La vida consagrada siempre se caracteriza por el amor
a Dios en forma radical. Es un apasionamiento por Dios quien nos amó primero
(1Jn 4:19). Es una manera de amar y seguirle a Cristo con pasión a través de la
consagración mediante los votos de obediencia, pobreza y castidad. La virgen
María es modelo de amor y pasión
inquebrantable por Dios. Ella amó a Dios hasta considerarse su esclava (Lc 1,38).
Ella se consagró totalmente a Él cuando aceptó que el Salvador del mundo se
encarnara en Ella para realizar el proyecto salvífico de la humanidad. Para
comprender la concomitancia de la virgen María con la vida consagrada, es
preciso aclarar lo siguiente: la historia de la salvación y la vida consagrada.
Historia de salvación
Para entender la conexión de la santísima virgen María
con la vida consagrada, hay que situarla en el marco de la historia de los
acontecimientos salvíficos de Dios. Ella es absolutamente relativa a su Hijo
Jesucristo. De esta manera, forma parte esencial de la historia de la
salvación. Es importante notar que la salvación humana no es una hipótesis,
sino que es un hecho. No hay duda alguna que es un hecho histórico de que
Cristo se encarnó y se hizo hombre como cualquier de nosotros. En este hecho
histórico de Cristo, precisamente nos encontramos con María. Su presencia es un
dato real, no una suposición.
Jesucristo es la salvación hecha carne, hecha visible.
Es la salvación total del hombre. Solo en Él Dios Padre se nos revela y se nos
da. En Él y solo en Él nos salva revelándose y dándose a nosotros, se pone en
contacto con nosotros y nos transmite su misma vida. Esto explica el sentido de
la venida de Jesucristo al mundo. Para realizar su venida y convertirse en el Salvador
de los hombres quiso servirse de María.[1] En
ella asumió la humanidad en la que salvó al género humano. María cooperó activa
y responsablemente en el plan de salvación (LG 56). En ella Cristo fue
concebido, engendrado, alimentado para la salvación de la humanidad.
Es importante notar que, “desde la eternidad, María
había sido predestinada para esta singular misión” (LG 61). Cuando llegó la
plenitud de los tiempos, es decir, cuando se cumplió el plazo prefijado por el
Padre para la realización de la salvación del mundo, “en ese momento histórico
y decisivo nos encontramos con María.”[2] Así
san Pablo atestigua esta realización histórica pensada por el Padre: “cuando se
cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, nacido bajo la
ley, para que redimiera a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiéramos la condición de hijos adoptivos.” (Gal 4, 4-5). Jesucristo se
encarnó y nació de la santísima virgen María para que nos hiciéramos hijos de
Dios, y quedáramos libres del yugo de la ley y de sus consecuencias.
Así que, no hay duda alguna que María fue pensada y
querida por Dios para la tarea de la maternidad divina. Su misión en la
historia de salvación no fue una circunstancia provisional en los planes de
Dios. Eso significa que en la historia de nuestra salvación la virgen María no
es secundaria e insignificante, sino que forma parte esencial del misterio de
la salvación del mundo. La humanidad entera recibió a Jesucristo, único
Salvador, a través de ella. Es a través de María que el Salvador del mundo tuvo
su primer contacto con nosotros. Es María quien le dio la naturaleza humana en
la que Cristo nos salvó y nos hizo hijos adoptivos y predilectos de Dios Padre.
Vida Consagrada
La vida consagrada es la representación de Cristo en
el mundo. Es la representación del único Salvador del mundo porque perpetúa el
género de vida que Él vivió aquí en la tierra. Los consejos evangélicos son las
tres dimensiones que construyen el estilo de vida de Cristo. De igual manera,
son las tres dimensiones que construyen el estilo de vida de María. Acerca de
esto, el Concilio Vaticano II afirma que “los consejos evangélicos…tienen el
poder de conformar más plenamente al cristiano con el género de vida virginal y
pobre que Cristo Señor escogió para sí y que abrazó su madre, la Virgen” (LG
46).
