Preámbulo
El papa
Francisco dedicó el año 2015 explícitamente para la vida consagrada. Este año
es una llamada a los religiosos y religiosas para que confronten su vida con el
Evangelio, y así puedan recuperar las virtudes perdidas, purificar su vida y
proyectar un adecuado servicio pastoral. Dicho año también es remembrado con el
motivo de celebrar el quincuagésimo aniversario de la Constitución Dogmatica
Lumen Gentium (sobre la Iglesia) y del Decreto Perfectae Caritatis (sobre la
renovación de la vida consagrada).
En este
sentido, el año de la vida consagrada es una oportunidad para redescubrir,
valorar y potenciar los distintos carismas que han dado origen a distintas
familias religiosas, de modo que puedan con una fuerza renovadora responder a
las exigencias del mundo moderno. Para ello, los religiosos y las religiosas
están llamados a mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión, y
abrazar el futuro con esperanza. Mirar el pasado con gratitud es apreciar
con amor el pasado de los institutos
religiosos, volviendo a la pureza del carisma para que puedan con los santos
fundadores y fundadoras dan una respuesta evangélica al mundo de hoy[1].
Vivir el presente con pasión es invitar a los consagrados y consagradas que
desde aquí y ahora sean sal de la tierra y luz del mundo, y fomento de una
nueva sociedad. Ser luz y sal es anclarse en el amor de Jesucristo[2].
Abrazar el futuro con esperanza significa que los consagrados y consagradas
sean hombres y mujeres apasionados por su carisma, sean fomentos de una nueva
sociedad donde reine Dios y así sean signos de esperanza en un mundo que cada
vez se inclinan a las trayectorias oscuras[3].
Como
misioneros y misioneras de la Consolata, el beato José Allamano es nuestro punto
inspirador en la vida consagrada. Si bien, el beato José Allamano no fue
religioso en el sentido estricto de la palabra, vivió como si fuera un
consagrado. El Fundador estaba convencido de la importancia de la vida
religiosa y eso explica la razón por la cual fundó los dos institutos, tanto
masculino como femenino para la propagación de la Consolación de Dios. En este
año dedicado a la vida consagrada, no dejaremos de enfocarnos en nuestro Fundador
y el sentido de la vida consagrada en él.
1. LA VIDA CONSAGRADA
La vida
consagrada como tal, no es otra cosa que una experiencia de fe. Únicamente
puede entenderse desde la fe. Intentar a entenderla desde otros presupuestos es
condenarse a no comprenderla. La vida consagrada es una representación
sacramental en la Iglesia de Cristo virgen, obediente y pobre. Lo sacramental
indica la idea de visibilidad, de realismo y de eficacia. La vida consagrada es
algo real y verdadero. Ella representa, quiere decir, presenta de nuevo,
perpetua, renueva y prolonga en la Iglesia el género de vida vivido por
Jesucristo. Dicho de otra manera, es Cristo mismo quien sigue viviendo todavía
su misterio de virginidad, de obediencia y de pobreza[4].
Esta
representación es sacramental porque es visible, verdadera y real. La
visibilidad es propia de todo signo y en la vida consagrada se la consigue y se
concretiza en la vida comunitaria. Es importante notar que la vida comunitaria
no es la agrupación de hombres y mujeres consagrados que duermen bajo un solo techo,
que recen en el mismo oratorio, o en la misma capilla, que comparte un comedor,
sino que es la unidad de intentos con el fin de que, todos contribuyan algo en
la tarea evangelizadora que el Señor les encomienda. Es vivir en unidad todos
los planos de la vida. Los consejos evangélicos son los aspectos principales de
esta representación sacramental. Su identidad consiste en hacer de nuevo
visible y realmente presente entre los hombres y mujeres a Cristo virgen,
obediente y pobre en el mundo.
Los religiosos y las religiosas, por su estado
de consagrados, representan a Cristo en el mundo. Imitan más de cerca y
representan perennemente en la Iglesia el género de vida que el Hijo de Dios tomó
cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad de Padre y que propuso a los
discípulos que le seguían[5].
La Constitución Dogmatica Lumen Gentium enfatiza: “cuiden los religiosos con
atenta solicitud de que, por su medio, la Iglesia haga visible realmente mejor
cada día a Cristo ante fieles e infieles…los consejos evangélicos son capaces
de configurar mejor al cristiano con el género de vida virginal, y pobre que
Cristo Señor escogió para sí y que abrazó su madre, la virgen María[6].
