No existe ningún misionero sin el dinamismo de salida
hacia otros. Ser misionero o misionera implica desplazarse hacia otros, bien
sea dentro del entorno propio o desemejante a ello. Dicho de otro modo, ser
misionero es salir al encuentro de otras personas y de otras culturas con el
fin de dar a conocer a Jesucristo y su mensaje de salvación. En pocas palabras,
los misioneros y misioneras son heraldos ambulantes del Evangelio de
Jesucristo. Es importante notar que, la salida como característica de la misión
es una realidad súper vieja[1]. La
misión y el dinamismo de salida siempre son realidades concomitantes. La misión
en salida coincide con la vida y la vocación propia de la Iglesia. A lo largo
de la historia misionera de la Iglesia, hay varios personas comprometidas,
santos y beatos que han sido prototipos de la misión en salida: los santos apóstoles,
san Pedro Claver, san Daniel Comboni, san Javier, san Junípero Serra, santa
Madre Laura Montoya, Madre Teresa de
Calcutta, beato José Allamano, beata Irene Stefani, Mateo Ricci, cardenal
Guillermo Massaia, entre otros. Se trata de hombres y mujeres que donaron su
vida para la evangelización de los pueblos. Todos los misioneros y las
misioneras dispersos por todo el mundo son ejemplos de la misión en salida.
Lo que implica el término “salida”
como característica de la vocación misionera
El misionero es la persona enviada en nombre de la
Iglesia para proclamar exclusivamente la Buena Nueva que es Jesucristo, único
Salvador del mundo. Esa misión, sin lugar a dudas, requiere una salida en todas
las dimensiones de la vida. No se puede hablar de que uno es misionero sin el
dinamismo de salida. Somos misioneros y misioneras de Jesucristo en la medida
en que tenemos la capacidad de salir para encontrarnos con nuestros hermanos y
hermanas que tienen la sed de Dios, o que tal vez no hayan tenido la
oportunidad de que se les comunique a Jesucristo. Por eso, el dinamismo de
salida es una condición sine qua non
para los discípulos misioneros de Jesucristo. Para que eso se dé, hay que tener
en cuenta lo siguiente:
Salida de las costumbres: El Señor nos llama a seguirle como misioneros y
misioneras desde nuestros ámbitos, desde el seno de nuestras culturas y
costumbres. No nos llama desde la nada. Nos llama para que estemos con Él y
para enviarnos a predicar (Mc 3, 14). Sin embargo, el envío que Jesús da a
todos los misioneros y misioneras les obliga a salir de sus esquemas condicionados
por la propia historia. Así que, nuestra vocación en salida requiere una salida
de costumbres que heredamos desde nuestros ámbitos familiares, continentales y
de nuestros países. Hay que aceptar que no es cosa fácil desarraigarnos de
nuestras costumbres y tradiciones que hemos adquirido desde que nacimos. El
arraigo de las costumbres en nuestro ser se percibe con esta frase comúnmente
utilizada: “siempre se ha hecho así”[2].
Esta frase sintetiza cuan se aferra a las costumbres. Muestra tambien la mentalidad indispuesta a cambiar. La
misma mentalidad ha hecho que haya dificultad en llevar a cabo la misión en
salida, vocación propia de los misioneros y misioneras de Jesucristo. Por eso,
es importante hacer el esfuerzo de salir del encerramiento de la propia
costumbre para poder dar el testimonio de Jesús y recibir el testimonio de los
demás más allá de nuestras fronteras.
Salida de los prejuicios: Los prejuicios son formas de juicios u opiniones
preconcebidos que muestran el rechazo hacia un individuo, un grupo o una
actitud social. Se trata de ideas preconcebidas que todos tenemos hacia los
demás, que cada cultura tiene hacia otras culturas. Se nota, a menudo, la
presencia de prejuicios con estas frases: “esas personas son así, esa cultura
es así, tenían que ser ellos o ellas”. Los prejuicios normalmente son grandes barreras
que afectan la interacción con otros, la apertura hacia otros, el encuentro con
otros diferentes, y el aprecio de otros totalmente diferentes del propio
ambiente. Para ello, la vocación misionera requiere cultivar una mentalidad que
aprecie a otros diferentes con su bagaje cultural. Requiere tener cabida en la
propia vida la mentalidad de que todos “somos iguales” porque tanto ellos como
nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Esa igualdad de hijos e
hijas de Dios es el punto de arranque para erradicar los prejuicios que hemos heredado
de nuestros contextos donde provenimos.
