Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


domingo, 31 de julio de 2016

LA MUJER AFROCOLOMBIANA, TEJEDORA DE CONVIVENCIAS INTERCULTURALES


Colombia es, a grosso modo, una nación multicultural y pluriétnica, esto significa que en el territorio colombiano conviven y se relacionan varias etnias y multiplicidad de culturas. Existen los mestizos, indígenas, afrocolombianos y gitanos (Aristizábal, 2000). Aunque sea evidente la multiculturalidad en Colombia, muchos no la han asimilado. Muchos son reacios a ella y eso ha ocasionado la exclusión del Otro, la homogeneización, la estigmatización, la diseminación, la invisibilización y la negación de la pluriculturalidad so pretexto del orden, la unidad, el desarrollo, y la civilización  (Magendzo, 2006). De ahí que, surge la necesidad de abogar por la interculturalidad. El proyecto de la interculturalidad busca que las sociedades multiculturales puedan vivir de un modo distinto, trabajar por una revolución del sentido de vida. La mujer afrocolombiana a través de sus actividades diarias teje las relaciones con diferentes personas, y así transmite la cultura de una generación a la otra y se encuentra con otros mundos culturales donde ella les presenta y representa la suya.

ASPECTOS CON LOS QUE LA MUJER AFROCOLOMBIANA TEJE LA INTERCULTURALIDAD

De entrada, es importante hacernos la pregunta: ¿De qué se trata el concepto de la interculturalidad? Según Walsh (2009), no es otra cosa que el contacto e intercambio entre culturas en cuanto a la igualdad y equidad. El concepto de interculturalidad, para Aparicio (2002) fomenta la relación entre las diversas culturas en una sociedad culturalmente heterogénea, y promueve la aceptación de la cultura minoritaria de parte de la mayoritaria. UNESCO (2005) hace hincapié en que el fenómeno de la interculturalidad debe pensarse como la presencia, la interacción equitativa de disímiles culturas y la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, adquiridas por medio del diálogo y de una actitud de respeto mutuo.  La interculturalidad es, pues, un proyecto que se construye con el fin de lograr la convivencia anhelada en una sociedad habitada por sujetos de culturas múltiples. No se debe pensar para favorecer a unos pocos, ni para hacer que unas culturas prevalezcan sobre las otras; debe ser para todos, de suerte que, en conjunto, se pueda vivir y convivir de forma armoniosa y sin tensiones.

La mujer afrocolombiana juega roles protagónicos en la promoción de convivencias interculturales; trata de idear estrategias a través de sus quehaceres diarios, que permitan conseguirlas. Los aspectos que la mujer afrocolombiana idea para la construcción de convivencias interculturales son: la venta ambulante, la música, la danza y la gastronomía. Se elaborará a continuación cada aspecto y cómo a través de cada uno, la mujer afrocolombiana teje la convivencia intercultural. Ésta, no lo hace sólo para ella, ni únicamente para su pueblo, sino que lo hace por todos.

 

La Venta Ambulante

La venta ambulante es un modo de trabajo sin sitio fijo; se lleva a cabo en espacios no establecidos: hoy se vende por aquí, mañana puede ser en otro territorio diferente. El trabajo se realiza, en gran parte, en las calles de las urbes; por eso se le llama venta callejera. Los vendedores ambulantes son, en su mayoría, mujeres afrocolombianas, se desplazan de forma constante a diferentes espacios para encontrarse con personas a las que pueden ofrecer sus productos, se mueven también para darse conocer a su clientela y encontrarles el gusto por sus productos.

La mujer afrocolombiana se asocia siempre con la venta ambulante; se instala, a través de ella, como tejedora idónea de convivencias interculturales. Esta venta sirve para reflexionar acerca de la realidad de la mayoría de las mujeres afro quienes, a diario, caminan con sus carretas llenas de frutas, pelan mangos, preparan cocadas, venden salpicón, chontaduro, piña, coco, sandía, jugo de borojó, etc. Les sirve para sobrevivir en la incertidumbre de una vida difícil en las grandes ciudades, buscan, con estas ventas, la supervivencia y la independencia económica que no encontrarían en otros modos de trabajo.

