pueblo de Dios salvado por su Hijo. Se acude a Ella, entre otras cosas, para poder combatir el pecado, superar los dilemas que se presentan en el diario vivir de la existencia humana, mantener la fidelidad a su Hijo y obtener la conversión. Todo ello, hace que el mes de mayo sea especial para la Iglesia que peregrina aquí en la tierra.

María, paradigma de fe
María es ejemplo de los que escuchan la Palabra de Dios  con un  corazon generoso y dan fruto con perseverancia (Lc 8, 15). Se ubica la fe de María en el marco de la escucha de la Palabra de Dios. Ella puso su confianza en Dios y colocó su porvenir en las manos del Todopoderoso para que en Ella se cumpliera su voluntad. Podemos decir que la fe impulsó a María a vivir la Palabra de Dios al pie de la letra. En la Encíclica Lumen Fidei, el papa Francisco hace hincapié en la fe inquebrantable de la madre de Dios al explicar que “en la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María y ella la acogió con todo su ser, en su corazon, para que tomase carne en Ella y naciese como luz para los hombres.[4]

En la actitud de fe de la Santísima Virgen, se ha concentrado toda la esperanza del Antiguo Testamento en la llegada del Salvador. Vale decir que “en María (…) se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva.[5]” Al igual que Abraham que dejó su tierra confiado en la promesa de Dios, María se abandona con total confianza en la palabra que le anuncia el Ángel, convirtiéndose así en modelo de todos los creyentes y salvados por su Hijo.
No hay duda de que, por la fe la santísima virgen María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios (cfr. Lc 1, 38). En la visita a santa Isabel entonó el canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Junto con san José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Esos episodios muestran que la Virgen es la mejor maestra de la fe, pues siempre se mantuvo en una actitud de confianza y de visión sobrenatural. Ella guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón (Lc 2, 19). Su camino de fe, aunque en modo diverso, es parecido al de cada uno de nosotros: hay momentos de luz, pero también momentos de cierta incertidumbre respecto a la Voluntad divina: cuando encontraron a Jesús en el Templo, María y José no comprendieron lo que les dijo (Lc 2, 50).
 Ahora bien, ¿Cómo responder siempre con una fe tan firme como María, sin perder la confianza en Dios? La respuesta es sencilla: imitar sus virtudes. La imitación de las virtudes de María es tratar de que, en la vida de cada creyente esté presente esa actitud suya de fondo ante la cercanía de Dios. Al igual que Ella, procuremos reunir en nuestro corazón todos los acontecimientos que nos suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad de Dios. María mira en profundidad y así entiende los diferentes acontecimientos desde la comprensión que solo la fe puede dar y solucionar los dilemas de nuestra vida. Imitar a María implica contemplar su vida con el ejemplo de una vida coherente que muestra la autenticidad y veracidad de nuestra vocación de seguidores de Jesucristo y de hijos de Dios.


[1] Pablo VI, Carta enc. Mense Maio, Librería Editrice Vaticana, 1965.
[2] Ibid., párrafo 2.
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, no. 534
[4] Francisco, Carta enc. Lumen Fidei, no. 58
[5] Ibid,.no.58

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