Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


miércoles, 25 de marzo de 2020

Estamos llamados a ser misioneros de esperanza en tiempo de coronavirus


Hacia los finales de diciembre de 2019, el mundo empezó a escuchar la noticia de un virus desconocido en la ciudad de Wuhan en el oriente de China, el cual posteriormente fue identificado como coronavirus. Ese virus empezó como una epidemia en esa ciudad china, poco a poco se fue propagando a otros países asiáticos, hasta que se difundiera a otros continentes. Por la gravedad de la situación, la Organización Mundial de la Salud declaró el coronavirus como una pandemia, pues se volvió una amenaza mundial. Ahora todo el mundo está viviendo los efectos desastrosos de este virus. Muchas personas están enfermas, otras han perdido la vida, sobre todo, los adultos mayores.

Esta situación ha causado mayor preocupación a nivel mundial. La Organización Mundial de Salud (OMS) informa que este virus se ha extendido casi a todos los países del mundo. A raíz de esta realidad, varios países han declarado estado de emergencia y cuarentenas permanentes, han cerrado las fronteras con países vecinos, inclusive en algunos, han cancelado el transporte terrestre, fluvial y aéreo tanto con países vecinos como a nivel continental e internacional.

La iglesia tambien está afectada por la situación de Coronavirus.  Pues ella no es ajena a la realidad del mundo y a la del ser humano al que está destinada a servir. Por los efectos de la pandemia, a la iglesia  le ha tocado cambiar su ritmo de siempre. Le ha tocado ajustarse al ritmo del programa que los gobiernos han puesto en diferentes países del mundo. Para ello, los templos están cerrados para evitar la conglomeración de los fieles, y las eucaristías no se celebran con la masa de fieles, sino con un grupito de personas o a veces sin fieles. Ahora los medios virtuales se han convertido en espacios por medio de los cuales los fieles se alimentan espiritualmente. Los medios como la televisión, el facebook, entre otros,  se han convertido en espacios para transmitir la Eucaristía, la coronilla de la divina misericordia, el santo rosario, etc.

Por eso, en este tiempo de la pandemia de coronavirus,  los cristianos están llamados a ser misioneros de esperanza. El misionero es el que pregona permanentemente en nombre de la iglesia el mensaje del Señor. El misionero de esperanza cristiana pregona sin cesar que un mundo mejor tiene como fundamento el encuentro personal con Jesucristo. Jesucristo es la Buena Nueva, es decir, es el que trae a la persona algo nuevo que nunca se había experimentado. Ese encuentro con Jesucristo produce en la persona un cambio sustancial que se refleja en las palabras pronunciadas, en la manera de pensar y actuar.

Es importante notar que, la esperanza tiene que ver con esperar algo mejor, esperar una situación mejor que la que se vivía antes y la que se vive en la actualidad. En fin, se trata de esperar algo diferente y un ambiente diferente. La esperanza cristiana es diferente de la esperanza que el mundo da. Ella se fundamenta en la fe en Jesucristo, el Resucitado. Él es la esperanza para un mundo nuevo y una humanidad nueva. Porque el ser humano sólo se encuentra realmente consigo mismo cuando acoge a Jesucristo crucificado y resucitado: en Él encuentra un motivo real para no vivir sin esperanza, aprisionado por el presente puramente vegetativo del comer y el beber, y para seguir luchando contra los poderes que hoy esclavizan al hombre.


Ante la pandemia de coronavirus, el cristiano-católico es un misionero de esperanza en cualquier lugar donde se encuentre. Es misionero de esperanza porque aporta al mejoramiento del mundo teniendo como punto de referencia a Jesucristo. En este tiempo de coronavirus, el cristiano es agente de esperanza desde la oración, la solidaridad y la cooperación tal como se explica a continuación:

La oración es la forma por excelencia de dar esperanza al mundo. El cristiano es experto en la oración. La oración es la confianza total en la misericordia infinita de Dios. El cristiano siempre fija su mirada a Dios suplicando por su intervención en la situación que se vive. Con constancia entabla diálogo con el Señor. Ora por sus intenciones personales y por las intenciones del mundo. Ora por la bendición y protección de él mismo, su familia, y por el mundo entero. Ante esta realidad de coronavirus, se ha celebrado eucaristías por las víctimas de esta pandemia, se ha convocado jornadas de rezo de rosario, coronilla de divina misericordia, exposición del Santísimo, entre otros. No hay una mejor manera en que el cristiano puede dar esperanza al mundo desesperanzado más que en la oración. 