La venta ambulante ha sido el modo de trabajo más antiguo que ha caracterizado a la mujer afrocolombiana, igual que los oficios domésticos y el trabajo en restaurantes. Esta forma de trabajo acompaña a la mujer afro desde que llegó esclavizada a tierra colombiana en el siglo XVI. Las normas del periodo de la esclavitud acerca del comportamiento de los africanos esclavizados en el trabajo se explicitaron en los códigos que regulaban su ser y hacer. Se normalizó jurídicamente el yugo esclavizador y se estableció la segregación laboral sobre todos los esclavizados, las esclavizadas y sus descendientes. La corona española, con la regulación de Santo Domingo del 12 de octubre de 1538 se declaró de forma categórica:

(…) Se prohíbe bajo las más severas penas que ningún negro o pardo tercerón pueda ejercer arte ni profesión alguna que deban quedar reservadas para las personas blancas. También el acceso de negros y pardos hasta la quinta generación, a las ciencias. La gente de color ha de seguir la profesión de sus padres: la agricultura, la pesca, la minería, o la venta al por menor de frutos de la primera necesidad y el ejercicio de portadores o cargadores llamados borriqueros (…)  (Meza, 2003, p. 59).

Aquí se puede evidenciar la historia de la marginación laboral de los afrocolombianos, ésta se construyó, a través de la historia, es la lógica de la etnización y la división de ciertas actividades económicas aptas sólo para los afros y otras reservadas para los blanco-mestizos. La mentalidad de la etnización laboral reinó en tiempos de la esclavitud y sigue teniendo impactos en el presente. Wade (1997) está de acuerdo con la tesis al aclarar que las actividades designadas para el hombre afrocolombiano siempre fueron la construcción y la vigilancia,  mientras, para las mujeres la suerte fue la venta ambulante, los servicios domésticos y el trabajo en restaurantes.

La venta ambulante se convirtió en una forma de trabajo específico para los descendientes de africanos en Colombia; lo desarrollaron, en especial, “las mujeres quienes recorrieron las calles de ciudades y poblados, pregonando los productos cultivados en el campo y los dulces que ellas mismas elaboraban y que vendían luego en plazas de mercado y de puerta en puerta” (Bowser, 1977, y Gutiérrez, 2000, citados por Meza, 2003, p. 78). Esta venta ocupaba mano de obra libre y daba relativa independencia, en contraste con otras actividades de las mujeres afro, como los servicios domésticos.

La venta ambulante, como actividad económica con la que la gran parte de las mujeres afrocolombianas se identificaban durante el tiempo colonial, no dejó de existir con el fin de la colonia y la esclavitud. Esto continuó como modo de trabajo para la mayoría de las mujeres afro hasta el tiempo presente. No obstante, no todo es jardín de rosas para la mujer afrocolombiana al llevar a cabo esta labor, ella acostumbra enfrentar un sinnúmero de desafíos. Las mujeres afro se exponen a plantar la cara a los estereotipos relacionados con la imagen de la mujer afrocolombiana como simple objeto sexual. La vendedora afro, muchas veces cuando vende, debe tolerar miradas y chistes obscenos sobre su composición corporal, producto de creencias populares sobre la “calentura” que supuestamente la caracteriza. La venta obliga a la mujer afrocolombiana a enfrentarse con los hombres que creen que las mujeres afro son fáciles, calientes o menos dignas de ser tomadas en serio (Meza, 2003).

Los desaciertos que rodean la venta ambulante llevan a preguntarse: ¿Cómo utiliza ella esta venta para tejer convivencias armoniosas? Las vendedoras afrocolombianas, directa o indirectamente y mediante esta venta, conducen a muchos sujetos a salir de sus esquemas mentales, a derrumbar la lógica de pensar y actuar de una forma preestablecida para el pueblo afro. El puesto donde se vende se vuelve un trampolín para que todos se alleguen los unos a los otros, como se muestra a continuación.

Buen trato.

Llama la atención la amabilidad de las mujeres afro, fruto de la alegría intrínseca y natural que las caracteriza. Sus formas de ser, hace que los clientes se sientan acogidos y bien tratados. En este caso, el buen trato contradice todas las acciones que son un tropiezo para el bienestar integral de todos los seres humanos. De esta manera, prestan la atención merecida a la gente con calidez, calidad, respeto y reconocimiento de sus derechos; ofrecen empatía, en el sentido de entender y comprender lo que el otro siente. La mujer afrocolombiana, en la venta ambulante y de forma constante, se dirige a sus clientes con palabras cariñosas, amorosas y respetuosas.

