Varios santos, beatos y teólogos han
reflexionado acerca del significado de la resurrección de Jesús, pues ella es
el fundamento de la vida cristiana y la razón de ser de la Iglesia en el mundo.
Uno de ellos es el beato José Allamano, Fundador y Padre de los misioneros y
las misioneras de la Consolata. Para José Allamano, la Pascua de resurrección
de Jesús se trata de lo siguiente:
Fiesta de resurrección en el fervor: La Pascua es una fiesta de resurrección en
el fervor. Dice el beato José Allamano que “debemos resucitar en el fervor; no
sólo del pecado, sino de todas nuestras debilidades. Conservemos siempre el
fervor que sentimos en esta fiesta” (Así los quiero, 114). Cabe destacar que,
el fervor es el sentimiento de intenso entusiasmo y admiración hacia alguien o
hacia alguna cosa. Para el cristiano, se trata de la resurrección del fervor en
el seguimiento de Jesucristo. Es la resurrección del fervor en el sentido de ser
mejores discípulos y misioneros de Jesucristo. Ser discípulos fervorosos del
Señor es una manifestación de la vivencia de la resurrección en la propia vida.
Afirma José Allamano al respecto: “Que todos se digan a sí mismos: Hemos
resucitado, (…) queremos ser verdaderos misioneros, verdaderas misioneras” (Así
los quiero, 114).
Tiempo para la paz: La Pascua es un tiempo para vivir en paz y
promoverla a los demás, pues Cristo es el Príncipe de paz (Isaías 9:6). Después de la resurrección, Jesús dio a los
apóstoles el saludo de paz: “La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27). La
Pascua es tiempo de vivir en paz y de pedirla por los lugares que no la tienen.
Es tiempo de aprender de Jesús la pedagogía de la paz. Es importante notar que,
la paz es un estado de bienestar,
tranquilidad, estabilidad. Es un estado de armonía que está libre
de guerras, conflictos y contratiempos. Según san Agustín, la
paz consiste en la tranquilidad del orden. Es decir, cuando reina el orden en
nosotros y en nuestro alrededor, gozamos
de paz y tranquilidad. En la misma tónica, afirma el beato José Allamano que “es
importante estar en paz con Dios, cumpliendo su voluntad; en paz con nosotros
mismos, evitando las distracciones, controlando las pasiones y liberándonos de
los deseos inútiles; y en paz con el prójimo, sobre todo aceptando sus límites
y tratando bien a todos” (Así los quiero,114).
Jesucristo es el prototipo por excelencia de la paz, pues Él es nuestra paz (Ef 2, 14). Él nos enseña la pedagogía de reconciliación interpersonal inclusive en momentos cuando experimentamos la violencia de otros: “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa” (Lc 6, 29). Jesucristo es el modelo de la reconciliación de los pueblos: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” (Jn 4, 9). El Señor nos enseña la importancia de la Palabra de Dios como fuente inagotable de paz para el mundo:” Por tanto, cualquier que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca” (Mt 7, 24). Así que, la resurrección de Jesucristo es la fuente inagotable de paz, perdón y reconciliación para toda la humanidad.
Tiempo de alegría: La Pascua de Resurrección es un tiempo de
alegría. De hecho expresa el beato José Allamano que “el espíritu de la Iglesia
en este tiempo es un espíritu de alegría. Quien no participara de esta fiesta,
quien no sintiera alegría en su corazon, no tiene ni corazón ni espíritu” (Así
los quiero, 115). El fundamento de la alegría de los cristianos es el Señor
resucitado. La Sagrada Escritura testifica la resurrección del Señor como fuente fundamental de alegría.
Dicen las Escrituras que las mujeres volvieron del sepulcro vacío llenas de
temor y alegría (Mt 28,8) y los discípulos se alegraron cuando vieron al Señor
resucitado (Jn 20,20). El encuentro de Cristo con los discípulos en el partir
el pan (Act 2,46) les comunica la alegría. La Iglesia está llena de la fe
gozosa en Cristo (1Pe 1,8), y la alegría en el Señor es uno de sus rasgos
fundamentales (FIp 4,4).
La alegría evangélica es una virtud que
siempre acompaña a los seguidores de Jesucristo y de modo especial a los
misioneros y misioneras de la Consolata. De eso dice José Allamano: “Estemos
siempre alegres, todos los días, todo el año. El Señor ama y prefiere a las
personas alegres. (…) Seamos alegres también con el prójimo, de modo tal que no
deba soportarnos, sino que pueda decir: ¡Estos misioneros y misioneras dejan su
casa, sus familias, todo y sin embargo, siempre están alegres” (Así los quiero,
115).
La alegría aporta al bien de las personas y de los pueblos. La persona alegre siempre vence la tristeza, desesperación y melancolía. La alegría ayuda mucho al misionero en su obra evangelizadora. Al respecto enfatiza el beato José Allamano: “Si se quiere hacer el bien, es necesario estar alegres: el prójimo es edificado y atraído por esta virtud. Uno puede ser santo, pero si está encerrado en sí mismo, infunde miedo y nadie quiere acercársele” (Así los quiero, 116). (…) Los quiero alegres. Hay que estar bien de alma y de cuerpo. Yo deseo que se conserve y crezca cada vez más el espíritu de tranquilidad, de libertad, de serenidad. ¡Este es el espíritu que yo quiero: siempre alegría, siempre caras alegres!” (Así los quiero, 117).
Conclusión
La resurrección de Jesús es el misterio más
grande de nuestra salvación. Es el fundamento de nuestra fe cristiana. Para
ello, como creyentes y discípulos-misioneros de Jesucristo, debemos resucitar
en el fervor y vivir la fiesta de la resurrección con alegría, paz, perdón y
reconciliación con nosotros mismos y con el prójimo.
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