Salida de la mentalidad de la superioridad
de la propia cultura: Es
obvio que la cultura de uno parezca superior a las demás, pues la cultura es el
conjunto de sentidos y significaciones que informan la vida de un pueblo. Asimismo,
es el conjunto de significaciones persistentes y compartidas, adquiridas
mediante la filiación a un grupo social concreto, que llevan a interpretar los
estímulos del entorno según actividades, representaciones y comportamientos
valorados por esa comunidad: significados que tienden a proyectarse en
producciones y conductas coherentes con ellos. Para eso, cada cultura
particular tiende a tener ese orgullo de querer ponerse por encima de las demás,
y de dominarlas. La vocación misionera con su dinamismo de salida requiere
relativizar la propia cultura. No se trata de relegar la propia cultura a la
insignificancia, sino que versa sobre considerar la importancia de otras
culturas a la misma trascendencia que tiene la propia. Ese esfuerzo cultiva el
aprecio y la igualdad entre las culturas. Relativizar la cultura propia ayuda a
contrarrestar la mentalidad de superioridad cultural que se tiene hacia otras
culturas y hacia las personas provenientes de culturas diferentes.
Salida de la multiculturalidad a
la interculturalidad: El
Señor nos escoge para ser misioneros desde los ámbitos multiculturales. Son
ámbitos donde se evidencia la presencia de culturas heterogéneas donde a veces
no hay relaciones positivas y armónicas entre sí. Acordemos que la multiculturalidad
en sí es la diversidad de culturas dentro de un determinado espacio, local,
regional, nacional o internacional, sin que necesariamente tenga una relación
entre ellas. Si bien provenimos de sociedades donde se evidencia la pluralidad
de culturas, es cierto que podemos crecer y vivir sin aprecio hacia otros que
poseen la cultura diferente a la propia. Para ello, la vocación misionera
requiere hacer esfuerzo de salir del encerramiento de la multiculturalidad para
abrazar la interculturalidad. La interculturalidad es la relación positiva,
desinteresada y armónica que existe entre diferentes culturas. Las personas de
esas culturas aprenden lo positivo que hay en cada cultura. Esa relación
intercultural normalmente cultiva el aprecio de una cultura hacia la otra,
prepara la base para que haya igualdad y convivencia armónica en la sociedad
entera.
Salida del miedo de alejarse de la
comodidad del propio entorno:
Hay que ser sincero que a todos nos causa temor salir de nuestro ambiente. Él
nos protege, nos complace y nos acomoda. Podemos ser misioneros tanto adgentes como intergentes, es decir, fuera del propio entorno (departamento,
continente, país, región, etc.), o dentro del propio contexto (País, Iglesia
local, etc.). En ambas realidades, se necesita la salida de la comodidad que nos proporciona
nuestro propio entorno en el que crecimos. Hay siempre ese miedo de salir, pues
la salida implica perder la comodidad que nuestros ambientes nos dan. La
vocación misionera demanda sacudir con constancia ese miedo. Pedro es ejemplo
de eso (Hch, 10, 9-33). Se trata del miedo de comer los alimentos que no
estaban prescritos en la ley de Moisés (Hch, 10,14), y el miedo de juntarse con
los extranjeros (Hch, 10, 28). Eso sucedió en su visión del encuentro con el
centurión Cornelio. El miedo de comer lo que no era prescrito en su cultura,
tal vez impediría el encuentro con Cornelio. Otro ejemplo de miedo de salir de
la comodidad nos lo da el episodio del Concilio de Jerusalén donde Pablo y Bernabé estuvieron presentes (Hch 15,
1-19). Se trata del asunto de que si era necesaria la circuncisión de los
gentiles para obtener la salvación (Hch, 15, 1). Algunos judíos que habían
abrazado la fe querían que los que no
eran judíos debían circuncidarse para poder obtener la salvación de Jesucristo.
Se trata del miedo de relativizar las propias creencias para poder encontrarse
con otros y estar a la par con ellos. La aclaración del Concilio de Jerusalén muestra
que la salvación solo depende de la gracia de Jesucristo, único Salvador del
mundo (Hch, 15, 11). Pues, la vocación misionera necesita salir de la comodidad
y proteccion que nuestro entorno nos proporciona a fin de encontrarse
gozosamente con aquellos a los cuales el Señor nos envía para su misión.
