Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


viernes, 2 de octubre de 2015

BEATO JOSE ALLAMANO Y VIDA CONSAGRADA



Preámbulo
 El papa Francisco dedicó el año 2015 explícitamente para la vida consagrada. Este año es una llamada a los religiosos y religiosas para que confronten su vida con el Evangelio, y así puedan recuperar las virtudes perdidas, purificar su vida y proyectar un adecuado servicio pastoral. Dicho año también es remembrado con el motivo de celebrar el quincuagésimo aniversario de la Constitución Dogmatica Lumen Gentium (sobre la Iglesia) y del Decreto Perfectae Caritatis (sobre la renovación de la vida consagrada).

En este sentido, el año de la vida consagrada es una oportunidad para redescubrir, valorar y potenciar los distintos carismas que han dado origen a distintas familias religiosas, de modo que puedan con una fuerza renovadora responder a las exigencias del mundo moderno. Para ello, los religiosos y las religiosas están llamados a mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión, y abrazar el futuro con esperanza. Mirar el pasado con gratitud es apreciar con  amor el pasado de los institutos religiosos, volviendo a la pureza del carisma para que puedan con los santos fundadores y fundadoras dan una respuesta evangélica al mundo de hoy[1]. Vivir el presente con pasión es invitar a los consagrados y consagradas que desde aquí y ahora sean sal de la tierra y luz del mundo, y fomento de una nueva sociedad. Ser luz y sal es anclarse en el amor de Jesucristo[2]. Abrazar el futuro con esperanza significa que los consagrados y consagradas sean hombres y mujeres apasionados por su carisma, sean fomentos de una nueva sociedad donde reine Dios y así sean signos de esperanza en un mundo que cada vez se inclinan a las trayectorias oscuras[3].

Como misioneros y misioneras de la Consolata, el beato José Allamano es nuestro punto inspirador en la vida consagrada. Si bien, el beato José Allamano no fue religioso en el sentido estricto de la palabra, vivió como si fuera un consagrado. El Fundador estaba convencido de la importancia de la vida religiosa y eso explica la razón por la cual fundó los dos institutos, tanto masculino como femenino para la propagación de la Consolación de Dios. En este año dedicado a la vida consagrada, no dejaremos de enfocarnos en nuestro Fundador y el sentido de la vida consagrada en él.

1.    LA VIDA CONSAGRADA
La vida consagrada como tal, no es otra cosa que una experiencia de fe. Únicamente puede entenderse desde la fe. Intentar a entenderla desde otros presupuestos es condenarse a no comprenderla. La vida consagrada es una representación sacramental en la Iglesia de Cristo virgen, obediente y pobre. Lo sacramental indica la idea de visibilidad, de realismo y de eficacia. La vida consagrada es algo real y verdadero. Ella representa, quiere decir, presenta de nuevo, perpetua, renueva y prolonga en la Iglesia el género de vida vivido por Jesucristo. Dicho de otra manera, es Cristo mismo quien sigue viviendo todavía su misterio de virginidad, de obediencia y de pobreza[4].

Esta representación es sacramental porque es visible, verdadera y real. La visibilidad es propia de todo signo y en la vida consagrada se la consigue y se concretiza en la vida comunitaria. Es importante notar que la vida comunitaria no es la agrupación de hombres y mujeres consagrados que duermen bajo un solo techo, que recen en el mismo oratorio, o en la misma capilla, que comparte un comedor, sino que es la unidad de intentos con el fin de que, todos contribuyan algo en la tarea evangelizadora que el Señor les encomienda. Es vivir en unidad todos los planos de la vida. Los consejos evangélicos son los aspectos principales de esta representación sacramental. Su identidad consiste en hacer de nuevo visible y realmente presente entre los hombres y mujeres a Cristo virgen, obediente y pobre en el mundo.

 Los religiosos y las religiosas, por su estado de consagrados, representan a Cristo en el mundo. Imitan más de cerca y representan perennemente en la Iglesia el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad de Padre y que propuso a los discípulos que le seguían[5]. La Constitución Dogmatica Lumen Gentium enfatiza: “cuiden los religiosos con atenta solicitud de que, por su medio, la Iglesia haga visible realmente mejor cada día a Cristo ante fieles e infieles…los consejos evangélicos son capaces de configurar mejor al cristiano con el género de vida virginal, y pobre que Cristo Señor escogió para sí y que abrazó su madre, la virgen María[6].

