Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


jueves, 20 de julio de 2023

Actitudes misioneras según el beato José Allamano.

 

Preámbulo

Una actitud, se puede definir como la manifestación de un estado de ánimo o una tendencia a actuar de un modo determinado. Siempre las actitudes son alcanzadas y aprendidas a lo largo de la vida y adquieren una dirección hacia un determinado fin. Las actitudes son obtenidas con la experiencia y la obtención de conocimientos en cada suceso que compone la vida de un individuo. El misionero siempre debe tener algunas actitudes que le caracterizan en la vivencia de la vocación misionera a la que está llamado. Teniendo eso en cuenta, el beato José Allamano propuso algunas actitudes que cada misionero y  misionera de la Consolata debe tener. A continuación, me detengo a ellas de forma detallada:

Pasión misionera

La pasión misionera es sinónimo de ardor misionero o celo apostólico. Es el espíritu propio de un evangelizador y la característica propia de la nueva evangelización. De hecho, la evangelización es nueva por la pasión misionera de los evangelizadores. La Cuarta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, reitera claramente esta realidad: “El ardor apostólico de la nueva evangelización brota de una radical conformación con Jesucristo, el primer evangelizador. Así, el mejor evangelizador es el santo” (Santo Domingo, no. 28).

Es importante notar que la palabra ardor tiene que ver con quemar o arder. En este sentido, el ardor misionero es quemarse por Dios y eso significa estar apasionado completamente por Él y por su causa en el mundo. Por eso,  el ardor misionero debe ser al estilo del que devoraba a Jesús; el ardor por el Padre, por la gloria del Padre en la salvación integral de los hombres. Los evangelizadores con la pasión misionera están abiertos a la acción del Espíritu Santo, pues “el Espíritu Santo, además infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresia), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG, no.259). 

El beato José Allamano era un misionero totalmente apasionado por la causa de Dios. Era muy apasionado por el reino de Dios y su extensión a los lugares donde era desconocido. Según él, quienes son misioneros y misioneras deben poseer la pasión misionera como su carácter. No se trata de ser meros misioneros, sino misioneros con ardor apostólico. Dice él al respecto: “el ardor apostólico es el carácter propio del misionero y de la misionera. No se va a las misiones por capricho, o por turismo, sino únicamente por amor a Dios, que es inseparable del amor al prójimo. Por lo tanto, no sólo como cristianos, sino también, y mucho más, como misioneros, tenemos el compromiso de buscar la gloria de Dios colaborando en la salvación de las almas” (Así los quiero, p. 173). La pasión misionera surge de la convicción de que, el misionero y la misionera son colaboradores de Dios en su plan de salvación. Son instrumentos de Él y actúan en nombre de Él. Ser colaboradores de Dios significa que Dios se sirve de las personas para llevar a cabo su obra redentora en el mundo.

El beato José Allamano hace entender que, la pasión misionera está relacionada con la caridad. Para ello, “el verdadero apóstol es encendido por la caridad, es decir, por la pasión de hacer conocer y amar al Señor; buscar el bien de las personas y no de sí mismo” (Así los quiero, p. 175). El amor a Dios hace que haya celo por la misión. Ese celo es el fuego que enciende al misionero en su apostolado y sin ello, es difícil ser misioneros de verdad. Es por eso que “los que no arden de este fuego divino, ¡nunca serán misioneros o misioneras!” (Así los quiero, p. 175).

La pasión misionera está vinculada también con el saber. En este sentido, es muy importante estudiar para adquirir conocimientos necesarios sobre la misión. Cada época tiene sus desafíos. La ciencia de la misión ayuda a contextualizarla y mejorarla. Mejora la evangelización con nuevos métodos y nuevas expresiones. Así que, “nuestro compromiso apostólico, además, debe ser completado, perfeccionado por la ciencia. (…) debemos adquirir los conocimientos necesarios, sin esperar la ciencia infusa. (…) en las misiones también es necesaria la ciencia” (Así los quiero, p. 175).

Energía y constancia

Son actitudes propias de los evangelizadores. La energía evita los desánimos en momentos cuando los resultados esperados son escasos. Al respecto dice el beato José Allamano: “Más trabajo hay, más se trabaja; pero hay que trabajar con energía, que es característica del misionero. Un verdadero misionero y una verdadera misionera saben duplicar las fuerzas. Si somos activos, siempre tendremos tiempo para todo y hasta de sobra” (José Allamano, Así los quiero, p. 179). La energía misionera debe acompañarse con la fortaleza, pues el misionero y la misionera necesitan un alto grado de fortaleza: “¡El fin del Instituto es formar misioneros y misioneras heroicos! No hay infelicidad mayor que vivir en comunidad tibiamente. El Señor no favorece la pereza. En el camino de la perfección no debemos arrastrarnos débilmente, sino con energía!” (Así los quiero, p. 181).

Asimismo, es propio del misionero tener la constancia como actitud. La constancia misionera del que José Allamano habla tiene que ver con la estabilidad. Al respecto afirma: “Cuando sabemos que debemos hacer una determinada cosa, hay que hacerla hasta el final. Hay que saber dominarse, para ser siempre estables. (…) debemos servir al Señor con fidelidad constante y energética. Para formar a un verdadero misionero, a una verdadera misionera, se necesita espíritu y voluntad, constancia indefectible y equilibrio de espíritu “(Así los quiero, p. 182). Para ello, un misionero sin energía y constancia rara vez podrá crear un impacto evangelizador.