El buen trato hace que haya un acercamiento constante a la vendedora ambulante, se vuelve una herramienta que ayuda a cambiar la lógica de muchos acerca de los afrocolombianos, que históricamente se les considera como brutos, inhumanos, personas que hay que temer. Las mujeres, por lo general, se consideran sucias e ineptas, son los prejuicios que se tienen al pueblo afro. La mujer afrocolombiana, mediante la venta ambulante, trata de cambiar esa lógica con el buen trato y crear un ambiente de acercamiento confiable entre ella y sus compradores.

El acercamiento y la confianza desembocan en la creación de lazos de amistad y colaboración mutua, las relaciones sociales se generan porque ella establece contactos con personas diferentes entre sí: afro, blancos, indígenas, mestizos, mulatos, jóvenes y adultos. Esta forma, que pareciera ser  tan sencilla, rompe prejuicios creados a raíz de los estereotipos asociados con lo afro. La confianza desarrollada entre vendedora afro y compradores hace que poco a poco se teja la convivencia armónica requerida. No es una confianza casual, es fruto del desarrollo de la conciencia que considera la trascendencia de cada uno como sujeto deseable en la sociedad.

Satisfacción de las necesidades de la clientela

La venta ambulante, en gran parte, se lleva a cabo en barrios populares y al mismo tiempo multiculturales que albergan personas provenientes de diferentes rincones de Colombia. La vendedora ambulante se posesiona en este ambiente como surtidora de productos deseables para la mayoría. Ella vende productos como jugo de borojó, aguacate, arroz con leche, sandía, chontaduro y otras frutas. El contacto persistente crea un ambiente de amistad, colaboración mutua y respeto de las diferencias. El contacto diario entre vendedora y clientes impulsa lo humanitario: hace que se vea la parte humana de diferentes personas. La mujer afrocolombiana, desde la calle, forja y goza la convivencia, su condición de pobre hace que algunos compradores ricos se compadezcan de ella; por los lazos de amistad creados, algunos se comprometen a ayudarla.

Ella, de esta forma, contribuye en la erradicación del racismo, producido como idea que hace referencia a las diferencias fenotípicas y biológicas que existían entre conquistadores y conquistados (Quijano, 2000). Los primeros se dieron a sí mismos la categoría elevada de “blanco”; a los conquistados les asignaron las categorías de “negro” e “indio”. Ambas presuponen lo impuro, lo incivilizado, lo bárbaro. Nadie niega que esa diferenciación racial haya perjudicado las relaciones sociales, y la mujer afrocolombiana ha sido la más afectada. Ella intenta, con la venta ambulante, erradicar el racismo en la medida en que brinda sus productos a todos sin distinción: indígenas, mestizos, blancos, afros, hombres y mujeres. Los compradores se le acercan porque necesitan que les vendan sus productos y satisfacer sus necesidades. La mayoría la valora, reconoce su aptitud y eso crea familiaridad entre ambas partes.

La venta ambulante hace que la mujer afrocolombiana se posesione como intermediaria y así contribuye a que algunos  desarrollen la conciencia del sentido común, lo hace al promover la colaboración mutua, el reconocimiento de las capacidades del otro, la valoración de la persona y el respeto a las diferencias étnicas de las personas.

Uso de lo exótico

Se asocia a menudo a la mujer afrocolombiana con el uso de los elementos particulares de su pueblo. Su empleo muestra una estética propia y fomenta la inclusión, ella utiliza lo propio de su etnia: colores, sabores y texturas; los transforma en elementos de la estética típicamente afrocolombiana (Meza, 2003). Multiformes ejemplos muestran el uso de turbante, maquillajes, vestuarios coloridos, ornamentos y la palangana llena de frutas que la mujer afro lleva sobre la cabeza mientras realiza la venta (Meza, 2003). Todas esas representaciones llaman la atención, actúan como llamativos para el turismo y para tejer convivencias interculturales entre diferentes sujetos.

Lo exótico desemboca en el establecimiento de espacios de socialización. Nadie puede negar que la venta ambulante estimule el establecimiento de estos espacios y permite construir relaciones sociales entre vendedoras y compradores. Alrededor de la venta ambulante se perciben las formas de belleza cuya presencia supone un intercambio socio-cultural en la cual la mujer afrocolombiana y lo afro transforman el espacio público con una especie de estética popular (Meza, 2003).

