Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


martes, 6 de octubre de 2015

OCTUBRE MISIONERO



El mes de octubre está caracterizado en la Iglesia Católica entre otras razones por el impulso renovado a la actividad misionera. Comienza con la memoria litúrgica de Santa Teresita del Niño Jesús, quien es Patrona de las Misiones y termina con la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones el tercer domingo del mes. Se ha venido celebrando octubre como mes de misiones desde el año 1927 durante el pontificado de Pio XI, el papa de las misiones. Se celebró por primera vez en la historia de la Iglesia el Día Mundial de las Misiones popularmente llamado DOMUND, el penúltimo domingo de octubre.

La iglesia, como sacramento de salvación, se preocupa por la misión de propagar la fe y la salvación de Jesucristo (AG 5). No hay lugar a dudas que “la actividad misional fluye íntimamente de la naturaleza misma de la iglesia cuya fe salvífica propaga” (AG 6). Es deber de cada bautizado, además, contribuir a la misión evangelizadora de la Iglesia. La misión no tiene excepción; ella “exige a todos los bautizados reunirse en una sola grey, para poder dar, de esta forma, testimonio unánime de Cristo, su Señor, delante de todas las gentes” (AG 6).

Hay que despertar la consciencia sobre el deber evangelizador de los bautizados. El mes de octubre tiene como finalidad concientizar que la  misión de Jesucristo, que le confió a la Iglesia, todavía está aún lejos de cumplirse (RM 1). Hay que desarrollar la consciencia sobre los destinatarios de la misión de hoy. Los primeros son los fieles cristianos comprometidos con Cristo y la Iglesia. La Evangelización dirigida a éstos pretende ayudarlos a que crezcan más en su compromiso de fe. Las Iglesias locales en muchas veces en sus programas pastorales se han enfocada en este primer grupo, a veces olvidándose de los otros. El segundo grupo de destinatarios de la misión de la Iglesia son los cristianos que, por diferentes motivos abandonaron su fe cristiana y dejaron de reconocerse como cristianos católicos o decidieron vincularse a otras confesiones, cristianas y no cristianas. La evangelización dirigida a ellos se llama la Nueva Evangelización, requiere nueva expresión de fe, nuevos métodos y metodologías de llevar a ellos la Buena Nueva, y el testimonio de vida. Para que se aproxime a ellos, se pide una transición de los métodos caducos a otra forma de expresar y transmitir el mensaje evangélico. El tercer grupo de destinatarios son los no cristianos. Éstos son personas y pueblos que nunca habían recibido el Evangelio de Cristo y la Evangelización para ellos es el primer anuncio, esto es, el Kerygma.

Cada circunscripción eclesial tiene por lo menos dos de dichos destinatarios.  ¿Cómo será posible llegar a ellos? ¿Cómo es posible saber que existen? ¿Cómo convencerles de hacer parte de la iglesia? ¿Cómo llevarles el amor de Dios? El Octubre Misionero es propicio para desarrollar esa pasión por la misión, por salir de los esquemas conservadores de hacer la misión, hacia los planes pastorales que propicien el encuentro con los destinatarios. El mes de octubre también es propicio para desarrollar el amor a la misión Ad Gentes. La pasión por esta misión implica dos cosas: primero, ir directamente a los destinatarios que necesitan el primer anuncio,  que necesitan que se les anuncien el amor y misericordia de Dios, que necesitan conocer al Dios de Jesucristo. Segundo, cooperar con los misioneros y las misioneras quienes desempeñan directamente la labor en el campo de la misión. Se coopera con los enviados a través de oración, ofertas financieras, cooperación voluntaria, entre otros. Se busca que la misión de Cristo pueda conocerse en todos los rincones.


El Octubre Misionero, en síntesis, llama a todos los cristianos a revisar su compromiso misionero; todos lo recibieron en el bautismo.  Cristo nos mandó a todos y cada uno a pregonar su amor, su misericordia a los demás. A todos nos llama a salir de nuestras comodidades y derrumbar los esquemas sociales y mentales que nos impiden salir al encuentro con los de la otra orilla (Lc 8, 22; Mc 4, 35). Ellos son los que necesitan que se les predique que Cristo está vivo entre todos. Esta tarea nos compete a todos: hombres, mujeres, jóvenes, adultos, niños, obispos, sacerdotes, y laicos. 

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