A MANERA DE INTRODUCCIÓN
En las reflexiones teológico-misioneras actuales, no
se deja de hacer hincapié en el tema de misión inter gentes para así poder explicar su asociación al concepto de misión ad gentes. Por eso, en las actas
de duodécimo Capítulo General de los Misioneros de la Consolata, el número 33 explícita
sin vacilaciones que la misión inter gentes es una noción que ensancha la comprensión
y el desempeño de la misión ad gentes en el mundo actual[1].
Sin embargo, para algunos, si no para muchos, este fenómeno les pareciera un
juego de términos, aunque en realidad la misión inter gentes, de ningún modo,
desdeñe la trascendencia de la misión ad gentes, sino, la redefine y la adapta
a los nuevos contextos y desafíos de la misión. Por lo tanto, para poder
ponerse en marcha la comprensión de ésta, valdría la pena, ante todo, hacer
esta pregunta: ¿De qué se trata la misión inter gentes? Así pues, en esta
pequeña reflexión se tratará de hacer un acercamiento muy conciso al
significado de la misión inter gentes y su implicación en la misión
evangelizadora de la Iglesia universal.
ESCLARECIMIENTO
DE TÉRMINOS
MISIÓN AD
GENTES: En términos simples, la misión ad gentes no
significa otra cosa que la misión para la humanidad, es decir, aquella misión
que se realiza hacia la gente, de forma explícita, la que no ha conocido a
Jesucristo el único Salvador del mundo. En este sentido, la evangelización está
al servicio de anunciar a Jesucristo a quienes no lo conocen. Dicho de otra
forma, en términos más misioneros es lo que se llama el Primer Anuncio o la primera
evangelización. Básicamente, el Primer Anuncio es llevado a cabo en una misión
ad extra, quiere decir, en virtud del mandato de Cristo de “vayan y hagan que
todos los pueblos sean mis discípulos,”[2]
los evangelizadores y evangelizadoras desde las comunidades maduras en fe y
desde las Iglesias locales que sientan la necesidad de compartir su fe en el
Resucitado, salen hacia otros pueblos (normalmente fuera de sus países de
origen y de sus circunscripciones locales) a fin de proclamar esa Buena Nueva
del Nazareno. Eso da a entender que la misión ad gentes es tradicionalmente considerada
como una misión ad extra y un
cometido que implicaría ir hacia afuera al encuentro con otros y otras, principalmente
a quienes no conocen el Evangelio de Cristo.
En cambio, la Misión
Inter Gentes, es fundamentalmente una misión entre la gente, ya sea entre
la que profesa la fe cristiana como entre la que todavía no ha sido
cristianizada. En ambos casos, la misión inter gentes sirve de valor
inestimable en la realización y redefinición de la actividad misionera. De esta
forma, no cabría duda alguna que dicha misión enriqueciera sobremanera la
ejecución de la misión ad gentes, especialmente en los nuevos contextos y
desafíos que el mundo actual está lanzando.
Ahora bien, ¿Qué implicaría decir que la misión inter
gentes es un concepto enriquecedor para la misión ad gentes en el mundo
presente? Pues, partiendo de las pinceladas dadas en los parágrafos anteriores,
es bien necesario enfatizar que en la actualidad, al hablar de la misión ad
gentes, no se puede considerar como únicamente aquella que se realiza de manera
explícita ad extra, esto es, exclusivamente hacia afuera del mundo cristiano y
de las comunidades ya maduras en la fe. De igual forma, no significaría
solamente ir a otros continentes, naciones, y pueblos lejanos (aunque asimismo eso
sea significativo e imprescindible) para proclamar el Evangelio. Hoy en día, las
gentes sedientas del Evangelio de Cristo se hallan también en los lugares de
cristiandad antigua ya hace tiempo. Basta que se descubra donde viven esas
personas y una vez que se las han descubierto, ahí se empieza a proyectar la
forma de realizar la misión entre ellas. Sin lugar a equivocación, esas gentes
están entre nosotros y pueden ser: nuestros familiares, amigos, los refugiados
y desplazados, los vecinos al despacho parroquial, los choferes de buses con
los cuales viajamos, la mujer que nos vende las verduras, los indigentes, etc.
Por consiguiente, todos aquellos en medio de nosotros lejos de la convicción
del Evangelio, aunque profesen la fe cristiana, no son inmunes de esta misión.
En este sentido, son espacios propicios para la misión ad gentes.
Para hacer frente a esos desafíos, el Magisterio
eclesial y diversas Iglesias locales han marcado la pauta en la búsqueda de multiformes
formas para acercarse pastoralmente a esa realidad, y responder a los
interrogantes que hoy brotan de la inquietud del corazón humano y de sus necesidades
tan urgentes. Por tal razón, hoy no se cesa de hacer referencia a la misión
continental[3] y a
la nueva evangelización como medios, entre muchos, que pretenden ayudar a que
el cristiano católico del mundo presente cada vez más reavive su identidad con
Jesucristo.
