Colombia
es, a grosso modo, una nación multicultural y pluriétnica, esto significa que
en el territorio colombiano conviven y se relacionan varias etnias y multiplicidad
de culturas. Existen los mestizos, indígenas, afrocolombianos y gitanos
(Aristizábal, 2000). Aunque sea evidente la multiculturalidad en Colombia,
muchos no la han asimilado. Muchos son reacios a ella y eso ha ocasionado la
exclusión del Otro, la homogeneización, la estigmatización, la diseminación, la
invisibilización y la negación de la pluriculturalidad so pretexto del orden,
la unidad, el desarrollo, y la civilización (Magendzo, 2006). De ahí que, surge la
necesidad de abogar por la interculturalidad. El proyecto de la
interculturalidad busca que las sociedades multiculturales puedan vivir de un
modo distinto, trabajar por una revolución del sentido de vida. La mujer
afrocolombiana a través de sus actividades diarias teje las relaciones con diferentes
personas, y así transmite la cultura de una generación a la otra y se encuentra
con otros mundos culturales donde ella les presenta y representa la suya.
ASPECTOS CON LOS QUE LA MUJER AFROCOLOMBIANA TEJE LA INTERCULTURALIDAD
De
entrada, es importante hacernos la pregunta: ¿De qué se trata el concepto de la
interculturalidad? Según Walsh (2009), no es otra cosa que el contacto e
intercambio entre culturas en cuanto a la igualdad y equidad. El concepto de
interculturalidad, para Aparicio (2002) fomenta la relación entre las diversas
culturas en una sociedad culturalmente heterogénea, y promueve la aceptación de
la cultura minoritaria de parte de la mayoritaria. UNESCO (2005) hace hincapié
en que el fenómeno de la interculturalidad debe pensarse como la presencia, la
interacción equitativa de disímiles culturas y la posibilidad de generar
expresiones culturales compartidas, adquiridas por medio del diálogo y de una
actitud de respeto mutuo. La interculturalidad es, pues, un
proyecto que se construye con el fin de lograr la convivencia anhelada en una
sociedad habitada por sujetos de culturas múltiples. No se debe pensar para
favorecer a unos pocos, ni para hacer que unas culturas prevalezcan sobre las
otras; debe ser para todos, de suerte que, en conjunto, se pueda vivir y
convivir de forma armoniosa y sin tensiones.
La
mujer afrocolombiana juega roles protagónicos en la promoción de convivencias
interculturales; trata de idear estrategias a través de sus quehaceres diarios,
que permitan conseguirlas. Los aspectos que la mujer afrocolombiana idea para
la construcción de convivencias interculturales son: la venta ambulante, la
música, la danza y la gastronomía. Se elaborará a continuación cada aspecto y
cómo a través de cada uno, la mujer afrocolombiana teje la convivencia
intercultural. Ésta, no lo hace sólo para ella, ni únicamente para su pueblo,
sino que lo hace por todos.
La Venta Ambulante
La
venta ambulante es un modo de trabajo sin sitio fijo; se lleva a cabo en
espacios no establecidos: hoy se vende por aquí, mañana puede ser en otro
territorio diferente. El trabajo se realiza, en gran parte, en las calles de
las urbes; por eso se le llama venta callejera. Los vendedores ambulantes son,
en su mayoría, mujeres afrocolombianas, se desplazan de forma constante a
diferentes espacios para encontrarse con personas a las que pueden ofrecer sus
productos, se mueven también para darse conocer a su clientela y encontrarles
el gusto por sus productos.
La
mujer afrocolombiana se asocia siempre con la venta ambulante; se instala, a
través de ella, como tejedora idónea de convivencias interculturales. Esta
venta sirve para reflexionar acerca de la realidad de la mayoría de las mujeres
afro quienes, a diario, caminan con sus carretas llenas de frutas, pelan
mangos, preparan cocadas, venden salpicón, chontaduro, piña, coco, sandía, jugo
de borojó, etc. Les sirve para sobrevivir en la incertidumbre de una vida
difícil en las grandes ciudades, buscan, con estas ventas, la supervivencia y
la independencia económica que no encontrarían en otros modos de trabajo.
