Preámbulo
Una actitud, se puede
definir como la manifestación de un estado de ánimo o una tendencia a actuar de
un modo determinado. Siempre las actitudes son alcanzadas y aprendidas a lo
largo de la vida y adquieren una dirección hacia un determinado fin. Las
actitudes son obtenidas con la experiencia y la obtención de conocimientos en
cada suceso que compone la vida de un individuo. El misionero siempre debe
tener algunas actitudes que le caracterizan en la vivencia de la vocación
misionera a la que está llamado. Teniendo eso en cuenta, el beato José Allamano
propuso algunas actitudes que cada misionero y
misionera de la Consolata debe tener. A continuación, me detengo a ellas
de forma detallada:
Pasión misionera
La pasión misionera es sinónimo de ardor misionero o celo
apostólico. Es el espíritu propio de un evangelizador y la característica
propia de la nueva evangelización. De hecho, la evangelización es nueva por la
pasión misionera de los evangelizadores. La Cuarta Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, reitera claramente esta realidad:
“El ardor apostólico de la nueva evangelización brota de una radical conformación
con Jesucristo, el primer evangelizador. Así, el mejor evangelizador es el
santo” (Santo Domingo, no. 28).
Es importante notar que la palabra ardor tiene que ver
con quemar o arder. En este sentido, el ardor misionero es quemarse por Dios y
eso significa estar apasionado completamente por Él y por su causa en el mundo.
Por eso, el ardor misionero debe ser al
estilo del que devoraba a Jesús; el ardor por el Padre, por la gloria del Padre
en la salvación integral de los hombres. Los evangelizadores con la pasión
misionera están abiertos a la acción del Espíritu Santo, pues “el Espíritu
Santo, además infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con
audacia (parresia), en voz alta y en
todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG, no.259).
El beato José Allamano era un misionero totalmente
apasionado por la causa de Dios. Era muy apasionado por el reino de Dios y su
extensión a los lugares donde era desconocido. Según él, quienes son misioneros
y misioneras deben poseer la pasión misionera como su carácter. No se trata de
ser meros misioneros, sino misioneros con ardor apostólico. Dice él al respecto:
“el ardor apostólico es el carácter propio del misionero y de la misionera. No
se va a las misiones por capricho, o por turismo, sino únicamente por amor a
Dios, que es inseparable del amor al prójimo. Por lo tanto, no sólo como
cristianos, sino también, y mucho más, como misioneros, tenemos el compromiso
de buscar la gloria de Dios colaborando en la salvación de las almas” (Así los
quiero, p. 173). La pasión misionera surge de la convicción de que, el
misionero y la misionera son colaboradores de Dios en su plan de salvación. Son
instrumentos de Él y actúan en nombre de Él. Ser colaboradores de Dios
significa que Dios se sirve de las personas para llevar a cabo su obra
redentora en el mundo.
El beato José Allamano hace entender que, la pasión
misionera está relacionada con la caridad. Para ello, “el verdadero apóstol es
encendido por la caridad, es decir, por la pasión de hacer conocer y amar al
Señor; buscar el bien de las personas y no de sí mismo” (Así los quiero, p.
175). El amor a Dios hace que haya celo por la misión. Ese celo es el fuego que
enciende al misionero en su apostolado y sin ello, es difícil ser misioneros de
verdad. Es por eso que “los que no arden de este fuego divino, ¡nunca serán
misioneros o misioneras!” (Así los quiero, p. 175).
La pasión misionera está vinculada también con el saber. En este sentido, es muy importante estudiar para adquirir conocimientos necesarios sobre la misión. Cada época tiene sus desafíos. La ciencia de la misión ayuda a contextualizarla y mejorarla. Mejora la evangelización con nuevos métodos y nuevas expresiones. Así que, “nuestro compromiso apostólico, además, debe ser completado, perfeccionado por la ciencia. (…) debemos adquirir los conocimientos necesarios, sin esperar la ciencia infusa. (…) en las misiones también es necesaria la ciencia” (Así los quiero, p. 175).
Energía y constancia
Son actitudes propias de los evangelizadores. La energía evita
los desánimos en momentos cuando los resultados esperados son escasos. Al respecto dice el beato José Allamano:
“Más trabajo hay, más se trabaja; pero hay que trabajar con energía, que es
característica del misionero. Un verdadero misionero y una verdadera misionera
saben duplicar las fuerzas. Si somos activos, siempre tendremos tiempo para
todo y hasta de sobra” (José Allamano, Así los quiero, p. 179). La energía
misionera debe acompañarse con la fortaleza, pues el misionero y la misionera
necesitan un alto grado de fortaleza: “¡El fin del Instituto es formar
misioneros y misioneras heroicos! No hay infelicidad mayor que vivir en
comunidad tibiamente. El Señor no favorece la pereza. En el camino de la perfección
no debemos arrastrarnos débilmente, sino con energía!” (Así los quiero, p.
181).
Asimismo, es propio del
misionero tener la constancia como actitud. La constancia misionera del que
José Allamano habla tiene que ver con la estabilidad. Al respecto afirma:
“Cuando sabemos que debemos hacer una determinada cosa, hay que hacerla hasta
el final. Hay que saber dominarse, para ser siempre estables. (…) debemos
servir al Señor con fidelidad constante y energética. Para formar a un
verdadero misionero, a una verdadera misionera, se necesita espíritu y
voluntad, constancia indefectible y equilibrio de espíritu “(Así los quiero, p.