Todo eso muestra que la salida es una característica
propia de la vocación misionera. Su esencia propia es el movimiento constante
hacia afuera. Vale notar que la misión hacia afuera “significa movimiento de
amor evangelizador más allá de lo que es familiar, conocido, hacia la
diversidad; más allá de las fronteras…significa proseguir el camino centrifugo
de Jesús, enviado del Padre con la fuerza del Espíritu”[3].
El dinamismo de salida en la
Sagrada Escritura
El dinamismo de salida como característica propia de
la misión de Dios está presente en la Sagrada Escritura. “En la Palabra de Dios
aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios provoca en los
creyentes”[4].
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el dinamismo de salida es muy
evidente. Se ve en Abrahán, patriarca de la fe. A él el Señor le dijo: “sal de
tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y vete al país que yo te indicaré
(Gen 12, 1-2). Moisés es otra figura que recibió de Dios la vocación de salida.
Dios le dijo: “Anda; yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi
pueblo, a los israelitas” (Ex 3,10). A través de este dinamismo de salida, Dios
a través de Moisés hizo que el pueblo de Israel saliera de Egipto hacia la
tierra prometida (Ex 3, 17). Los profetas tambien recibieron esta vocación en
salida. Ellos se hicieron portavoces de Dios con un pueblo cuya situación
sociopolítica, religiosa era de lo más deprimente. A Isaías le dijo Dios: “¿a quién
enviaré” (Is 6:8), y él respondió: “aquí estoy yo, mándame a mí” (Is 6,9). Dios
le dijo: Vete y dile a este pueblo” (6:9). La vocación del profeta Isaías tenía
que ver con ponerse en movimiento hacia el pueblo de Israel para comunicar el
mensaje de Dios que le invitaba a la conversión.
El dinamismo de salida esta evidente en la vocación
del profeta Jeremías. A él le dijo el Señor: “no digas: ¡soy joven!, porque a
donde yo te envíe, irás y todo lo que yo te ordene, dirás” (Jer 1,7). Asimismo,
el Señor le dijo a Ezequiel: “Hijo del hombre, yo te envío a los israelitas, a
un pueblo rebelde (Eze 2, 3). En resumen, la misión en salida siempre caracterizó
la labor de los profetas. Ellos actuaron como intermediarios entre Dios y el
pueblo de Israel. Eran portavoces de Dios contra la desobediencia del pueblo
escogido. Por eso, el dinamismo de salida era lo característico de su misión.
El dinamismo de salida que está en el Nuevo Testamento
obedece el mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean
mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). En
esta pericopa, el Resucitado antes de su ascensión, invitó a sus apóstoles y a
todos sus discípulos a predicar el Evangelio por todas partes para que la fe en
Él se difundiera en cada rincón de la tierra. Se trata de una invitación a
abrazar el dinamismo de salida hacia cada rincón para dar a conocer a Jesús y
su mensaje salvífico.
Jesucristo, es el prototipo por excelencia de la
misión en salida. Cristo, “ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo
ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su
existencia terrena”[5].
Su ministerio público está lleno del dinamismo de salida. Todo el tiempo se
mantenía en movimiento constante hacia otros lugares predicando, curando a los
enfermos y consolando a los afligidos. De igual manera, con constancia pasaba a
la otra orilla para predicar la Buena Nueva: “Vayamos a otra parte, a predicar
tambien en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”. (Mc 1, 38; Lc
4, 42). La otra orilla representa ese movimiento constante de un lugar al otro
con una sola misión: la predicación del Evangelio, el anuncio del Reino de Dios
que se sintetiza en la persona de Jesucristo. Por lo general, el ministerio
público de Jesús se caracterizaba por la itinerancia.
El dinamismo de salida caracterizó tambien la misión
de los apóstoles y los demás discípulos de Jesús. Apenas Jesús escogió a sus
apóstoles, los envió inmediatamente a anunciar la llegada del Reino de Dios: “No vayan a los gentiles ni a los samaritanos, sino solo al pueblo de
Israel, las ovejas perdidas de Dios. Vayan y anúncienles que el
Reino del cielo está cerca”. (Mt 10,7). De igual forma, el Señor Jesús envió a
los setenta y dos discípulos para predicar. Los envió de dos en
dos a los lugares adonde el Señor pensaba ir (Lc 10,1). Los apóstoles después
de la ascensión de Jesús siguieron el mandato de hacer que otros se hicieran discípulos
del Maestro hasta los confines del mundo. Pedro y Pablo, y los demás apóstoles
pusieron en práctica esta misión en salida, obedeciendo el mandato que habían
recibido del Señor.