Vale notar que, la norma ultima de la vida consagrada
es el seguimiento y la imitación de Cristo (PC 2, a). Podemos afirmar que la
vida consagrada es también la imitación de María. No se puede dejar de imitar a
María por su total consagración a la persona y a la obra de su Hijo y de su
especial servicio al misterio de la redención (LG 56). En este sentido, la vida
cristiana que es fruto del seguimiento de Cristo, es una vocación. Es una
llamada personal a compartir la vida de Cristo, a convivir con Él y a compartir
su misión apostólica (Mc 3, 13-14). No cabe duda de que la vida de la santísima
virgen María sea una vocación. La vida de María es una “llamada a la maternidad
divina y espiritual, a la máxima intimidad y unión con Cristo y cooperación de
forma singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad, en la
restauración de la vida sobrenatural de las almas” (LG 61). Ella desde la
eternidad fue elegida para ser Madre de Dios y Madre de los hombres (LG 61).
Esta es la vocación personal de María. En su elección y vocación todos fuimos
elegidos y llamados a la vida sobrenatural.
La vida consagrada cobra sentido por la consagración
total y exclusiva a Dios. Es una consagración total de amor a Dios en la
Iglesia y para la Iglesia. María es la primera persona que dio la respuesta
perfecta a la llamada de Dios. Se puede decir que, es la primera persona que se
consagró totalmente a Dios. Es una consagración que perfecciona y completa la
consagración inicial del bautismo haciéndole al cristiano morir al pecado, a lo
pecaminoso, a lo profano incluso a valores mundanos para poder vivir únicamente
para Dios (LG 44, PC 5).
La consagración religiosa por su totalidad encuentra
su máxima realización en María. La pobreza, la obediencia y la virginidad son
expresiones de su total entrega a Dios y de su entera consagración a la persona
y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo Él y con Él por la gracia de Dios
omnipotente al misterio de redención (LG 56). La madre de Dios vivió esta
consagración total de sí misma a Dios. Ella reprodujo en sí misma el kénosis de
su Hijo. Ella se despojó de su estatus, se vació así misma y se presentó sin
las prerrogativas que le correspondían como madre de Dios, presentándose como
la esclava (LC 1, 38).
La maternidad divina es una consagración más profunda
de María. María es ungida por el don de las tres personas divinas. Así
pertenece de manera singular a la esfera de lo sagrado y de lo divino. Dios la
consagró por una donación de sí mismo hasta en la realidad de su carne. Ella se
consagró a sí misma, entregándose totalmente a Dios, sobre todo por su
virginidad. Así que, María es modelo perfecta y madre de los consagrados. En
ella se encuentra un ejemplo a seguir en la consagración total a la persona y a
la obra de Jesucristo para servir al misterio de la redención (LG 56). El deseo
de imitarla motiva la vocación a la vida consagrada.
Por lo tanto, María seguirá siendo el modelo por
excelencia de todos los consagrados. De ella se imita la obediencia, la pobreza
y la virginidad que los consagrados libremente abrazan. De ella se entiende lo
que significa consagrarse totalmente a Dios porque completamente se preservó
para Él y para su proyecto de salvación. De ella se aprende a ser misioneros
porque lo hizo llevando el mensaje de Consolación al mundo, a su prima Isabel (Lc 1: 39-56), y a los
invitados en las bodas de Caná (Jn 2:1-11), entre otros. De ella se entiende la importancia de oración
en comunidad porque lo vivió con los apóstoles (Hch, 1:14). De María se aprende
a ser consagrados de fe porque ninguno en la tierra ha creído como Ella y más
que Ella. Se ubica la fe de María en
el marco de la escucha de la Palabra de Dios. Ella puso su confianza en Dios y
colocó su porvenir en las manos del Todopoderoso para que en Ella se cumpliera
su voluntad. Podemos decir que la fe impulsó a María a vivir la Palabra de Dios
al pie de la letra. Todas esas virtudes de María no pueden pasar
desapercibido en la vida de los consagrados, las deben imitar e hacerlas suyas
en el camino de su entrega y consagración a Dios en la Iglesia.
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