Como
misioneros y misioneras de la Consolata, hacemos parte de los escogidos de
Cristo para representar su virginidad, obediencia y pobreza en el mundo
mediante los consejos evangélicos. El Fundador es nuestro modelo porque de él
hemos recibido el regalo del instituto, por medio del cual tratamos de
representar a Cristo en nuestro estado de consagrados y consagradas para la
misión.
2. La vida consagrada según el beato José Allamano
La vida
religiosa es muy presente en el ser y el quehacer del beato José Allamano. La vida
consagrada configuró la subjetividad sacerdotal, misionera y pastoral de él. Su
formación inicial con san Juan Bosco, y su celo apostólico, tal vez, podrían
explicar la pasión del Fundador por la vida consagrada. Apreciaba y amaba este
género de vida y eso explicaría la razón por la cual constantemente aconsejaba
a otros, sobre todo, a los sacerdotes diocesanos para que se ingresaran a los
institutos de la vida consagrada. Tenía la convicción plena de que, la vida
religiosa jugaba un rol imprescindible en la misión evangelizadora de la
Iglesia.
Pero según el
beato José Allamano, ¿de qué se trata la vida consagrada? El Fundador consideraba
la vida consagrada como conditio sine qua
non tanto para la Iglesia como para su misión evangelizadora. Para ello, la
comparaba a un nuevo bautismo. Ella “es un nuevo bautismo, una entrega superior
a cualquier sacrificio, ya que en los sacrificios le ofrecemos al Señor cosas externas, mientras que aquí
nos damos a nosotros mismos. Es como un martirio permanente, a fuego lento,
sacrificando los propios bienes, las propias comodidades, la propia voluntad.”[7]
El Fundador contrastaba la vida consagrada con el bautismo, ya que éste conduce
la persona a un cambio radical, es fuente de vida nueva por incorpora al
bautizado a la persona de Cristo (Rom, 8,29), a la comunidad de salvación (CIC
1273), y le hace una creatura nueva (Rom. 6, 4; 2 Cor. 5, 17; Ga. 6, 15).
De igual manera, la vida religiosa cambia el ser y quehacer de los religiosos y
religiosas, les hace hombres y mujeres escogidos por Cristo para ser enviados
para su misión, y les hace colaboradores más cercanos de Jesucristo en su
misión consoladora a la humanidad. José Allamano no cesaba de llamar la vida
consagrado un nuevo bautismo en el sentido de que, cambia radicalmente el ser y
el quehacer de los consagrados y consagradas en todas las dimensiones de la
vida.
Es una vida de santidad. El beato José Allamano es
campeón de santidad. Para él, la vida consagrada es un camino que conduce a la
santidad. La tarea primordial de los misioneros y misioneras de la Consolata no
es otra cosa que buscar la santidad. Ella es la razón por la cual dejan todo
para ingresarse al Instituto. Su famoso refrán: “primero santos, y después
misioneros” explica todo con respecto a la santidad. El Fundador es muy claro que no es vida
consagrada, ni se asemeja a ella si no busca la santidad. Ni son misioneros y
misioneras si no son santos o en continua búsqueda de ella. La perfección de
vida es el anhelo y la meta de la vida religiosa. El beato José Allamano estaba
convencido de que, no sería fácil para sus hijos e hijas empezar a misionar en
tierras lejanas de África o donde fuera, sin abrazar la vida de santidad. Les
recomendaba y exhortaba constantemente ser santos y santas, para así poder
también evangelizar con el ejemplo de sus vidas. La santidad hace que los
misioneros y misioneras sean creíbles en la sociedad, les convierte en
evangelizadores de primera categoría y en sacramentos de Cristo en el aquí y el
ahora del mundo actual. Son sacramentos en la medida en que, representan las
virtudes de Cristo en el mundo. Es decir, reproducen y perpetuán esas virtudes ante
los hombres y las mujeres de cada época.
La invitación a la santidad la hizo el mismo
Jesucristo. “Sean perfectos como es perfecto el padre que está en el cielo” (Mt
5:48). El Fundador, en este aspecto, es muy claro que la vida religiosa es una
vocación a la perfección, dado que los consagrados y consagradas tienden hacia
la caridad perfecta en la observancia de los consejos evangélicos según la
gracia de Dios. La búsqueda de santidad, aunque sea tarea de todos los
cristianos, debe caracterizar, de manera especial, la vida de los consagrados y
consagradas. Al respecto decía el beato José Allamano: “Si esa es la voluntad
de Dios para todos los cristianos, ¿qué podemos decir de nosotros que recibimos
de Dios la más santa de las vocaciones?[8]
Es decir, aunque todos los cristianos la busquen, para los consagrados y las consagradas
la deben buscar más porque con la santidad de su vida, ayudan a otros a
encontrarse con el más Santo entre los santos, a Jesucristo, Salvador de la
humanidad.
