No hay lugar a dudas de que el beato José Allamano tenía
gran devoción a la virgen Consolata. Solía decirles a los misioneros y
misioneras de que, “la virgen, bajo todas sus advocaciones es una sola; pero
ustedes séanle devotos, especialmente bajo el título de “Consolata”[1].
El fundador de misioneros y misioneras de la Consolata amaba a la virgen y se
enorgullecía de ella. Momentos tras momentos no dejaba de hablar de la
confianza que siempre depositaba en ella: “creo que faltaría a mi deber y a mi
especial afecto a la santísima virgen, si no aprovechara de todas ocasiones
propicias para hablar de ella”[2]. La Consolata se convirtió en inspiradora del
ser y quehacer del beato José Allamano.
El itinerario de la vida del beato José Allamano muestra
que se empapó del amor de la Consolata. Se hizo instrumento de Dios tomando a la
Consolata como modelo. Se consagró totalmente a Ella y la consideraba su propia
madre. La Consolata no era madre sólo para él, sino también para los misioneros
y misioneras de la Consolata. Reiteraba con frecuencia esta afirmación: “la
santísima virgen bajo este título, no es acaso nuestra madre y no somos
nosotros sus hijos e hijas? Decía eso porque lo tenía claro que él era hijo amado
de María. La convicción del amor incondicional de la Consolata hizo que les
dijera a los misioneros y las misioneras de que, Ella era una madre que nos amaba
a todos “como la pupila de sus ojos, que pensó en nuestro instituto, lo sostuvo
en todos estos años material y espiritualmente, y siempre está lista para
responder a nuestras necesidades[3].
Es evidente que el beato José Allamano se confió y
apoyó en la Consolata. Sus proyectos de vida los depositaba en sus manos,
inclusive el de la fundación del Instituto. Para ello, la consideró la
verdadera fundadora del Instituto. Siendo ella la fundadora, le encomendó todo
el porvenir del Instituto. A ella le encargó los desafíos que el instituto
naciente podía encontrar en su progreso, a ella le recomendó lo económico del
instituto. Atribuía el éxito y las gracias que el instituto había recibido a
ella. En resumen, la Consolata se encargaba del todo del bienestar del
Instituto misionero de la Consolata. En incontables ocasiones el fundador
afirmaba: “No hay dudas de que todo lo que se hizo es obra de la santísima
Consolata. Ella hizo por este instituto milagros cotidianos, hizo hablar a las
piedras llover dinero. En los momentos dolorosos, la virgen intervino siempre
de forma extraordinario…nunca he perdido ni el sueño ni el apetito por los
gastos enormes del Instituto y de las misiones. Digo a la santísima Consolata:
“¡Ocúpate tu![4]”
Esa confianza en el amor materno y providencial de María no era por casualidad,
sino que fruto de una experiencia personal que el beato José Allamano había
tenido a lo largo de su vida, tanto en su experiencia de creyente como en su
ministerio sacerdotal. Por eso, quiso que
los misioneros y misioneras de la Consolata tuvieran la misma
experiencia a nivel personal, comunitario y congregacional.
El amor inquebrantable y la devoción extraordinaria
que le tenía a la Consolata hicieron que el beato José Allamano encomendara a
sus misioneros y misioneras a fiarse en ella por las siguientes razones:
María es Reina de misioneros y
misioneras: Es importante notar
que el reinado de María no se fundamenta en motivos de jactancia, sino que se
basa teológicamente en su divina maternidad y en su función de ser corredentora
del género humano. En la piedad popular, se repite con frecuencia el rezo de la
Salve: Dios te salve Reina como el reconocimiento y la proclamación de su
realeza. Vale tener en cuenta que etimológicamente la palabra reina o rey
deriva del verbo latino regere, que
significa ordenar las cosas a su propio fin. El rey o la reina tienen el oficio
de gobernar a la sociedad para que ésta alcance su fin deseado. El significado
de la palabra rey o reina tiene múltiples acepciones. Por ejemplo, se puede ser
reina de tres formas: la que es reina en sí misma, la que es esposa del rey, y
la que es madre del rey. La virgen María es reina por los dos últimos títulos:
por su relación con Dios y con Cristo.
