Tertuliano, padre de la Iglesia y prolífico escritor,
hace muchos años escribió que “la sangre de los mártires es la semilla de los
cristianos.” La razón es que su testimonio y perseverancia en el seguimiento de
Cristo llevan a otros a abrazar el mensaje del Evangelio. El 3 de junio de cada año, la Iglesia
universal honra el heroísmo de 22 mártires de Uganda. Su entrega y sacrificio marcaron
el inicio de la nueva época del cristianismo, no sólo en Uganda, sino también en el resto del continente africano. Es importante
notar que, en el martirologio de la Iglesia, los únicos mártires del África antigua
eran los mártires escilitanos, los mártires cartagineses,
los mártires de la “blanca multitud” de Útice, recordados por san Agustín y Prudencio en sus memorias, los
mártires de Egipto ensalzados en los escritos y elogio de san Juan Crisóstomo,
y los mártires de la persecución de los vándalos. A ellos, entre 1885 y 1887 se
les sumó el grupo de 22 gloriosos mártires de Uganda encabezado por Carlos
Lwanga y Matias Mulumba.
La historia de su martirio no dejó de
conmover y sorprender al mundo y a la Iglesia universal. Fue sorpresa porque
todos estos mártires fueron catecúmenos que apenas habían sido introducidos a
la fe cristiano-católica. La mayoría eran jóvenes con pocos años y poca experiencia
en el seguimiento de Cristo. A pesar de eso, lavaron sus vestiduras y las
blanquearon en la sangre del cordero (Apocalipsis 7:14). Es importante tener en
cuenta que, los padres blancos quienes fueron los primeros misioneros católicos
en pisar la tierra ugandesa y quienes evangelizaban a esos mártires, llegaron a
Uganda el 17 de febrero de 1879. El martirio de éstos ocurrió entre 1885 y
1887. Es decir, en tan sólo 8 años de la siembra de la semilla del Evangelio de
Jesucristo en ese país, sucedió el martirio de esos gloriosos mártires de la
Iglesia.
La sorpresa de su martirio fue expresada
por el beato Pablo VI durante la canonización de estos mártires que tuvo lugar
en Roma: “¿Quién hubiera podido imaginar que aquellos ilustres mártires y
confesores africanos, tan conocidos y recordados, como Cipriano, Felicidad y
Perpetua, y Agustín, aquel gran hombre, añadiríamos un día los nombres tan
queridos de Carlos Lwanga, de Matias Mulumba Kalemba y de sus veinte compañeros?....estos
mártires africanos significan, en verdad, el inicio de una nueva era[1]”
No hay lugar a dudas que los mártires de Uganda abrió
una nueva era en la historia del cristianismo en el continente africano. Su
testimonio de fe se volvió herramienta para la evangelización de dicho
continente. La fe se fue creciendo gracias al testimonio y amor inquebrantable
a Jesucristo. Ahora son más de 50 años (De 18 de octubre de 1964 hasta hoy) desde
que fueron canonizados y más de 130 años (de 1885, año en que el primer mártir ugandés
fue sacrificado) desde que fueron martirizados, pero los frutos de su sangre se
ve en el crecimiento del cristianismo tanto en Uganda como en el resto del continente.
Uganda, en particular, se convirtió en un país cristiano. Según el censo
realizado en 2014, el 85 % de la populación ugandesa es cristiana, de los
cuales el 50 % es católico, el 35% es de otras denominaciones cristianas. Ese crecimiento
en la fe se refleja también a nivel continental. Alrededor de 1900, eran diez
millones de cristianos en todo el continente africano, pero ahora se estima que
son más de 500 millones de cristianos en el continente que constituyen por
menos el 24 % de los cristianos a nivel mundial. Eso hace que el continente
africano sea catalogado como el de esperanza para toda la Iglesia universal.
La sangre de los mártires de Uganda abrió el nuevo capítulo
para la Iglesia en el continente. La iglesia en África cuenta con ministros
propios quienes a nivel local perpetúan la obra de evangelización. Cuenta con
catequistas quienes desde el inicio han sido un instrumento idóneo para la evangelización.
Gracias a la abundancia de vocaciones a la vida consagrada y a la vida sacerdotal,
la Iglesia africana ha podido mandar a sus hijos e hijas como misioneros a
otros continentes. Sus hijos e hijas están dispersos por todos los rincones del
mundo dando testimonio del amor y la misericordia de Dios. Muchos africanos, además
de ser misioneros en otras latitudes del mundo, han también derramado su sangre
como mártires en las tierras de misión.
Que la sangre de los mártires de Uganda siga siendo la semilla del cristianismo en África y que su
heroísmo en el seguimiento de Cristo, siga siendo la herramienta para la obra
evangelizadora de la Iglesia tanto en el continente como en otras partes del
mundo. Que Carlos Lwanga y sus compañeros intercedan por nosotros.
[1] Parte de la homilía del papa Pablo
VI durante la canonización de los 22 mártires de Uganda, el 18 de octubre de
1964.
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