La
venta ambulante ha sido el modo de trabajo más antiguo que ha caracterizado a
la mujer afrocolombiana, igual que los oficios domésticos y el trabajo en
restaurantes. Esta forma de trabajo acompaña a la mujer afro desde que llegó
esclavizada a tierra colombiana en el siglo XVI. Las normas del periodo de la
esclavitud acerca del comportamiento de los africanos esclavizados en el
trabajo se explicitaron en los códigos que regulaban su ser y hacer. Se
normalizó jurídicamente el yugo esclavizador y se estableció la segregación
laboral sobre todos los esclavizados, las esclavizadas y sus descendientes. La
corona española, con la regulación de Santo Domingo del 12 de octubre de 1538
se declaró de forma categórica:
(…) Se prohíbe bajo las más severas penas que ningún negro o pardo
tercerón pueda ejercer arte ni profesión alguna que deban quedar reservadas
para las personas blancas. También el acceso de negros y pardos hasta la quinta
generación, a las ciencias. La gente de color ha de seguir la profesión de sus
padres: la agricultura, la pesca, la minería, o la venta al por menor de frutos
de la primera necesidad y el ejercicio de portadores o cargadores llamados
borriqueros (…) (Meza, 2003, p. 59).
Aquí
se puede evidenciar la historia de la marginación laboral de los
afrocolombianos, ésta se construyó, a través de la historia, es la lógica de la
etnización y la división de ciertas actividades económicas aptas sólo para los
afros y otras reservadas para los blanco-mestizos. La mentalidad de la
etnización laboral reinó en tiempos de la esclavitud y sigue teniendo impactos
en el presente. Wade (1997) está de acuerdo con la tesis al aclarar que las
actividades designadas para el hombre afrocolombiano siempre fueron la
construcción y la vigilancia, mientras,
para las mujeres la suerte fue la venta ambulante, los servicios domésticos y
el trabajo en restaurantes.
La
venta ambulante se convirtió en una forma de trabajo específico para los
descendientes de africanos en Colombia; lo desarrollaron, en especial, “las
mujeres quienes recorrieron las calles de ciudades y poblados, pregonando los
productos cultivados en el campo y los dulces que ellas mismas elaboraban y que
vendían luego en plazas de mercado y de puerta en puerta” (Bowser, 1977, y
Gutiérrez, 2000, citados por Meza, 2003, p. 78). Esta venta ocupaba mano de
obra libre y daba relativa independencia, en contraste con otras actividades de
las mujeres afro, como los servicios domésticos.
La
venta ambulante, como actividad económica con la que la gran parte de las
mujeres afrocolombianas se identificaban durante el tiempo colonial, no dejó de
existir con el fin de la colonia y la esclavitud. Esto continuó como modo de
trabajo para la mayoría de las mujeres afro hasta el tiempo presente. No
obstante, no todo es jardín de rosas para la mujer afrocolombiana al llevar a
cabo esta labor, ella acostumbra enfrentar un sinnúmero de desafíos. Las
mujeres afro se exponen a plantar la cara a los estereotipos relacionados con
la imagen de la mujer afrocolombiana como simple objeto sexual. La vendedora
afro, muchas veces cuando vende, debe tolerar miradas y chistes obscenos sobre
su composición corporal, producto de creencias populares sobre la “calentura”
que supuestamente la caracteriza. La venta obliga a la mujer afrocolombiana a
enfrentarse con los hombres que creen que las mujeres afro son fáciles,
calientes o menos dignas de ser tomadas en serio (Meza, 2003).
Los desaciertos que rodean la
venta ambulante llevan a preguntarse: ¿Cómo utiliza
ella esta venta para tejer convivencias armoniosas? Las vendedoras
afrocolombianas, directa o indirectamente y mediante esta venta, conducen a
muchos sujetos a salir de sus esquemas mentales, a derrumbar la lógica de
pensar y actuar de una forma preestablecida para el pueblo afro. El puesto
donde se vende se vuelve un trampolín para que todos se alleguen los unos a los
otros, como se muestra a continuación.
