Cuando
se aproxima el mes de mayo, muchas propagandas empiezan a circularse en muchos
canales de televisiones para recordarle a la gente la importancia de dicho mes.
En numerosos países, mayo es tradicionalmente conocido como el mes dentro del
cual se celebra el día de la madre. Por
tal razón, es considerado como el mes más bello y más esperanzador. Para los
cristianos católicos, es el mes más bello como María es la mujer más bella que
ha existido en el planeta.
El papa san Pablo VI en la carta Encíclica “Mense Maio”, atribuye de manera
impresionante lo bello de este mes a la virgen María. Según él, “el mes de mayo
es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde
el corazon de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su
oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono
descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina
misericordia.”[1] No
se puede afirmar que los cristianos católicos muestran su sentido de veneración
a la Virgen María únicamente en el mes de mayo, sino que lo especial de este
mes es que, toda la Iglesia pone su atención a la contemplación del papel de la
madre de Dios en la historia de nuestra salvación. Para ello, el mes de mayo es
tiempo de intensificar nuestras oraciones a Dios a través de María por las necesidades
propias y las del mundo entero. Es tiempo en el que la Iglesia invita a todos
los fieles a interiorizar e imitar las virtudes de María tanto a nivel personal como comunitario. Así que,
el rezo del rosario se vuelve muy importante durante este mes. A través de la
contemplación de diferentes misterios del rosario, María nos trae a Jesús a
nuestras vidas como lo trajo al mundo durante la Encarnación.
Es
importante tener en cuenta que, desde la edad media se consagró el mes de las
flores a la madre de Dios con el fin de rendirle culto a las virtudes y belleza
de la santísima virgen María. Sin embargo, vale precisar que el mes de mayo es también
una sustitución cristiana de las solemnidades paganas del mes en honor de la
flora. De hecho, todo el mes de mayo estaba consagrado a la diosa romana de las
flores llamada “maia”, madre de
vegetación y florecimiento, de cuyo nombre deriva el mes que universalmente
llamamos mayo.
Ahora
bien, ¿por qué María es tan especial para los cristianos católicos en el mes de
mayo? Lo especial de Ella se halla en su trascendentalidad en la Iglesia y en
la historia de nuestra salvación tal como se muestra a continuación:
María es camino seguro que conduce a Cristo.
Fuera
del amor que los cristianos católicos le tienen a la madre de Dios, ella es
considerada siempre como camino seguro y corto que nos lleva a Jesús. De hecho,
muchos cristianos católicos popularmente certifican esta convicción con este
refrán: “A Jesús por María.” Quiere decir, para llegar a Jesús de manera
segura, es importante pasar por su Madre. El papa san Pablo VI en su carta Encíclica
Mense Maio claramente atestigua esta
realidad al afirmar que “todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en
un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a
María si no un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo
nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí
abajo tienen el deber y experimentar sin cesar la necesidad de dirigirse como a
puerto de salvación y fuente trascendente de vida?”[2]
María
es un camino intermediario a través del cual el Salvador del mundo nos llega y
nos concede favores todos los que acudamos a Él por medio de su Madre. Es
preciso recordar la intervención de María durante las bodas de Caná con sus
palabras intercesoras: “Hagan lo que Él les diga.” (Jn 2:5). Ella dirigió esas
palabras consoladoras y esperanzadoras a los sirvientes de la boda en el
momento tan difícil, tan estresante, y tan dilemático por la carencia del vino,
bebida que alegraba la vida en cualquier boda judía. Esas palabras contienen
todo el anhelo, la vivencia y la misión de María, es decir, conducirnos a la
identificación con Jesucristo.
María
es el camino por excelencia hacia Jesucristo. El camino por el que Cristo llegó
al hombre debe tambien ser el camino por el que nosotros llegamos a Cristo.
Cristo vino a nosotros a través de la virgen María. Por eso, le damos a María
un lugar privilegiado en nuestra vida y confiamos a Ella nuestra entrega y
donación en el seguimiento de Jesucristo. Si la amamos, tambien amamos al Salvador
del mundo porque Jesús y María son inseparables. Los santos aprueban con su vida
la importancia de pasar por María para llegar a Jesús. Pues han sido hombres y
mujeres con gran devoción a Ella y muchos se han consagrado a Ella para que su
Hijo les condujera a la santidad.
María, modelo de oración
La
santísima virgen María es educadora del pueblo cristiano en la oración y en el
encuentro con Dios. Ella oraba sin desfallecer y la oración era la vida de su
alma y toda su vida era oración (Lc 2, 19-51). En el cenáculo ejerciendo su
función maternal, se reunía con los apóstoles y discípulos de su Hijo,
perseverando con ellos en la oración ensenándoles a disponer sus corazones para
acoger el Espíritu Santo, Don prometido de Jesucristo (Hech 1, 14). En este
sentido, María es Maestra de oración y ejemplo de cercanía a Dios.
