La misericordia, sin lugar a dudas, es una realidad
concreta a través de la cual Dios revela
su amor para con el mundo. De igual manera, ella es la viga maestra que
sostiene la vida de la Iglesia y la de todos los cristianos (Misericordiae
Vultus, 10). Teniendo eso en cuenta, desde el año 2000, la fiesta de la Divina
misericordia, la que se celebraba de forma privada se convirtió en una fiesta
para la Iglesia universal. Vale recordar que, el 5 de mayo de 2000, la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de
la Santa Sede declaró el Segundo Domingo de Pascua, es decir, el domingo
siguiente al Domingo de Resurrección, como el de la Divina Misericordia. El Domingo de la Misericordia fue
instituido por el papa Juan Pablo II, quien al canonizar a santa Faustina Kowalska
el 30 de abril de 2000 declaró el segundo domingo de
pascua como el “Domingo de la misericordia divina”
En su homilía durante la institución de la mencionada fiesta, san Juan
Pablo II pronunció las siguientes palabras: “Así pues, es importante que
acojamos integralmente el mensaje que nos transmite la Palabra de Dios en este
Domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el
nombre de “Domingo de la divina misericordia” Desde ese momento, el segundo
Domingo de Pascua se convirtió en la fiesta de la Divina Misericordia en toda
la Iglesia universal. Al instituirla, el papa Juan Pablo II concluyó la tarea asignada
por Jesucristo a santa Faustina cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que
haya una fiesta de la misericordia.”
Vale la pena hacernos la pregunta: ¿en qué consiste la Divina
misericordia? He aquí lo que dijo Jesús a santa Faustina: “Deseo
que la fiesta de la misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas
y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las
entrañas de mi misericordia. Derramo un mar de gracias sobre las almas que se
acerquen al manantial de mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la
santa comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas” (Diario
699).
Es decir, el que se confiesa y
comulga el Domingo de la Divina Misericordia, recibe el perdón de las culpas y
de las penas de sus pecados, gracia que recibimos sólo en el Sacramento del
Bautismo o con la indulgencia plenaria. Es preciso notar que, la fiesta
de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones
de cada persona el mensaje de que Dios es Misericordioso y nos ama a todos. La
misericordia de Dios padre se manifiesta de manera patente en Jesucristo, pues
Él es “el rostro de la Misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, no. 1). Para ello, se nos pide que tengamos plena
confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con
el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones.
Así pues, la misericordia debe convertirse en práctica para cada uno de
los seguidores de Jesucristo. En este sentido, ella ha de impregnar nuestras
prácticas pastorales porque a través de
ellas, nos encontramos con personas que
experimentan y viven diferentes realidades. Ella debe permear las estructuras
de nuestras familias, las de las casas religiosas y las de la Iglesia por lo
general. Para llegar a eso, es importante tener la consciencia de que, a cada
quien se le ha aplicado la misericordia de Dios (cfr. Misericordia Vultus, 9),
y ser misericordioso a los demás es un deber de cada seguidor de Jesucristo
(Lucas 6:36).
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