La estética afro hace que el punto sea llamativo para la venta; fomenta también que los unos y otros se acepten en la medida en que crea un contacto sutil, físico y emocional. La interacción entre la mujer y los compradores es la que hace posible ese contacto. El físico radica en el desplazamiento de quien compra hacia ella porque le tiene confianza, le llama la atención, le agrada. La vendedora, cada vez que interactúa con los compradores, establece un contacto sutil al utilizar la sonrisa, la alegría, la amabilidad, la suavidad, los gestos para hacerlos enamorar de su labor y de sus productos, ellos descubren lo que hace, ella crea un contacto emocional mediante conversaciones, relacionamientos y charlas. De esta manera, se propicia, el intercambio de saberes entre ella y los compradores.

Música y Danza

La música y la danza son medios que el pueblo afrocolombiano utiliza para construir nuevos imaginarios, corporalidades y maneras de socialización; desarrollan epistemologías diferentes y pensamientos contrarios a los dominantes  (Makl, 2008). Sus expresiones artísticas y culturales sacan a flote el mundo real de la mujer afrocolombiana; danza y música le sirven a la mujer afro para mostrar con facilidad su parte erótico-sensual. Su aporte en cuanto a tejer las convivencias interculturales no está completo sin entrar en el universo de la música y la danza porque su protagonismo en esa área es evidente.

 Música y danza afrocolombianas tienen afinidades con sus contrapartes africanas. La música es vida en el contexto africano; acompaña las actividades cotidianas; la realidad africana vive la música en tres dimensiones: horizontal, vertical y circular. La horizontal se enmarca en los momentos de la vida social, como fiestas, celebraciones religiosas, espacios de cuentos, entre otros; la vertical se caracteriza por el diálogo constante con el Ser Supremo y el mundo espiritual, Se entra en contacto con esas fuerzas por medio de la música y danza; la dimensión circular implica vivir en armonía con todo lo creado y con todo el mundo.
Se tardó en reconocer, lamentablemente, tanto la música y la danza africanas como las afrocolombianas debido a los prejuicios y a la política dominante de los conquistadores. Por mucho tiempo, sólo se catalogaba como arte musical las melodías de los compositores europeos; el suyo era considerado el único civilizado, bueno, digno de imitar y de enseñarse a otros pueblos. La música de los africanos y la de sus descendientes en Colombia se consideraba bárbara, primitiva, anacrónica, diabólica, mero ruido sin nada de inspiración (Quejada, 2008). El rechazo no fue solo de parte de los colonizadores, sino también de los círculos eclesiásticos. Algunos misioneros, que evangelizaban en los asentamientos afro, la prohibían constantemente porque, a su juicio, carecía de inspiración moral y espiritual (Quejada, 2008). Se justificaba la urgencia de impedirla con la razón de que provocaba la ira del diablo.

La música y la danza de los afrocolombianos, a pesar de su infortunada historia, continúan siendo de sublime importancia por el aporte que hicieron los africanos esclavizados y sus descendientes a los elementos melódicos y rítmicos. Ambas artes, en el contexto afrocolombiano, complementan un proceso cultural, histórico y social que sirve de canal para sacar a flote las expresiones culturales del pueblo afro. La transmisión de los elementos de melodía y ritmo de la música afrocolombiana no depende del estudio musical, se hace a través de la tradición oral.

Es imposible separar a la mujer afrocolombiana de la música y la danza; estas artes representan la cosmovisión y la idiosincrasia propias del pueblo afrocolombiano. Las danzas predominantes del pueblo afro del Pacífico y del Atlántico son: currulao, juga, bambuco, bunde, chigualo, berejú, cumbia, bullerengue, chandé, mapalé, abozao, lumbalú, entre otras. Los cantos comprenden arrullos, alabaos, chigualos, gualíes y otros. Música y danza acompañan los ciclos vitales de la vida de los afrocolombianos; sirven para festejar la vida, llorar la muerte, regocijarse en la buena cosecha, resistir la agresión, invocar a Dios, incentivar el amor y exaltar la sensualidad.

La mujer afrocolombiana ha estado siempre en el epicentro del ambiente artístico. Ella, en la música folclórica afro, juega el papel de cantadora, y cantaora. El ser cantadora hace que ella se instale como canal de encuentro, comunicación, supervivencia y resistencia de la cultura y las tradiciones orales afrocolombianas (Fula, 2009). A las mujeres afrocolombianas se les suele llamar cantadoras porque cantan y adoran al Todopoderoso. Se les llama cantaoras si cantan y oran al mismo tiempo. Sus canciones narran sucesos concretos que el pueblo afro vive: pobreza, segregación, esclavitudes, violencia. Estas realidades marcan el escenario de la vida de las mujeres afrocolombianas. Su música y su danza se convierten en oración, en maneras de buscar la paz y la convivencia armoniosa.