Buen trato.
Llama
la atención la amabilidad de las mujeres afro, fruto de la alegría intrínseca y
natural que las caracteriza. Sus formas de ser, hace que los clientes se
sientan acogidos y bien tratados. En este caso, el buen trato contradice todas
las acciones que son un tropiezo para el bienestar integral de todos los seres
humanos. De esta manera, prestan la atención merecida a la gente con calidez,
calidad, respeto y reconocimiento de sus derechos; ofrecen empatía, en el
sentido de entender y comprender lo que el otro siente. La mujer
afrocolombiana, en la venta ambulante y de forma constante, se dirige a sus
clientes con palabras cariñosas, amorosas y respetuosas.
El
buen trato hace que haya un acercamiento constante a la vendedora ambulante, se
vuelve una herramienta que ayuda a cambiar la lógica de muchos acerca de los
afrocolombianos, que históricamente se les considera como brutos, inhumanos,
personas que hay que temer. Las mujeres, por lo general, se consideran sucias e
ineptas, son los prejuicios que se tienen al pueblo afro. La mujer
afrocolombiana, mediante la venta ambulante, trata de cambiar esa lógica con el
buen trato y crear un ambiente de acercamiento confiable entre ella y sus
compradores.
El
acercamiento y la confianza desembocan en la creación de lazos de amistad y
colaboración mutua, las relaciones sociales se generan porque ella establece
contactos con personas diferentes entre sí: afro, blancos, indígenas, mestizos,
mulatos, jóvenes y adultos. Esta forma, que pareciera ser tan sencilla, rompe prejuicios creados a raíz
de los estereotipos asociados con lo afro. La confianza desarrollada entre
vendedora afro y compradores hace que poco a poco se teja la convivencia
armónica requerida. No es una confianza casual, es fruto del desarrollo de la
conciencia que considera la trascendencia de cada uno como sujeto deseable en
la sociedad.
Satisfacción de las
necesidades de la clientela
La
venta ambulante, en gran parte, se lleva a cabo en barrios populares y al mismo
tiempo multiculturales que albergan personas provenientes de diferentes
rincones de Colombia. La vendedora ambulante se posesiona en este ambiente como
surtidora de productos deseables para la mayoría. Ella vende productos como
jugo de borojó, aguacate, arroz con leche, sandía, chontaduro y otras frutas.
El contacto persistente crea un ambiente de amistad, colaboración mutua y
respeto de las diferencias. El contacto diario entre vendedora y clientes
impulsa lo humanitario: hace que se vea la parte humana de diferentes personas.
La mujer afrocolombiana, desde la calle, forja y goza la convivencia, su
condición de pobre hace que algunos compradores ricos se compadezcan de ella;
por los lazos de amistad creados, algunos se comprometen a ayudarla.
Ella,
de esta forma, contribuye en la erradicación del racismo, producido como idea
que hace referencia a las diferencias fenotípicas y biológicas que existían
entre conquistadores y conquistados (Quijano, 2000). Los primeros se dieron a
sí mismos la categoría elevada de “blanco”; a los conquistados les asignaron
las categorías de “negro” e “indio”. Ambas presuponen lo impuro, lo
incivilizado, lo bárbaro. Nadie niega que esa diferenciación racial haya
perjudicado las relaciones sociales, y la mujer afrocolombiana ha sido la más
afectada. Ella intenta, con la venta ambulante, erradicar el racismo en la
medida en que brinda sus productos a todos sin distinción: indígenas, mestizos,
blancos, afros, hombres y mujeres. Los compradores se le acercan porque
necesitan que les vendan sus productos y satisfacer sus necesidades. La mayoría
la valora, reconoce su aptitud y eso crea familiaridad entre ambas partes.
La
venta ambulante hace que la mujer afrocolombiana se posesione como
intermediaria y así contribuye a que algunos
desarrollen la conciencia del sentido común, lo hace al promover la
colaboración mutua, el reconocimiento de las capacidades del otro, la
valoración de la persona y el respeto a las diferencias étnicas de las
personas.