La santidad es el fin, es el por qué somos
misioneros y misioneras de la Consolata, es el motivo por el cual nos
consagramos para la misión, es el instrumento del apostolado misionero. “Como
misioneros y misioneras se les propone el ideal de ser no solo santos sino santos
de modo superlativo.”[9]
No se trata de la santificación de unos, sino la santificación de todos los
misioneros y misioneras de la Consolata, tampoco se trata de la santificación a
medias, sino de modo máximo. El Fundador, en este aspecto, esclarece que en el
instituto todo está pensado para que cada misionero y misionera de la Consolata
sea santo y santa.
El Concilio
vaticano II destaca bien este elemento de la santidad de todos los cristianos. Así
que, “todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado,
fortalecidos con tantos y tan poderes, medios de salvación, son llamados por el
Señor, cada uno por su camino a la perfección de aquella santidad con la que es
perfecto el mismo padre.”[10]
La santidad es una nota esencial de la
naturaleza de la Iglesia. La iglesia es santa porque es la viva prolongación y
presencia sacramental de Cristo. La vida religiosa manifiesta, indica y
significa esta santidad de una forma singular. Para ello, según el papa Pio XII
las diversas formas de vida religiosa son “escuelas de santidad oficialmente
reconocidas. Donde ellas faltan, la vida cristiana no tiene ni puede tener
aquella pujanza que es característica del Cuerpo Místico en su estado actual de
desarrollo.”[11] La vida religiosa tiene sentido en la vocación
y desde la vocación de toda la Iglesia a la santidad y como presencia
escatológica de la misma Iglesia ya en esta etapa terrenal.
Es una vida totalmente centrada en el seguimiento de Jesucristo. Cristo
es el centro de la vida consagrada y el Evangelio es la norma alrededor de la
cual se centra la vida religiosa. Es clarísimo para el Fundador de los
misioneros y misioneras de la Consolata que, la vida religiosa tiene su centro
en la persona de Jesucristo. Según él, si el nombre de Jesús es tan dulce para los
cristianos ordinarios, “cuanto más lo debe ser para los misioneros y
misioneras, destinados a anunciarlo a los no creyentes.[12]
No hay duda alguna que Cristo es la brújula, el motor, y el fundamento de la
vida consagrada.
El Evangelio
es la norma suprema para el seguimiento de Cristo. El beato José Allamano era
muy consciente de que, la Palabra de Dios debía de ser la regla por excelencia
de los misioneros y misioneras de la Consolata, pues el corazón de Dios está en
su Palabra. Del Fundador, se puede entender que la Sagrada Escritura es de suma
utilidad para el ministerio evangelizador, pues fortifica nuestra esperanza y
nos consuela en momentos de tribulaciones, penetra como espalda en el alma y
enciende en nuestros corazones el amor a Dios.[13]
Como misioneros y misioneras de la Consolata, la Sagrada Escritura debería ser
nuestra regla diaria, nuestro libro sapiencial, un verdadero tesoro, y un
depósito de medicinas en el que podemos encontrar todo aquello que necesitamos.[14]
El Concilio
Vaticano II subraya la idea de que, el Evangelio es la regla suprema para la
vida religiosa: “Desde los primeros tiempos de la Iglesia nunca faltaron
hombres y mujeres que, por medio de la práctica de los consejos evangélicos
quisieron seguir a Cristo con mayor libertad e imitarlo de más cerca y
condujeron cada uno de modo especifico, una vida consagrada a Dios.”[15]
El Evangelio como norma de vida se caracterizó en los santos de la vida
monástica como san Antonio, san Basilio, san Benito y los de Órdenes
mendicantes como santo Domingo de Osma y san Francisco de Asís, quienes insistieron
en el regreso radical al Evangelio. El Evangelio era la guía de su vida diaria.
Asimismo, cada carisma de la vida consagrada se radica en el Evangelio[16].
Sin el Evangelio como brújula, la vida consagrada pierde el sentido. Es su
inspiración y en él radica la importancia de volver a las raíces fundacionales
donde el carisma de cada instituto encuentra valor.