Por lo tanto,
de acuerdo con lo descrito anteriormente, la misión inter gentes implicaría: (A) construir y promover una Iglesia
auténticamente multicultural, esto es, una Iglesia que sea hogar de gente de varios
trasfondos culturales, y (B) ser un
instrumento del diálogo intercultural a fin de manifestar la universalidad del
Reino de Dios.
A) LA IGLESIA COMO ALBERGUE DE PERSONAS DE DIVERSAS
CULTURAS
Es bien sabido que la Iglesia es el Sacramento
universal de Salvación. Como signo e
instrumento de ésta, debe ser hogar de las personas de diversos trasfondos culturales.
Bajo ese respecto, es importante que se detenga un poco en el mensaje de
Pentecostés que esclarece lo dicho de manera extraordinaria. Según el libro de los
Hechos de los Apóstoles, se pone de manifiesto que, cuando se oyó el ruido
donde cada uno oía hablar en su propia lengua las maravillas de Dios, la gente
se aglutinó junto a la casa donde se encontraban los discípulos: Judíos,
Partos, Medos, Elamitas, habitantes de Mesopotamia, Frigia, Panfilia, Egipto, forasteros
de Roma, Prosélitos, Cretas y Árabes.[4]
Ahora bien, esas personas de las cuales
se hablan en el escenario pentecostal con diversas historias, costumbres,
lenguas, credos, idiosincrasias y cosmovisiones, seguramente se hallan
integradas en nuestras Iglesias locales, parroquias, comunidades de base,
ciudades, entre otros. De ahí que, hay que haber una sensibilidad como
discípulos de Jesús para poder acoger a las personas de culturas diferentes de
las nuestras y caminar con ellas en el itinerario del seguimiento del Nazareno.
Por eso, para que en la Iglesia haya un ambiente acogedor de diversas culturas,
hay que:
(1) Reconocer
afirmativamente la existencia de otras culturas, por ejemplo, la emigrante, la
afro, la femenina, la indígena, la del desplazado, etc. Y al reconocer esa
heterogeneidad cultural, se debe también luchar por su visibilidad dentro de la
misma comunidad eclesial.
(2) Hay
que estimular el respeto por la diversidad cultural. En este sentido, se debe
oponer fuertemente al intento de someter a las culturas minoritarias a la
cultura dominante, especialmente en este momento donde éstas soportan el peso
gigantesco de la globalización, la cual por su provecho, desearía extinguirlas
y borrarlas por completo del mapa del mundo.
B) SER UNA IGLESIA QUE FOMENTA EL DIALOGO
INTERCULTURAL
Para poder entrar en la compresión de este fenómeno,
merece la pena aclarar los conceptos “cultura
e interculturalidad.” Vale apuntar que aunque ambos términos tengan un poco
de similitud, no son iguales en significado. Pues sí, la cultura es el conjunto
de sentidos y significaciones que informan la vida de un pueblo determinado, de
una tribu, de una familia, y de una nación. En cambio, la interculturalidad
simplemente, se trata del encuentro de varias culturas a fin de que se relacionen
y se compenetren mutualmente. A ese respecto, no se puede dudar que cada
persona, cultura, y religión tengan algo de verdad que manifestar y ofrecer. La
Iglesia debe entonces ser aquel instrumento que promueva la cercanía y el
diálogo intercultural, es decir, el encuentro con quienes no son del mismo
grupo eclesial, de la misma cultura eclesial, de la misma religión católica,
entre otros, de suerte que se llegue a un enriquecimiento mutuo. El
reconocimiento de las culturas, el respeto a la diversidad cultural y la
existencia de una saludable relación entre las múltiples culturas dentro del
seno eclesial, sin lugar a dudas, crearían una gran comunidad humana que
testimoniara la hermandad evangélica.
De esta manera, el diálogo intercultural se hace signo
de la universidad del Reino de Dios. Es indudable que una Iglesia que promueva
la autentica interculturalidad hacia dentro y que estimule el diálogo
intercultural hacia fuera, se hará un signo creíble de la apertura del Reino de
Dios a las personas de todas culturas y naciones. Por ello, en esta época donde
los impulsos de la globalización y de la economía capitalista neo-liberal
tienden a marginar y excluir a las culturas minoritarias so pretexto de crear
una uniformidad que erradica las diferencias, la Iglesia que promueva la multiculturalidad será un signo de que realmente el Reino
anunciado por Cristo incluye a todos y a todas, y de que en él no hay ni
extranjeros ni forasteros[5],
solo hermanos y hermanas en Cristo.