Acudamos a la Sagrada Escritura para tener ejemplos de oración de intersección. Moisés muestra el poder de la oración: intercede por el pueblo que se había rebelado (Nm 14, 1-19); reza cuando el fuego estaba a punto de devorar el campamento (Nm 11, 1-2) y cuando serpientes venenosas hacían estragos (Nm 21, 4-9); ve a Dios y habla con él cara a cara, como habla un hombre con su amigo (cf. Ex 24, 9-17; 33, 7-23; 34, 1-10.28-35). Abraham es otro ejemplo de oración de intercesión. Cuando Dios quería destruir a Sodoma y Gomorra, estas ciudades se salvaron por la intercesión de Abraham. Por encima de todo, Jesucristo es el ejemplo por excelencia de oración. Es el mediador entre Dios y el ser humano. Todo se recapitula en Él y por Él, Dios recibe las suplicas de la humanidad. Jesucristo enseñó a sus discípulos la importancia de oración: “Porque el que pide recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre (Lucas 11,10). Por eso, la oración de intercesión es un medio eficaz por el cual el cristiano da esperanza al mundo.

La solidaridad es otra manera de dar esperanza al mundo aquejado por la pandemia de coronavirus. La solidaridad es uno de esos valores fundamentales del ser humano. Sin él, la existencia en la sociedad carece de sentido. La solidaridad es lo que hace una persona cuando otro necesita de su ayuda, es ese sentimiento que se siente y que impulsa a ayudar a los demás, sin intención de recibir algo a cambio. La solidaridad es común verla en tiempo de crisis en países que atraviesan por guerras, hambrunas, desastres naturales y otras condiciones extremas.

La solidaridad cristiana tiene su fundamento en la relación del creyente con Dios. La comunión del hombre con Dios es la raíz de las relaciones con sus semejantes y con el mundo. Eso es el fundamento y el modelo de toda otra forma de solidaridad. La parábola del joven rico que encontramos en el Nuevo Testamento (Mt 19: 16-22) nos muestra que la solidaridad es fruto de la libertad de la persona. En ella, Jesús le dice a un joven rico que si desea ser perfecto que venda sus posesiones y que distribuya el producto de la venta entre los pobres. Dice la parábola que el joven rico se marchó triste porque no quería deshacerse de sus bienes. La solidaridad es dar lo nuestro no lo de otros. Debe ser voluntaria, no coercitiva.

En este tiempo de la pandemia de coronavirus, somos llamados a ser más solidarios que nunca. Los cristianos se han solidarizado con los países con mayor impacto de dicha pandemia. Unos han enviado médicos, otros han donado bienes materiales, y otros concientizan a la sociedad acerca de la importancia de auto-cuidado. La solidaridad es una llama que se enciende en el corazón para ayudar a los demás.

La cooperación con diferentes entidades tanto nacionales como  internacionales es otra forma de dar esperanza en este tiempo de la pandemia. Es importante notar que la cooperación tiene que ver  con el conjunto de acciones y esfuerzos que, conjuntamente con otro u otros individuos, se realizan con el objetivo de alcanzar una meta común. La Organización Mundial de la Salud (OMS) con frecuencia llama a todo el mundo a cooperar en unir esfuerzos para combatir la pandemia. La Iglesia a través del santo padre, el papa Francisco, y varias Conferencias episcopales en todo el mundo, llaman a los cristianos a cooperar con las autoridades para combatir la pandemia. El ejemplo de la cooperación es la virgen Maria. Su primer inmenso servicio fue el “Hágase en mí según tu palabra”... y el “He aquí la Esclava del Señor” (Lc 1,38). La virgen Maria nos muestra que, la base de la cooperación del cristiano es su relación con Dios que le lleva a cooperar con sus semejantes. Iluminados por nuestra fe en Jesucristo, los cristianos estamos llamados a cooperar con los gobiernos nacionales y eclesiales en la lucha contra la pandemia. Estamos llamados a cooperar en la tarea de sensibilizar a la gente sobre el auto-cuidado personal, familiar y comunitario.

En resumen, nuestra fe cristiana, nos hace ser portadores de esperanza al mundo. El cristiano es siempre sal y luz del mundo. En este tiempo de la pandemia que nos aqueja, que los cristianos crezcamos en oración, solidaridad y cooperación para dar esperanza al mundo que se encuentra desalentado por la situación que se está viviendo.