Es una vida que exige renuncia. La vida
consagrada exige renuncia de muchas cosas. Exige renuncia de la voluntad
personal para que se pueda hacer la voluntad de Dios. Al iniciar su vida
apostólica, Cristo reunió a su alrededor un grupo de discípulos. De ellos
eligió a los doce “para que estuvieran con Él y para enviarles a predicar” (Mc
3, 14). Todos los cristianos están llamados a seguir a Cristo y a predicar la
presencia del Reino de Dios, pero algunos son llamados por pura iniciativa
divina a reproducir de manera especial el mismo género de vida que Cristo vivió,
a prolongar y a representar en la Iglesia este modo de vivir en virginidad, en
obediencia y en pobreza[17].
Esta vocación exige la abnegación. Negarse a sí mismo como criterio evangélico
es convertirse, cambiar la mentalidad, es una conversión interior para fiarse
completamente en Jesucristo. Fiarse en Él es no tener otra garantía más que Él
mismo. Es tener la confianza absoluta que Jesús no nos puede engañar.
La abnegación
personal para seguir a Cristo en la vida consagrada está presente en el
magisterio del beato José Allamano. El Fundador advierte y exhorta a los
misioneros y misioneras de la Consolata que, la vida religiosa es una vocación
que viene de Dios. Se requiere muchas renuncias de parte del consagrado para
poder responder afirmativamente al llamado misionero. Hay que renunciar el
apego a la propia voluntad, el apego a las comodidades de diferente índole,
apego a la familia, entre otros. Esos apegos fácilmente pueden convertirse en
obstáculos para responder positivamente a la vocación recibida de Dios y a la
misión evangelizadora que el Señor nos encomienda día tras día. Ser libres de
los apegos hace que los consagrados y las consagradas puedan entregarse mejor
al Señor y a la misión evangelizadora de la Iglesia. Librarse de apegos requiere
desarrollar la consciencia de que, los ojos del consagrado y consagrada debe incesantemente
fijarse en Jesucristo, y cualquier circunstancia que estorbe ese camino merece
cortarse (Mt 5,30).
Conclusión
El año de la
vida consagrada es tiempo para que cada consagrado y consagrada evalúe el
pasado y el presente de su consagración. Es tiempo para hacer la introspección
a nivel personal y congregacional. La introspección personal implica que cada
consagrado y consagrada revise su compromiso personal con Jesucristo, el que
llama a los que quiere para que estén con El. Implica volver a estar más cerca
a Él que antes, ya que la consagración tiene sentido en la medida en que
estemos más cerca al que nos llama y destina. La introspección a nivel personal
es corregir los errores cometidos en el camino de cado uno, para así poder
afianzarse más en el Señor. La introspección congregacional es volver a la idea
primigenia de la Congregación, ya que el carisma es el que hace que los
miembros aporten de manera particular a la misión evangelizadora de la Iglesia.
Es buscar soluciones prácticas para los miembros que ya se encuentran en crisis
en su camino de consagración. Asimismo, es tiempo para agradecer al Señor por
el regalo del Fundador, de quien recibimos el carisma que nos hace lo que
somos: misioneros y misioneras de la Consolata.
[1] Cfr. Francisco I, Carta
Apostólica a todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada,
no. 1.
[2] Ibíd., no.2
[3] Ibíd., no.3
[4] Cfr. Alonso, La vida Consagrada,
p.17
[5] Concilio Ecuménico Vaticano
II, Constitución Dogmatica Lumen Gentium, no. 44.
[6] Ibíd., no. 46.
[7] Allamano, José, Así los
quiero, Espiritualidad y pedagogía misionera, p. 153.
[8] Ibíd., p. 37
[9] Ibíd., p. 38.
[10] Cfr. LG, no. 11
[11] Carta al primer Congreso Nacional
de Religiosos de Portugal, el 3 de abril de 1958.
[12] Allamano, José, Así los quiero, p. 103.
[13] Ibíd., p. 238.
[14] Ibíd., p. 240.
[15] Concilio Ecuménico Vaticano II,
Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa Perfectae Caritatis, no. 2.
[16] Cfr. Congregación para los
institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. II Carta a los
consagrados y consagradas en camino por los signos de Dios, p. 54.
[17] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano
II, Constitución Dogmatica Lumen Gentium sobre la Iglesia, no. 44, 46.
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