Uso de lo exótico
Se
asocia a menudo a la mujer afrocolombiana con el uso de los elementos
particulares de su pueblo. Su empleo muestra una estética propia y fomenta la
inclusión, ella utiliza lo propio de su etnia: colores, sabores y texturas; los
transforma en elementos de la estética típicamente afrocolombiana (Meza, 2003).
Multiformes ejemplos muestran el uso de turbante, maquillajes, vestuarios
coloridos, ornamentos y la palangana llena de frutas que la mujer afro lleva
sobre la cabeza mientras realiza la venta (Meza, 2003). Todas esas
representaciones llaman la atención, actúan como llamativos para el turismo y
para tejer convivencias interculturales entre diferentes sujetos.
Lo exótico
desemboca en el establecimiento de espacios de socialización. Nadie puede negar
que la venta ambulante estimule el establecimiento de estos espacios y permite
construir relaciones sociales entre vendedoras y compradores. Alrededor de la
venta ambulante se perciben las formas de belleza cuya presencia supone un
intercambio socio-cultural en la cual la mujer afrocolombiana y lo afro
transforman el espacio público con una especie de estética popular (Meza,
2003).
La
estética afro hace que el punto sea llamativo para la venta; fomenta también
que los unos y otros se acepten en la medida en que crea un contacto sutil,
físico y emocional. La interacción entre la mujer y los compradores es la que
hace posible ese contacto. El físico radica en el desplazamiento de quien
compra hacia ella porque le tiene confianza, le llama la atención, le agrada.
La vendedora, cada vez que interactúa con los compradores, establece un
contacto sutil al utilizar la sonrisa, la alegría, la amabilidad, la suavidad,
los gestos para hacerlos enamorar de su labor y de sus productos, ellos
descubren lo que hace, ella crea un contacto emocional mediante conversaciones,
relacionamientos y charlas. De esta manera, se propicia, el intercambio de
saberes entre ella y los compradores.
Música y Danza
La
música y la danza son medios que el pueblo afrocolombiano utiliza para
construir nuevos imaginarios, corporalidades y maneras de socialización;
desarrollan epistemologías diferentes y pensamientos contrarios a los
dominantes (Makl, 2008). Sus expresiones
artísticas y culturales sacan a flote el mundo real de la mujer afrocolombiana;
danza y música le sirven a la mujer afro para mostrar con facilidad su parte
erótico-sensual. Su aporte en cuanto a tejer las convivencias interculturales
no está completo sin entrar en el universo de la música y la danza porque su
protagonismo en esa área es evidente.
Música y danza afrocolombianas tienen
afinidades con sus contrapartes africanas. La música es vida en el contexto
africano; acompaña las actividades cotidianas; la realidad africana vive la
música en tres dimensiones: horizontal, vertical y circular. La horizontal se
enmarca en los momentos de la vida social, como fiestas, celebraciones
religiosas, espacios de cuentos, entre otros; la vertical se caracteriza por el
diálogo constante con el Ser Supremo y el mundo espiritual, Se entra en
contacto con esas fuerzas por medio de la música y danza; la dimensión circular
implica vivir en armonía con todo lo creado y con todo el mundo.
Se
tardó en reconocer, lamentablemente, tanto la música y la danza africanas como
las afrocolombianas debido a los prejuicios y a la política dominante de los
conquistadores. Por mucho tiempo, sólo se catalogaba como arte musical las
melodías de los compositores europeos; el suyo era considerado el único
civilizado, bueno, digno de imitar y de enseñarse a otros pueblos. La música de
los africanos y la de sus descendientes en Colombia se consideraba bárbara,
primitiva, anacrónica, diabólica, mero ruido sin nada de inspiración (Quejada,
2008). El rechazo no fue solo de parte de los colonizadores, sino también de
los círculos eclesiásticos. Algunos misioneros, que evangelizaban en los
asentamientos afro, la prohibían constantemente porque, a su juicio, carecía de
inspiración moral y espiritual (Quejada, 2008). Se justificaba la urgencia de
impedirla con la razón de que provocaba la ira del diablo.