182). Para ello, un misionero sin energía y constancia rara vez podrá crear un
impacto evangelizador.
Espíritu
familiar
El espíritu de familia es
una característica peculiar de los misioneros y las misioneras de la Consolata.
Los misioneros están llamados a amarse como hermanos y hermanas. Acerca de esto
explica el beato José Allamano: Recuerden que el Instituto no es un colegio,
tampoco un seminario, sino una familia. Son todos hermanos; deben vivir juntos,
prepararse juntos, para luego trabajar juntos durante toda la vida. En el
Instituto debemos ser una cosa sola hasta dar la vida los unos por los otros”
(Así los quiero, p. 192). El espíritu de familia es el testimonio de la caridad
del misionero que se manifiesta en estos aspectos: Alegrarse por las alegrías
de los demás, sufrir con el que sufre, corregir los propios defectos por amor
al prójimo y soportar los de los demás, y perdonar las ofensas.
El espíritu de familia es la
convivencia diaria del misionero de la Consolata. Es la recomendación que José
Allamano solía repetirles a sus misioneros de forma frecuente: “Quiero que
vivan la caridad intensamente. No podrán amar al prójimo lejano si desde ahora
no tienen caridad hacia aquellos con los que tratan todos los días. Si no basan
sus vidas en la caridad fraterna, en ciertas circunstancias no sabrán superar
dificultades, y se sentirán la tentación de pedir ser cambiados de casa, o de
que cambien a tal hermano o hermana de la comunidad” (Así los quiero, p.186).
Espíritu
de sacrificio
El espíritu de sacrificio debe
siempre caracterizar a los misioneros y misioneras de la Consolata. El
sacrificio de los misioneros se inspira
en la cruz de Jesucristo, pues Él
es el prototipo de cualquier sacrificio. No hay vida misionera sin la
cruz y el espíritu de sacrificio. Lo reitera el beato José Allamano: “Es
necesario que todos nos persuadamos de la necesidad del sacrificio para ser
verdaderos discípulos de nuestro Señor. No olviden nunca que son apóstoles y
que las almas se salvan con el sacrificio. En la vida apostólica hay muchas
rosas, pero también tantas espinas, tanto físicas como espirituales. Algunos se
imaginan el ideal misionero como algo muy poético, olvidando que las almas no
se salvan sino con la cruz y desde la cruz, como lo hizo Jesús” (Así los
quiero, p. 195). El espíritu de sacrificio debe acompañarse con la
mortificación, pues los misioneros sin el espíritu de mortificación no pueden
hacer mucho. Es necesaria la mortificación externa e interna para todos los
anunciadores del Evangelio.
Paciencia, humildad y mansedumbre.
La paciencia, la humildad y
la mansedumbre son actitudes indispensables para la vida misionera. La
paciencia es una virtud que se debe practicar en cada momento. Esta virtud es
sumamente importante porque “la mayor o menor paciencia en el misionero y en la
misionera incide mucho sobre la conversión de las personas. Sin paciencia, no
hay paz ni en el corazón, ni en la comunidad, ni en el mundo” (Así los quiero,
p. 199). La humildad es otra actitud que cualquier misionero debe abrazar.
Jesucristo es el ejemplo de la humildad que debemos imitar. La humildad es la
manifestación de la fe en el Señor. La falta de esta virtud es sinónimo a la
incredulidad. Afirma el beato José Allamano al respecto: “¿Cómo puede un
soberbio someter el propio intelecto y la razón a la autoridad de la Iglesia?
El que es soberbio no cree. En efecto, ¿cómo podrá abandonarse en Dios quien
sólo confía en sí mismo? El soberbio se ama asimismo no al Señor” (Así los
quiero, p. 204). Asi que, la humildad es muy necesaria en el ministerio de los
misioneros, puesto que es un servicio y para ser buenos siervos se necesita la
virtud de la humildad, tal como Jesucristo nos invita a hacerlo (Lc 22, 26).
También la mansedumbre es muy necesaria para el servicio misioneros. Es una virtud muy relacionada con la paciencia y la humildad. La mansedumbre no es una opción, sino que está mandado en el evangelio. Es una virtud moral necesaria en las relaciones con los demás y en vistas del bien que queremos brindarles. Es el control sobre sí mismo, es el cómo reaccionamos ante lo que nos violenta o nos irrita. La mansedumbre es la virtud de los pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin ser duros. Es una virtud absolutamente necesaria en la vida diaria de los misioneros. Lo dice el beato José Allamano: “cuando estén en las misiones la mansedumbre tendrá para ustedes una importancia extraordinaria. (…) La experiencia demuestra que los misioneros y las misioneras cuanto más manso son, más bien hacen. No olviden nunca cuánta importancia le doy a esta virtud” (Así los quiero, p. 178).
Conclusión
El beato José Allamano fue
un misionero extraordinario de Jesucristo. Es el Padre y Maestro de misioneros
y misioneras de la Consolata. Es un inspirador perenne en cuanto la misión Ad gentes, carisma que caracteriza a los
dos institutos misioneros fundados por él. Por eso, las actitudes misioneras
propuestas por él ayudan a cualquier misionero a realizar la obra
evangelizadora con éxito y entusiasmo.
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