La virgen María
no es Reina en sí misma, sino por su divina maternidad y por ser Corredentora
del género humano. Se entiende su divina maternidad desde la Sagrada Escritura
donde se dice que Ella concebirá el Hijo que será llamado el del Altísimo y a Él
le dará el Señor Dios el trono de David su padre y en la casa de Jacob reinará
eternamente y su reinado no tendrá fin (Lc 1, 31-33). Y a María se le llama
madre del Señor (Lc, 1, 43). Aquí se puede deducir que Ella es Reina, pues engendró
a un hijo que era Rey y Señor de todas las cosas. Fuera de eso, la virgen María
es Reina porque cooperó a la obra de nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo
Adán, es Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también nuestro Redentor, con
cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina no sólo por ser madre de
Dios, sino también nueva Eva. Su papel en la salvación no es secundario, sino
íntimamente unido al de Cristo.
Así que, el beato José Allamano afirmaba que María era
Reina de los misioneros y misioneras. Por Ella seguramente se llega a Jesús y así
coopera para que la sangre de su Hijo no se derrame en vano[5]. Los
misioneros y las misioneras colaboran en la salvación del mundo, pero tambien
necesitan salvarse. Necesitan llenarse de Dios para poder mostrárselo a los
demás. El camino seguro para llegar a Jesús es a través de María. Asimismo,
para alcanzar la santificación se requiere pasar por Ella porque “quien quiera
alcanzar la santidad sin la virgen, es como quien pretende volar sin alas”[6].
Por lo tanto, se acude a María para obtener la gracia santificadora que viene
del único Salvador del mundo.
La Consolata es Nuestra: La devoción a la virgen Consolata les compete a los
misioneros y misioneras de la Consolata, pues es nuestra Madre y Fundadora. Ella
es invocada con muchas advocaciones, pero los misioneros y misioneras de la
Consolata somos devotos especialmente a Ella con un titulo especial “la
Consolata”. Ella es nuestra y “tenemos que ser felices de tenerla como
protectora”[7].
Por ella somos lo que somos en la Iglesia, por el nombre Consolata nos conocen
como evangelizadores entregados para la consolación de los pueblos periféricos,
por el nombre Consolata, muchas iglesias locales nos consideran expertas en la
misión evangelizadora de la iglesia universal. Este nombre que lleva el
Instituto debe suscitar el orgullo de “pertenecer a la virgen bajo este título”.[8]
La celebración de la fiesta de la Consolata es una de
las ocasiones a través de las cuales los misioneros y misioneras de la
Consolata muestran su devoción y amor filial a Ella. Esta fiesta normalmente
está precedida por la novena que se realiza para preparar bien la celebración
de la fiesta de la fundadora. Pues, “si celebramos con intensidad de amor todas
las fiestas de la virgen, con cuánta más razón ésta que es “nuestra” fiesta, es
decir nos pertenece de modo particular”[9].
Eso implica prepararla bien tal como lo pide el beato José Allamano: “! Basta saber
que nos acercamos a festejar a nuestra querida Madre para que esté todo dicho!
Para nosotros, hijos e hijas predilectos de la Consolata, ¿es importante esta
fiesta? ¡Es todo! No, no quiero decirles que deben prepararse; estoy seguro de
que todos están bien dispuestos para hacer bien la novena y celebrar con
entusiasmo la fiesta”[10].
Al celebrar la fiesta de la Consolata, pidamos al
beato José Allamano, nuestro fundador quien puso toda confianza en la
Consolata, que interceda por todos los misioneros y las misioneras para que
puedan sentir el amor consolador de María para poder consolar a los demás que
el Señor les ha confiado.
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