Como misioneros y misioneras de la Consolata, hacemos parte de los escogidos de Cristo para representar su virginidad, obediencia y pobreza en el mundo mediante los consejos evangélicos. El Fundador es nuestro modelo porque de él hemos recibido el regalo del instituto, por medio del cual tratamos de representar a Cristo en nuestro estado de consagrados y consagradas para la misión. 

2.    La vida consagrada según el beato José Allamano
La vida religiosa es muy presente en el ser y el quehacer del beato José Allamano. La vida consagrada configuró la subjetividad sacerdotal, misionera y pastoral de él. Su formación inicial con san Juan Bosco, y su celo apostólico, tal vez, podrían explicar la pasión del Fundador por la vida consagrada. Apreciaba y amaba este género de vida y eso explicaría la razón por la cual constantemente aconsejaba a otros, sobre todo, a los sacerdotes diocesanos para que se ingresaran a los institutos de la vida consagrada. Tenía la convicción plena de que, la vida religiosa jugaba un rol imprescindible en la misión evangelizadora de la Iglesia.

Pero según el beato José Allamano, ¿de qué se trata la vida consagrada? El Fundador consideraba la vida consagrada como conditio sine qua non tanto para la Iglesia como para su misión evangelizadora. Para ello, la comparaba a un nuevo bautismo. Ella “es un nuevo bautismo, una entrega superior a cualquier sacrificio, ya que en los sacrificios le ofrecemos  al Señor cosas externas, mientras que aquí nos damos a nosotros mismos. Es como un martirio permanente, a fuego lento, sacrificando los propios bienes, las propias comodidades, la propia voluntad.”[7] El Fundador contrastaba la vida consagrada con el bautismo, ya que éste conduce la persona a un cambio radical, es fuente de vida nueva por incorpora al bautizado a la persona de Cristo (Rom, 8,29), a la comunidad de salvación (CIC 1273), y le hace una creatura nueva (Rom. 6, 4; 2 Cor. 5, 17; Ga. 6, 15). De igual manera, la vida religiosa cambia el ser y quehacer de los religiosos y religiosas, les hace hombres y mujeres escogidos por Cristo para ser enviados para su misión, y les hace colaboradores más cercanos de Jesucristo en su misión consoladora a la humanidad. José Allamano no cesaba de llamar la vida consagrado un nuevo bautismo en el sentido de que, cambia radicalmente el ser y el quehacer de los consagrados y consagradas en todas las dimensiones de la vida.

Es una vida de santidad. El beato José Allamano es campeón de santidad. Para él, la vida consagrada es un camino que conduce a la santidad. La tarea primordial de los misioneros y misioneras de la Consolata no es otra cosa que buscar la santidad. Ella es la razón por la cual dejan todo para ingresarse al Instituto. Su famoso refrán: “primero santos, y después misioneros” explica todo con respecto a la santidad.  El Fundador es muy claro que no es vida consagrada, ni se asemeja a ella si no busca la santidad. Ni son misioneros y misioneras si no son santos o en continua búsqueda de ella. La perfección de vida es el anhelo y la meta de la vida religiosa. El beato José Allamano estaba convencido de que, no sería fácil para sus hijos e hijas empezar a misionar en tierras lejanas de África o donde fuera, sin abrazar la vida de santidad. Les recomendaba y exhortaba constantemente ser santos y santas, para así poder también evangelizar con el ejemplo de sus vidas. La santidad hace que los misioneros y misioneras sean creíbles en la sociedad, les convierte en evangelizadores de primera categoría y en sacramentos de Cristo en el aquí y el ahora del mundo actual. Son sacramentos en la medida en que, representan las virtudes de Cristo en el mundo. Es decir, reproducen y perpetuán esas virtudes ante los hombres y las mujeres de cada época.