El dinamismo de salida en la
Iglesia
Vale constatar que la misión en salida hacia otros
pueblos y culturas es la vocación propia de la Iglesia. La Iglesia cuya cabeza
es Cristo está consciente de las palabras de Él: “Es preciso que anuncie
tambien el reino de Dios en otras ciudades” (Lc 4, 43). Sin duda alguna, esas
palabras que certifican el constante movimiento hacia otros lugares “se aplican
con toda verdad a ella misma”[6]. Es decir, el desplazamiento hacia otros lugares,
otras personas y otras culturas es la vocación propia de la Iglesia y su propia
identidad. La esencia de la Iglesia es evangelizar, “es decir, para predicar y
enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios,
perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y
resurrección gloriosa”[7]. Nos
explica el beato Pablo VI que la evangelización se entiende “en términos de
anuncio de Cristo a aquellos que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de
bautismo y de administración de los otros sacramentos”[8].
Hay vínculos estrechos entre la Iglesia y la evangelización. La Iglesia en sí
nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los doce apóstoles. Puesto que
ella nació de la misión evangelizadora de Cristo, es tambien enviada por Él.
Cristo siempre envía a la Iglesia para prolongar y continuar su misión
salvífica en el mundo. Por ser enviada, ella tambien envía a los
evangelizadores y evangelizadoras para predicar el mismo mensaje que ella recibió
y transmitirlo con fidelidad a cada rincón del mundo.
De acuerdo al contexto actual, la evangelización que
es la misión propia de la Iglesia puede entenderse y distinguirse en tres
situaciones:
Misión adgentes: Se dirige a grupos humanos, contextos
socio-culturales, países donde Cristo y su Evangelio no son conocidos. Se
dirige tambien la misión adgentes “donde faltan comunidades cristianas
suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y
poder anunciarla a otros grupos[9].
Se trata de una misión con el fin de dar a conocer a Cristo entre las personas
que no tienen ninguna idea de quién es Él.
Acción pastoral: Es una actividad misionera para los fieles
cristianos comprometidos con Cristo. Se dirige a comunidades cristianas con
estructuras solidas, con fervor de fe y vida, con capacidad de dar testimonio
en su propio ambiente y se comprometen con la misión universal. La acción
pastoral ayuda a que ellos cada vez más crezcan en la fe, esperanza y caridad, alimentados
por la Palabra de Dios y los sacramentos. La acción pastoral ayuda a que
conozcan más a Jesucristo, se comprometan más con Él y lo incorporan en todas
las dimensiones de su vida y así puedan dar testimonio de Él a los demás.
Nueva Evangelización: Se trata de una acción evangelizadora que se dirige a
los “exfieles cristianos, es decir, las personas, o pueblos que dejaron de
reconocerse como cristianos, le dieron espalda a la Iglesia, cayeron en una
situación de indiferencia o pasaron a vivir otras experiencias religiosas no católicas”[10]. El
fenómeno de la nueva evangelización se da “especialmente en los países de
antigua cristiandad, pero a veces tambien en las iglesias más jóvenes, donde
grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no
se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de
Cristo y de su Evangelio”[11]. Ella
busca revisar métodos caducos de transmitir la fe, pretende encontrar nueva
manera de expresión y obtener un nuevo espíritu para seducir y atraer de nuevo
a los indiferentes y exfieles a la profesión de fe.
La misión evangelizadora de la Iglesia debe aplicarse
a esos tres destinatarios. Lo cierto es que se ha dedicado con mucho esfuerzo a
los fieles comprometidos, olvidándose de los otros, es decir, los exfieles y
los que todavía no conocen a Cristo. La misión en salida no puede excluir a ninguno.
Se dirige a los comprometidos en la fe para ayudarlos a crecer más en el amor y
conocimiento de Cristo. El dinamismo en salida de la Iglesia se dirige a los que cayeron en la indiferencia religiosa
con el fin de entrar en dialogo cuya meta es atraerlos de nuevo a la profesión
de fe. La salida para los que todavía no conocen y no han aceptado a Cristo
debe tener la meta de hacer que Cristo y su mensaje sean conocidos entre ellos.
