Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


domingo, 3 de abril de 2016

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

La misericordia, sin lugar a dudas, es una realidad concreta a través de la cual Dios  revela su amor para con el mundo. De igual manera, ella es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia y la de todos los cristianos (Misericordiae Vultus, 10). Teniendo eso en cuenta, desde el año 2000, la fiesta de la Divina misericordia, la que se celebraba de forma privada se convirtió en una fiesta para la Iglesia universal. Vale recordar que, el 5 de mayo de 2000, la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede declaró el Segundo Domingo de Pascua, es decir, el domingo siguiente al Domingo de Resurrección, como  el de la Divina Misericordia. El Domingo de la Misericordia fue instituido por el papa Juan Pablo II, quien al canonizar a santa Faustina Kowalska el 30 de abril de 2000 declaró el segundo domingo de pascua como el “Domingo de la misericordia divina”

En su homilía durante la institución de la mencionada fiesta, san Juan Pablo II pronunció las siguientes palabras: “Así pues, es importante que acojamos integralmente el mensaje que nos transmite la Palabra de Dios en este Domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de “Domingo de la divina misericordia” Desde ese momento, el segundo Domingo de Pascua se convirtió en la fiesta de la Divina Misericordia en toda la Iglesia universal. Al instituirla, el papa Juan Pablo II concluyó la tarea asignada por Jesucristo a santa Faustina cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una fiesta de la misericordia.”

Vale la pena hacernos la pregunta: ¿en qué consiste la Divina misericordia? He aquí lo que dijo Jesús a santa Faustina: “Deseo que la fiesta de la misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi misericordia. Derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la santa comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas” (Diario 699).

Es decir, el que se confiesa y comulga el Domingo de la Divina Misericordia, recibe el perdón de las culpas y de las penas de sus pecados, gracia que recibimos sólo en el Sacramento del Bautismo o con la indulgencia plenaria. Es preciso notar que, la fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el mensaje de que Dios es Misericordioso y nos ama a todos. La misericordia de Dios padre se manifiesta de manera patente en Jesucristo, pues Él es “el rostro de la Misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, no. 1).  Para ello, se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones.

Así pues, la misericordia debe convertirse en práctica para cada uno de los seguidores de Jesucristo. En este sentido, ella ha de impregnar nuestras prácticas pastorales porque  a través de ellas, nos  encontramos con personas que experimentan y viven diferentes realidades. Ella debe permear las estructuras de nuestras familias, las de las casas religiosas y las de la Iglesia por lo general. Para llegar a eso, es importante tener la consciencia de que, a cada quien se le ha aplicado la misericordia de Dios (cfr. Misericordia Vultus, 9), y ser misericordioso a los demás es un deber de cada seguidor de Jesucristo (Lucas 6:36).

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