 La invitación a la santidad la hizo el mismo Jesucristo. “Sean perfectos como es perfecto el padre que está en el cielo” (Mt 5:48). El Fundador, en este aspecto, es muy claro que la vida religiosa es una vocación a la perfección, dado que los consagrados y consagradas tienden hacia la caridad perfecta en la observancia de los consejos evangélicos según la gracia de Dios. La búsqueda de santidad, aunque sea tarea de todos los cristianos, debe caracterizar, de manera especial, la vida de los consagrados y consagradas. Al respecto decía el beato José Allamano: “Si esa es la voluntad de Dios para todos los cristianos, ¿qué podemos decir de nosotros que recibimos de Dios la más santa de las vocaciones?[8] Es decir, aunque todos los cristianos la busquen, para los consagrados y las consagradas la deben buscar más porque con la santidad de su vida, ayudan a otros a encontrarse con el más Santo entre los santos, a Jesucristo, Salvador de la humanidad.

 La santidad es el fin, es el por qué somos misioneros y misioneras de la Consolata, es el motivo por el cual nos consagramos para la misión, es el instrumento del apostolado misionero. “Como misioneros y misioneras se les propone el ideal de ser no solo santos sino santos de modo superlativo.”[9] No se trata de la santificación de unos, sino la santificación de todos los misioneros y misioneras de la Consolata, tampoco se trata de la santificación a medias, sino de modo máximo. El Fundador, en este aspecto, esclarece que en el instituto todo está pensado para que cada misionero y misionera de la Consolata sea santo y santa.

El Concilio vaticano II destaca bien este elemento de la santidad de todos los cristianos. Así que, “todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderes, medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo padre.”[10] La  santidad es una nota esencial de la naturaleza de la Iglesia. La iglesia es santa porque es la viva prolongación y presencia sacramental de Cristo. La vida religiosa manifiesta, indica y significa esta santidad de una forma singular. Para ello, según el papa Pio XII las diversas formas de vida religiosa son “escuelas de santidad oficialmente reconocidas. Donde ellas faltan, la vida cristiana no tiene ni puede tener aquella pujanza que es característica del Cuerpo Místico en su estado actual de desarrollo.”[11]  La vida religiosa tiene sentido en la vocación y desde la vocación de toda la Iglesia a la santidad y como presencia escatológica de la misma Iglesia ya en esta etapa terrenal.

Es una vida totalmente centrada en el seguimiento de Jesucristo. Cristo es el centro de la vida consagrada y el Evangelio es la norma alrededor de la cual se centra la vida religiosa. Es clarísimo para el Fundador de los misioneros y misioneras de la Consolata que, la vida religiosa tiene su centro en la persona de Jesucristo. Según él,  si el nombre de Jesús es tan dulce para los cristianos ordinarios, “cuanto más lo debe ser para los misioneros y misioneras, destinados a anunciarlo a los no creyentes.[12] No hay duda alguna que Cristo es la brújula, el motor, y el fundamento de la vida consagrada.

El Evangelio es la norma suprema para el seguimiento de Cristo. El beato José Allamano era muy consciente de que, la Palabra de Dios debía de ser la regla por excelencia de los misioneros y misioneras de la Consolata, pues el corazón de Dios está en su Palabra. Del Fundador, se puede entender que la Sagrada Escritura es de suma utilidad para el ministerio evangelizador, pues fortifica nuestra esperanza y nos consuela en momentos de tribulaciones, penetra como espalda en el alma y enciende en nuestros corazones el amor a Dios.[13] Como misioneros y misioneras de la Consolata, la Sagrada Escritura debería ser nuestra regla diaria, nuestro libro sapiencial, un verdadero tesoro, y un depósito de medicinas en el que podemos encontrar todo aquello que necesitamos.[14]

El Concilio Vaticano II subraya la idea de que, el Evangelio es la regla suprema para la vida religiosa: “Desde los primeros tiempos de la Iglesia nunca faltaron hombres y mujeres que, por medio de la práctica de los consejos evangélicos quisieron seguir a Cristo con mayor libertad e imitarlo de más cerca y condujeron cada uno de modo especifico, una vida consagrada a Dios.”[15] El Evangelio como norma de vida se caracterizó en los santos de la vida monástica como san Antonio, san Basilio, san Benito y los de Órdenes mendicantes como santo Domingo de Osma y san Francisco de Asís, quienes insistieron en el regreso radical al Evangelio. El Evangelio era la guía de su vida diaria. Asimismo, cada carisma de la vida consagrada se radica en el Evangelio[16]. Sin el Evangelio como brújula, la vida consagrada pierde el sentido. Es su inspiración y en él radica la importancia de volver a las raíces fundacionales donde el carisma de cada instituto encuentra valor.