Para llevar a cabo la evangelización en esos tres
contextos, es importante desarrollar una pastoral en salida. Se trata de un
movimiento desde adentro hacia afuera. Ella permite la transición de una
pastoral de conservación a una pastoral de difusión. Vale conservar lo que hay,
pero tambien es importante ir al encuentro de aquellos que todavía no han
conocido a Cristo, a los que se han dado la espalda a la Iglesia y a los que
dudan la veracidad de ella. La pastoral en salida radica en la necesidad de que
haya “un movimiento de una pastoral de la conservación de la fe de los
cristianos a una pastoral evangelizadora y misionera que no se agota en los
buenos cristianos sino que difunde la fe allí donde no hay”[12].
Hay que aceptar que no es nada fácil salir de una
pastoral conservadora porque nos brinda seguridad. Donde es posible, la
pastoral evangelizadora implica revisar con constancia los métodos caducos de la
evangelización que se ha tenido. Implica va más allá de pensar que la única
manera de hacer la pastoral es solo la sacramentalización. Implica un
movimiento de acercamiento evangelizador hacia quienes no se consideren parte
de la Iglesia que se encuentran en nuestras circunscripciones eclesiales.
Implica tener la consciencia misionera de todos los componentes de la comunidad
cristiana.
Todos los misioneros y consagrados son
agentes de la misión en salida
Aunque todos los discípulos de Cristo en virtud del bautismo
les incumba la tarea de propagar la fe según su condición, Cristo, Señor, de
entre los discípulos, llama siempre a los que quiere, para que los acompañen y
para enviarlos a predicar a las gentes[13].
Esta vocación especifica y especial de salida pertenece a todos los consagrados
y misioneros. Los misioneros y misioneras dotados de esta vocación son
“enviados por la autoridad legítima, se dirigen por la fe y obediencia a los
que están alejados de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados,
como ministros del Evangelio”[14].
Asi pues, el movimiento constante hacia las gentes hace parte del ser y
quehacer de todos los consagrados y misioneros. Para ello, la vocación
religioso-misionera “siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos
nuevos y valientes[15].
El éxito y la eficacia de la misión en salida de los
misioneros se dan a través del testimonio. Los misioneros predican más con el
testimonio, pues es un elemento primordial para llevar a cabo la
evangelización. El testimonio de los consagrados que se da a través de la
vivencia de los votos de obediencia, pobreza y castidad es “una predicación
elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad,
sensibles a ciertos valores”[16].
El testimonio es un arma poderosa que siempre confirma la autenticidad del
mensaje predicado a través de la vivencia de quien lo predica.
Conclusión
Los discípulos misioneros de Jesucristo saben que Él
camina con ellos y trabaja con ellos. Saben que les habla constantemente sobre
la necesidad de prolongar su misión en el mundo. Las palabras de Jesús de “id y
haced que todos los pueblos sean mis discípulos” constantemente resuenan en los
corazones de los discípulos para renovar su compromiso y su ardor
evangelizador. Por eso, la misión en salida es vocación de todos los bautizados,
pero exclusivamente es identidad de quienes han consagrado y donado su vida a
Dios a través de la vida consagrada.
[1] Cfr. Castro, Luis Augusto, La misión
en salida y sus rostros maravillosos, La visión misionera integral del papa
Francisco, pg. 7.
[2] Ibid,. pg. 21.
[3] Ibid,. pg. 28.
[4] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, La alegría del
Evangelio, no. 20
[5] Pablo VI, Anuncio del Evangelio
hoy, no. 7.
[6] Ibid., no. 14.
[7] Ibid., no. 14.
[8] Ibid., No. 17.
[9] Juan Pablo II, Redemptoris Missio,
Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero, no. 33.
[10] Castro, Luis Augusto, La misión en
y desde el continente, pg. 28.
[11] Juan Pablo II, Redemptoris Missio,
no. 33.
[12] Castro, La misión en salida y
sus rostros maravillosos, La visión misionera integral del papa Francisco, pg. 149.
[13] Cfr. Decr. Adgentes, sobre la
actividad misionera de la Iglesia, no. 23.
[14] Ibid., no. 23.
[15] Juan Pablo II, Redemptoris Missio,
no. 66.
[16] Pablo VI, Anuncio del Evangelio
hoy, no. 69.
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