La
música y la danza de los afrocolombianos, a pesar de su infortunada historia,
continúan siendo de sublime importancia por el aporte que hicieron los
africanos esclavizados y sus descendientes a los elementos melódicos y
rítmicos. Ambas artes, en el contexto afrocolombiano, complementan un proceso
cultural, histórico y social que sirve de canal para sacar a flote las
expresiones culturales del pueblo afro. La transmisión de los elementos de
melodía y ritmo de la música afrocolombiana no depende del estudio musical, se
hace a través de la tradición oral.
Es
imposible separar a la mujer afrocolombiana de la música y la danza; estas
artes representan la cosmovisión y la idiosincrasia propias del pueblo
afrocolombiano. Las danzas predominantes del pueblo afro del Pacífico y del
Atlántico son: currulao, juga, bambuco, bunde, chigualo, berejú, cumbia,
bullerengue, chandé, mapalé, abozao, lumbalú, entre otras. Los cantos
comprenden arrullos, alabaos, chigualos, gualíes y otros. Música y danza
acompañan los ciclos vitales de la vida de los afrocolombianos; sirven para
festejar la vida, llorar la muerte, regocijarse en la buena cosecha, resistir
la agresión, invocar a Dios, incentivar el amor y exaltar la sensualidad.
La
mujer afrocolombiana ha estado siempre en el epicentro del ambiente artístico.
Ella, en la música folclórica afro, juega el papel de cantadora, y cantaora. El
ser cantadora hace que ella se instale como canal de encuentro, comunicación,
supervivencia y resistencia de la cultura y las tradiciones orales
afrocolombianas (Fula, 2009). A las
mujeres afrocolombianas se les suele llamar cantadoras porque cantan y adoran
al Todopoderoso. Se les llama cantaoras si cantan y oran al mismo tiempo. Sus
canciones narran sucesos concretos que el pueblo afro vive: pobreza,
segregación, esclavitudes, violencia. Estas realidades marcan el escenario de
la vida de las mujeres afrocolombianas. Su música y su danza se convierten en
oración, en maneras de buscar la paz y la convivencia armoniosa.
La
mujer afrocolombiana puede, a través de la música y la danza, estar en posición
de construir las convivencias interculturales. A medida que canta y danza ante
un público, provoca admiración, diálogo, acercamiento, interés y reverencia La
mujer afro favorece el intercambio y la convivencia intercultural, bases
sólidas que permiten el desarrollo de valores como la autoestima, el respeto a
la diferencia cultural, la tolerancia y la amistad. El intercambio
intercultural se halla en el enamoramiento y el aprecio de la cultura del otro.
Este intercambio promueve el encuentro con personas diferentes, facilita el
entendimiento entre ellas, crea seguridad y hermandad, intenta resolver
conflictos intra-etnicos, cambia mentalidades, desarraiga prejuicios y
estereotipos, aumenta la autoestima y promueve la confianza entre unos y otros.
Todo eso cimienta el camino para una convivencia intercultural.
La
mujer afrocolombiana, cuando canta y baila, provee el conocimiento sobre la
cultura afro tanto ahora como en los tiempos pasados. El folclor afrocolombiano
representa la belleza y la alegría que tiene el corazón de su gente, en
especial de las mujeres. Provoca el acercamiento y la curiosidad de personas de
otras etnias. El acercamiento es mutuo, despierta relaciones emocionales y cognitivas.
Las personas no afro se acercan porque han visto en la mujer cualidades que les
persuaden, les llaman la atención y les inspiran. Ella está en posición de
construir un tejido social de convivencia y respeto al otro.
El
encuentro con sujetos diferentes permite que la mujer afrocolombiana promueva
la comunicación intercultural (Bernabé, 2012). Esta comunicación
facilita la construcción de una convivencia armoniosa porque crea un interés
común entre los interlocutores. Las mujeres afro, cuando cantan su música,
transmiten conocimientos, habilidades, emociones, sentimientos comunes y los
valores intrínsecos de su cultura. Ella, de esta manera, entabla una
comunicación intercultural con el que recibe el mensaje musical.