Es una vida que exige renuncia. La vida consagrada exige renuncia de muchas cosas. Exige renuncia de la voluntad personal para que se pueda hacer la voluntad de Dios. Al iniciar su vida apostólica, Cristo reunió a su alrededor un grupo de discípulos. De ellos eligió a los doce “para que estuvieran con Él y para enviarles a predicar” (Mc 3, 14). Todos los cristianos están llamados a seguir a Cristo y a predicar la presencia del Reino de Dios, pero algunos son llamados por pura iniciativa divina a reproducir de manera especial el mismo género de vida que Cristo vivió, a prolongar y a representar en la Iglesia este modo de vivir en virginidad, en obediencia y en pobreza[17]. Esta vocación exige la abnegación. Negarse a sí mismo como criterio evangélico es convertirse, cambiar la mentalidad, es una conversión interior para fiarse completamente en Jesucristo. Fiarse en Él es no tener otra garantía más que Él mismo. Es tener la confianza absoluta que Jesús no nos puede engañar.

La abnegación personal para seguir a Cristo en la vida consagrada está presente en el magisterio del beato José Allamano. El Fundador advierte y exhorta a los misioneros y misioneras de la Consolata que, la vida religiosa es una vocación que viene de Dios. Se requiere muchas renuncias de parte del consagrado para poder responder afirmativamente al llamado misionero. Hay que renunciar el apego a la propia voluntad, el apego a las comodidades de diferente índole, apego a la familia, entre otros. Esos apegos fácilmente pueden convertirse en obstáculos para responder positivamente a la vocación recibida de Dios y a la misión evangelizadora que el Señor nos encomienda día tras día. Ser libres de los apegos hace que los consagrados y las consagradas puedan entregarse mejor al Señor y a la misión evangelizadora de la Iglesia. Librarse de apegos requiere desarrollar la consciencia de que, los ojos del consagrado y consagrada debe incesantemente fijarse en Jesucristo, y cualquier circunstancia que estorbe ese camino merece cortarse (Mt 5,30).


Conclusión
El año de la vida consagrada es tiempo para que cada consagrado y consagrada evalúe el pasado y el presente de su consagración. Es tiempo para hacer la introspección a nivel personal y congregacional. La introspección personal implica que cada consagrado y consagrada revise su compromiso personal con Jesucristo, el que llama a los que quiere para que estén con El. Implica volver a estar más cerca a Él que antes, ya que la consagración tiene sentido en la medida en que estemos más cerca al que nos llama y destina. La introspección a nivel personal es corregir los errores cometidos en el camino de cado uno, para así poder afianzarse más en el Señor. La introspección congregacional es volver a la idea primigenia de la Congregación, ya que el carisma es el que hace que los miembros aporten de manera particular a la misión evangelizadora de la Iglesia. Es buscar soluciones prácticas para los miembros que ya se encuentran en crisis en su camino de consagración. Asimismo, es tiempo para agradecer al Señor por el regalo del Fundador, de quien recibimos el carisma que nos hace lo que somos: misioneros y misioneras de la Consolata.



[1] Cfr. Francisco I, Carta Apostólica a todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada, no. 1.
[2] Ibíd., no.2
[3] Ibíd., no.3
[4] Cfr. Alonso, La vida Consagrada, p.17
[5] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmatica Lumen Gentium, no. 44.

[6] Ibíd., no. 46.
[7] Allamano, José, Así los quiero, Espiritualidad y pedagogía misionera, p. 153.
[8] Ibíd., p. 37
[9] Ibíd., p. 38.
[10] Cfr. LG, no. 11
[11] Carta al primer Congreso Nacional de Religiosos de Portugal, el 3 de abril de 1958.
[12] Allamano, José, Así los quiero, p. 103.
[13] Ibíd., p. 238.
[14] Ibíd., p. 240.
[15] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa Perfectae Caritatis, no. 2.
[16] Cfr. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. II Carta a los consagrados y consagradas en camino por los signos de Dios, p. 54.
[17] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmatica Lumen Gentium sobre la Iglesia, no. 44, 46.

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