La mujer afrocolombiana puede, a través de la música y la danza, estar en posición de construir las convivencias interculturales. A medida que canta y danza ante un público, provoca admiración, diálogo, acercamiento, interés y reverencia La mujer afro favorece el intercambio y la convivencia intercultural, bases sólidas que permiten el desarrollo de valores como la autoestima, el respeto a la diferencia cultural, la tolerancia y la amistad. El intercambio intercultural se halla en el enamoramiento y el aprecio de la cultura del otro. Este intercambio promueve el encuentro con personas diferentes, facilita el entendimiento entre ellas, crea seguridad y hermandad, intenta resolver conflictos intra-etnicos, cambia mentalidades, desarraiga prejuicios y estereotipos, aumenta la autoestima y promueve la confianza entre unos y otros. Todo eso cimienta el camino para una convivencia intercultural.

La mujer afrocolombiana, cuando canta y baila, provee el conocimiento sobre la cultura afro tanto ahora como en los tiempos pasados. El folclor afrocolombiano representa la belleza y la alegría que tiene el corazón de su gente, en especial de las mujeres. Provoca el acercamiento y la curiosidad de personas de otras etnias. El acercamiento es mutuo, despierta relaciones emocionales y cognitivas. Las personas no afro se acercan porque han visto en la mujer cualidades que les persuaden, les llaman la atención y les inspiran. Ella está en posición de construir un tejido social de convivencia y respeto al otro.

El encuentro con sujetos diferentes permite que la mujer afrocolombiana promueva la comunicación intercultural  (Bernabé, 2012). Esta comunicación facilita la construcción de una convivencia armoniosa porque crea un interés común entre los interlocutores. Las mujeres afro, cuando cantan su música, transmiten conocimientos, habilidades, emociones, sentimientos comunes y los valores intrínsecos de su cultura. Ella, de esta manera, entabla una comunicación intercultural con el que recibe el mensaje musical.

Danza y música están muy ligadas a la expresión corporal. La expresión corporal fomenta la constitución de la identidad como fruto de la socialización en un entorno cultural determinado. De igual manera, la música y la danza llaman al respeto hacia el cuerpo de la mujer afro. Es importante notar que, su cuerpo tiene connotaciones particulares que la vinculan a formas de participación social, personal y colectiva ligadas a estereotipos y prejuicios implementados y que establecen relaciones de discriminación social y étnica. Su cuerpo, vinculado con lecturas que lo asumen como predispuesto al trabajo material fuerte, el deporte, la lúdica, la sexualidad, entre otros. Las características de sus rasgos fenotípicos inciden en la visión que se tiene de ella. La mujer afrocolombiana se identifica en sociedad con ciertas descripciones como mujer de cuerpo exuberante, caricaturizado, de labios gruesos, cabello duro, anchas caderas, trasero grande, entre otros. Poseer esos rasgos corporales diferentes a los del cuerpo de la mujer blanco-mestiza le representa desprecio, incluso de forma peyorativa. Expresiones tan comunes como “negra caliente”, “negra sucia”, “pelo de casco”, “pelo malo”, entre otras, hacen parte del entramado de voces desdeñosas en su contra.

Ella usa la música y la danza para cambiar esa historia despectiva sobre el cuerpo femenino afro y entrar en diálogo con los cuerpos de otras culturas. Le sirven para mostrar lo valioso de su cuerpo; ella experimenta el mundo desde él y, a través de él, expresa sentimientos de alegría, angustia, tristeza, optimismo, desencanto, preocupación, paz, tranquilidad y esperanza. Ambas artes desmienten los estereotipos que históricamente tratan de invisibilizar y desnaturalizar el cuerpo de la mujer afrocolombiana.

La Gastronomía.

La mujer afrocolombiana no puede separarse de la gastronomía. Hay una cierta concomitancia entre la una y la otra. El arte de cocinar es parte notable de la identidad de su pueblo. La sazón de donde habita se destaca por la mezcla creativa de sabores. Al ojear las cocinas de las mujeres afro se encuentran adornadas de diversos utensilios para preparar sabrosamente sus platos. Se goza cocinando arroz endiablado, a la marinera, con coco o camarones, millo, queso frito, pescados como el viudo, el tapao, y los infaltables plátano y yuca. Territorios afro en las costas pacífica y atlántica, el Cauca, el Valle de Cauca, Antioquia y otros, prefieren culinarias tan variadas que reflejan la creatividad y la diversidad de sus orígenes.