FENÓMENOS QUE
HACEN QUE SE APUESTE POR LA MISIÓN INTER GENTES
El mundo actual está mostrando que hay
fenómenos ineludibles que hacen que la misión inter gentes sea un escenario con
la cual no se puede pasar por alto en la ejecución de la misión ad gentes. Hoy
más que nunca, hay que asociar el concepto de misión inter gentes al de misión
ad gentes con el objetivo de que, el segundo pueda ser rediseñado dentro de las
nuevas realidades y desafíos que el mundo actual está planteando. Todo eso se
evidencia, en gran parte, en los cambios tanto mundiales como eclesiales que
justifican la acuciante necesidad de dejar que la misión evangelizadora sea
enriquecida por el concepto de misión inter gentes, de suerte que se pueda llevar
a cabo una evangelización que camine con los contextos del mundo contemporáneo.
CAMBIOS EN EL MUNDO ACTUAL
Evidentemente, el mundo ha
cambiado drásticamente. Hoy en día, el fenómeno que ha contribuido a eso es la
creciente multiculturalidad que se está experimentando en muchos lugares,
ciudades y países en el mundo entero. Todo eso no está ocurriendo espontáneamente,
sino por la excesiva movilidad de la gente. Por ello, varias sociedades están
volviendo cada vez más multiculturales. Evidentemente, nadie dudaría la verdad
de que la migración de la gente fuera una realidad antiquísima, sin embargo, la
naturaleza de las migraciones en esta época moderna es lo que le da una
prominencia especial a este fenómeno. Todos somos testigos de que los migrantes
actualmente vienen de todas partes del planeta, y a la vez, viajan a todas
partes del mundo. Así que, muchos países hoy están habitados por grupos culturales
completamente diferentes, y esa heterogeneidad cultural trae consigo la diversidad
de religiones y credos.
Al mismo tiempo, las emigraciones
no dejan de producir la atmósfera de un trenzado de culturas cada vez más
grandes y llena de complejidad que termina creando escenarios de minorías
étnicas a menudo rechazadas y habitualmente criminalizadas, de victimas y actores de varias formas de
esclavitud y violencia, y de nuevas masas de refugiados y prófugos. Pues sí, todas
esas realidades mencionadas siguen desafiando el ser y quehacer misionero en el
mundo actual, así que son los areópagos modernos[6] hacia
los cuales se debe orientar la actividad misionera.
De igual manera, el fenómeno
de la multiculturalidad no ha dejado de incidir en la Iglesia. Se puede afirmar
con certeza que, se están evidenciando los cambios radicales a nivel eclesial.
Esa situación da a entender que también el concepto de misión inter gentes se ha
desenvuelto dentro de la Iglesia. No es de extrañar que en la Iglesia aparezcan
misioneros que tienen origen en el sur del planeta. Con frecuencia se muestra
la presencia de los misioneros oriundos del sur del mundo, sobre todo, de
África, América Latina y Asia. Ahora el continente europeo no es la única
fuente de misioneros como era antes.
Este hecho no está sucediendo
esporádicamente, sino, por el crecimiento y la maduración en fe de las
comunidades que antes se designaban “Iglesias de Misión” o mejor dicho, “Países
de Misión”, que al mismo tiempo, eran considerados como frecuentes receptores
de misioneros oriundos del norte del planeta. A diferencia de antes, ahora los
misioneros del sur también van al sur en contraste con la situación anterior
que era principalmente un fenómeno de norte a sur. Se puede ejemplarizar esta
realidad con la presencia de misioneros y misioneras de África, Asia, América
Latina y Oceanía en todos los lugares de misión, hecho que antes era casi
impensable.
A MANERA DE
CONCLUSIÓN
La misión de la
Iglesia siempre nace de la fe en Jesucristo. Por ello, vale apuntar que la
manera de vivir la misión inter gentes procede de la misma persona de
Jesucristo, el Verbo encarnado del Padre. Él como Enviado de Dios, es el
ejemplo por excelencia por el cual se saca el modelo perfecto para realizar la
actividad misionera en la Iglesia. Desde la formación de los discípulos de
Jesús, se entiende que eran personas totalmente diferentes en edad, profesión,
pensamiento, cosmovisión e idiosincrasia. De igual forma, a lo largo de su camino
como Misionero del Padre, Cristo se encuentra dialogando con múltiples
culturales como la de la samaritana, la de la mujer cananea, la del centurión,
la de la mujer pecadora, la de los cobradores de impuestos, la de los
publicanos, etc. Entonces, el misionero apasionado por Jesús y por la humanidad,
desde la experiencia de su fe y de la experiencia de la realidad humana, se
hace signo y presencia de la esperanza evangélica.
[2]
Mt 28, 19.
[3] La misión continental es un
esfuerzo evangelizador y misionero que la Iglesia Latinoamericana y del Caribe
realizan, a fin de que Jesucristo sea más conocido y acogido por muchos fieles
católicos con entusiasmo y fe.
[4] Hech 2: 5-11.
[5] Efes 2: 19
[6]
Cfr. Juan Pablo II, Redemptoris Missio,
53.
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