Así que,
no hay lugar a dudas que el mes de mayo es tiempo de intensa y confiada oración
a Dios de parte de nosotros por medio de María. La oración no es otra cosa que la
relación personal de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su
Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones[3]. Normalmente es el dialogo
entre Dios misericordioso y el ser humano que reconoce a Él como su creador. En
resumen, la oración tiene que ver con caminar en la presencia de Dios, escuchar y obedecer su voz que suena en la consciencia del ser
humano.
En el mes de mayo, los cristianos católicos
acuden frecuentemente a Dios a través de María por medio del Rosario. La virgen
María siempre juega el papel de mediadora, aunque este rol no quita nada ni
agrega algo a la eficacia de Cristo,
único mediador entre Dios y los hombres (LG 62; 1Tm 2:5). Acerca de esto, el
Concilio Vaticano II precisa que, la santísima virgen María “(…) continua
alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con
amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrina, se debaten entre
peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la
patria feliz. Eso explica el por qué la Bienaventurada virgen María es invocada
en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (LG
62).
Al
tener en cuenta que la santísima virgen María es camino corto y seguro hacia
Jesús, los fieles católicos acuden a Ella con frecuencia con el motivo de
conseguir favores del Salvador del mundo. Ella es intercesora por antonomasia
por la Iglesia y por todo el pueblo de Dios salvado por su Hijo. Se acude a
Ella, entre otras cosas, para poder combatir el pecado, superar los dilemas que
se presentan en el diario vivir de la existencia humana, mantener la fidelidad
a su Hijo y obtener la conversión. Todo ello, hace que el mes de mayo sea
especial para la Iglesia que peregrina aquí en la tierra.
María, paradigma de fe
María
es ejemplo de los que escuchan la Palabra de Dios con un
corazon generoso y dan fruto con perseverancia (Lc 8, 15). Se ubica la
fe de María en el marco de la escucha de la Palabra de Dios. Ella puso su
confianza en Dios y colocó su porvenir en las manos del Todopoderoso para que
en Ella se cumpliera su voluntad. Podemos decir que la fe impulsó a María a
vivir la Palabra de Dios al pie de la letra. En la Encíclica Lumen Fidei, el papa Francisco hace
hincapié en la fe inquebrantable de la madre de Dios al explicar que “en la
plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María y ella la acogió
con todo su ser, en su corazon, para que tomase carne en Ella y naciese como
luz para los hombres.[4]”
En la actitud de fe de la Santísima Virgen, se ha
concentrado toda la esperanza del Antiguo Testamento en la llegada del
Salvador. Vale decir que “en María (…) se cumple la larga historia de fe del
Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando
por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento
de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva.[5]”
Al igual que Abraham que dejó su tierra confiado en la promesa de Dios, María
se abandona con total confianza en la palabra que le anuncia el Ángel, convirtiéndose
así en modelo de todos los creyentes y salvados por su Hijo.
No hay duda de que, por la fe la santísima virgen
María acogió la palabra del ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre
de Dios (cfr. Lc 1, 38). En la visita a santa Isabel
entonó el canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en
quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Junto con san José, llevó a
Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al
Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Esos episodios muestran que la Virgen es la mejor maestra de la fe,
pues siempre se mantuvo en una actitud de confianza y de visión sobrenatural. Ella
guardaba todas estas cosas
ponderándolas en su corazón (Lc 2,
19). Su camino de fe, aunque en
modo diverso, es parecido al de cada uno de nosotros: hay momentos de luz, pero
también momentos de cierta incertidumbre respecto a la Voluntad divina: cuando
encontraron a Jesús en el Templo, María y José no comprendieron lo que les dijo (Lc 2, 50).
Ahora bien, ¿Cómo responder siempre con una fe tan firme
como María, sin perder la confianza en Dios? La respuesta es sencilla: imitar
sus virtudes. La imitación de las virtudes de María es tratar de que, en la
vida de cada creyente esté presente esa actitud suya de fondo ante la cercanía
de Dios. Al igual que Ella, procuremos reunir en nuestro corazón todos los
acontecimientos que nos suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad
de Dios. María mira en profundidad y así entiende los diferentes
acontecimientos desde la comprensión que solo la fe puede dar y solucionar los
dilemas de nuestra vida. Imitar a María implica contemplar su vida con el
ejemplo de una vida coherente que muestra la autenticidad y veracidad de
nuestra vocación de seguidores de Jesucristo y de hijos de Dios.
[1] Pablo VI, Carta enc. Mense Maio, Librería Editrice Vaticana,
1965.
[2] Ibid., párrafo 2.
[4] Francisco, Carta enc. Lumen
Fidei, no. 58
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