¿De dónde emana todo el arte gastronómico de la mujer afrocolombiana? Entender su relación con el arte de la preparación de alimentos presupone vislumbrar el pasado colonial. El tiempo de la esclavitud muestra africanos esclavizados en plantaciones, minas y haciendas; su alimentación giraba alrededor de los productos locales. Se nutrían con carnes asoleadas, arroz, plátano, maíz hervido, yuca, fríjol, papa, pescado salado, harina de maíz, entre otros. Esas comidas les llenaban de carbohidratos, proteínas, y energía para seguir con sus labores. Ese régimen alimenticio para los esclavizados era común en las colonias inglesas, francesas, portuguesas y españolas de las Américas.

La historia gastronómica del pueblo afrocolombiano posiciona a la mujer en el centro. En la colonia, mientras los hombres trabajaban en plantaciones y minas, ella se encargaba de abastecerles los alimentos. Debía tener claro cuáles alimentos eran apropiados de acuerdo al trabajo que desempeñaban. Ella se preocupaba mucho por la alimentación con quienes luchaba por la liberación del pueblo esclavizado.

La sabiduría popular suele decir que la historia es la mejor maestra. La trayectoria de la mujer afrocolombiana en la culinaria explica por qué se le prefiere en los restaurantes de muchas ciudades de Colombia. Igual pasa con la percepción nacional que sostiene que es genial en la cocina, los restaurantes y en su trabajo en casas de familia. Estos ambientes no son lo mejor para ella, la mayoría son víctimas de baja remuneración y otros abusos.

El saber afro se transmite de manera oral, sobre todo a las niñas; las madres les inculcan la sabiduría de la cocina desde temprana edad. Así la mujer afro haya nacido en un ambiente urbano, conserva su sabiduría gastronómica más que otra persona porque no la adquiere por capacitación universitaria, sino desde la casa. La tradición oral que le es propia simboliza el conjunto de saberes compilados que se reproducen para propiciar su transmisión a las generaciones actuales y futuras.

¿Cómo teje las convivencias interculturales la mujer afrocolombiana a través de la gastronomía? Ésta es una forma crucial que ella utiliza para idear la interculturalidad a través de la sazón. Ésta hace que el cliente, después de comer, diga que quedó satisfecho, contento y vuelva a comprar en el mismo sitio. Puede ser que no vea ni conozca a quien preparó las comidas o mezcló los ingredientes, pero la sazón hace que le agradezcan, la respeten y consideren los compradores y los empleadores. La mujer afro le añade la alegría con la que cocina. La alegría hace parte del ser de la mujer afrocolombiana, es un estado de ánimo y expresa espontaneidad y sensibilidad. Ella usa cantos y versos que la expresan al preparar los alimentos. La cosmovisión afro considera que, cuanto más alegremente se preparan los alimentos, más sabrosos y apetecible quedan. La alegría con que se sirve al cliente o quien corresponda, lo motiva, anima e invita a reconocer la bondad y la amabilidad de quien presta ese servicio. La mujer afrocolombiana la tiene como característica propia, provoca a salir de esquemas mentales despectivos contra ella y el pueblo afrocolombiano, y construir una convivencia saludable y agradable.

CONCLUSIÓN
En resumen, es importante exponer algunas conclusiones que se derivan de esta reflexión. En primer lugar, apremia registrar que la interculturalidad es el paradigma para la convivencia armoniosa en sociedades donde se conviven con la diversidad cultural. En segundo lugar, la tarea de solucionar los problemas relacionados con la pluriculturalidad le compete a todos. Para ello, la mujer afrocolombiana a través de sus actividades diarias idea relaciones armónicas con personas de otras etnias. En tercer lugar, no se puede hablar de ningún cambio sin tener en cuenta  la educación como elemento transformador del ser humano. Si es intercultural, empodera más a la mujer afrocolombiana porque contempla los elementos culturales de grupos étnicos, concientiza sobre la necesidad de incluir lo cultural en el currículo y prepara el presente y el futuro de los estudiantes respecto a las diferencias culturales. La operatividad de lo intercultural en las instituciones educativas es un avance en la búsqueda de convivencias armónicas y equitativas en la sociedad.


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