Espíritu familiar

El espíritu de familia es una característica peculiar de los misioneros y las misioneras de la Consolata. Los misioneros están llamados a amarse como hermanos y hermanas. Acerca de esto explica el beato José Allamano: Recuerden que el Instituto no es un colegio, tampoco un seminario, sino una familia. Son todos hermanos; deben vivir juntos, prepararse juntos, para luego trabajar juntos durante toda la vida. En el Instituto debemos ser una cosa sola hasta dar la vida los unos por los otros” (Así los quiero, p. 192). El espíritu de familia es el testimonio de la caridad del misionero que se manifiesta en estos aspectos: Alegrarse por las alegrías de los demás, sufrir con el que sufre, corregir los propios defectos por amor al prójimo y soportar los de los demás, y perdonar las ofensas.

El espíritu de familia es la convivencia diaria del misionero de la Consolata. Es la recomendación que José Allamano solía repetirles a sus misioneros de forma frecuente: “Quiero que vivan la caridad intensamente. No podrán amar al prójimo lejano si desde ahora no tienen caridad hacia aquellos con los que tratan todos los días. Si no basan sus vidas en la caridad fraterna, en ciertas circunstancias no sabrán superar dificultades, y se sentirán la tentación de pedir ser cambiados de casa, o de que cambien a tal hermano o hermana de la comunidad” (Así los quiero, p.186).

Espíritu de sacrificio

El espíritu de sacrificio debe siempre caracterizar a los misioneros y misioneras de la Consolata. El sacrificio de los misioneros se inspira  en la cruz de Jesucristo, pues Él  es el prototipo de cualquier sacrificio. No hay vida misionera sin la cruz y el espíritu de sacrificio. Lo reitera el beato José Allamano: “Es necesario que todos nos persuadamos de la necesidad del sacrificio para ser verdaderos discípulos de nuestro Señor. No olviden nunca que son apóstoles y que las almas se salvan con el sacrificio. En la vida apostólica hay muchas rosas, pero también tantas espinas, tanto físicas como espirituales. Algunos se imaginan el ideal misionero como algo muy poético, olvidando que las almas no se salvan sino con la cruz y desde la cruz, como lo hizo Jesús” (Así los quiero, p. 195). El espíritu de sacrificio debe acompañarse con la mortificación, pues los misioneros sin el espíritu de mortificación no pueden hacer mucho. Es necesaria la mortificación externa e interna para todos los anunciadores del Evangelio.

Paciencia, humildad y mansedumbre.

La paciencia, la humildad y la mansedumbre son actitudes indispensables para la vida misionera. La paciencia es una virtud que se debe practicar en cada momento. Esta virtud es sumamente importante porque “la mayor o menor paciencia en el misionero y en la misionera incide mucho sobre la conversión de las personas. Sin paciencia, no hay paz ni en el corazón, ni en la comunidad, ni en el mundo” (Así los quiero, p. 199). La humildad es otra actitud que cualquier misionero debe abrazar. Jesucristo es el ejemplo de la humildad que debemos imitar. La humildad es la manifestación de la fe en el Señor. La falta de esta virtud es sinónimo a la incredulidad. Afirma el beato José Allamano al respecto: “¿Cómo puede un soberbio someter el propio intelecto y la razón a la autoridad de la Iglesia? El que es soberbio no cree. En efecto, ¿cómo podrá abandonarse en Dios quien sólo confía en sí mismo? El soberbio se ama asimismo no al Señor” (Así los quiero, p. 204). Asi que, la humildad es muy necesaria en el ministerio de los misioneros, puesto que es un servicio y para ser buenos siervos se necesita la virtud de la humildad, tal como Jesucristo nos invita a hacerlo (Lc 22, 26).

También la mansedumbre es muy necesaria para el servicio misioneros. Es una virtud muy relacionada con la paciencia y la humildad. La mansedumbre no es una opción, sino que está mandado en el evangelio.  Es una virtud moral necesaria en las relaciones con los demás y en vistas del bien que queremos brindarles. Es el control sobre sí mismo, es el cómo reaccionamos ante lo que nos violenta o nos irrita. La mansedumbre es la virtud de los pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin ser duros. Es una virtud absolutamente necesaria en la vida diaria de los misioneros. Lo dice el beato José Allamano: “cuando estén en las misiones la mansedumbre tendrá para ustedes una importancia extraordinaria. (…) La experiencia demuestra que los misioneros y las misioneras cuanto más manso son, más bien hacen. No olviden nunca cuánta importancia le doy a esta virtud” (Así los quiero, p. 178).

Conclusión

El beato José Allamano fue un misionero extraordinario de Jesucristo. Es el Padre y Maestro de misioneros y misioneras de la Consolata. Es un inspirador perenne en cuanto la misión Ad gentes, carisma que caracteriza a los dos institutos misioneros fundados por él. Por eso, las actitudes misioneras propuestas por él ayudan a cualquier misionero a realizar la obra evangelizadora con éxito y entusiasmo.