Danza
y música están muy ligadas a la expresión corporal. La expresión corporal
fomenta la constitución de la identidad como fruto de la socialización en un
entorno cultural determinado. De igual manera, la música y la danza llaman al
respeto hacia el cuerpo de la mujer afro. Es importante notar que, su cuerpo
tiene connotaciones particulares que la vinculan a formas de participación
social, personal y colectiva ligadas a estereotipos y prejuicios implementados
y que establecen relaciones de discriminación social y étnica. Su cuerpo,
vinculado con lecturas que lo asumen como predispuesto al trabajo material
fuerte, el deporte, la lúdica, la sexualidad, entre otros. Las características
de sus rasgos fenotípicos inciden en la visión que se tiene de ella. La mujer
afrocolombiana se identifica en sociedad con ciertas descripciones como mujer
de cuerpo exuberante, caricaturizado, de labios gruesos, cabello duro, anchas
caderas, trasero grande, entre otros. Poseer esos rasgos corporales diferentes
a los del cuerpo de la mujer blanco-mestiza le representa desprecio, incluso de
forma peyorativa. Expresiones tan comunes como “negra caliente”, “negra sucia”,
“pelo de casco”, “pelo malo”, entre otras, hacen parte del entramado de voces
desdeñosas en su contra.
Ella
usa la música y la danza para cambiar esa historia despectiva sobre el cuerpo
femenino afro y entrar en diálogo con los cuerpos de otras culturas. Le sirven
para mostrar lo valioso de su cuerpo; ella experimenta el mundo desde él y, a
través de él, expresa sentimientos de alegría, angustia, tristeza, optimismo,
desencanto, preocupación, paz, tranquilidad y esperanza. Ambas artes desmienten
los estereotipos que históricamente tratan de invisibilizar y desnaturalizar el
cuerpo de la mujer afrocolombiana.
La Gastronomía.
La
mujer afrocolombiana no puede separarse de la gastronomía. Hay una cierta
concomitancia entre la una y la otra. El arte de cocinar es parte notable de la
identidad de su pueblo. La sazón de donde habita se destaca por la mezcla
creativa de sabores. Al ojear las cocinas de las mujeres afro se encuentran
adornadas de diversos utensilios para preparar sabrosamente sus platos. Se goza
cocinando arroz endiablado, a la marinera, con coco o camarones, millo, queso
frito, pescados como el viudo, el tapao, y los infaltables plátano y yuca.
Territorios afro en las costas pacífica y atlántica, el Cauca, el Valle de
Cauca, Antioquia y otros, prefieren culinarias tan variadas que reflejan la
creatividad y la diversidad de sus orígenes.
¿De
dónde emana todo el arte gastronómico de la mujer afrocolombiana? Entender su
relación con el arte de la preparación de alimentos presupone vislumbrar el
pasado colonial. El tiempo de la esclavitud muestra africanos esclavizados en
plantaciones, minas y haciendas; su alimentación giraba alrededor de los
productos locales. Se nutrían con carnes asoleadas, arroz, plátano, maíz
hervido, yuca, fríjol, papa, pescado salado, harina de maíz, entre otros. Esas
comidas les llenaban de carbohidratos, proteínas, y energía para seguir con sus
labores. Ese régimen alimenticio para los esclavizados era común en las
colonias inglesas, francesas, portuguesas y españolas de las Américas.
La
historia gastronómica del pueblo afrocolombiano posiciona a la mujer en el
centro. En la colonia, mientras los hombres trabajaban en plantaciones y minas,
ella se encargaba de abastecerles los alimentos. Debía tener claro cuáles
alimentos eran apropiados de acuerdo al trabajo que desempeñaban. Ella se
preocupaba mucho por la alimentación con quienes luchaba por la liberación del
pueblo esclavizado.
La
sabiduría popular suele decir que la historia es la mejor maestra. La
trayectoria de la mujer afrocolombiana en la culinaria explica por qué se le
prefiere en los restaurantes de muchas ciudades de Colombia. Igual pasa con la
percepción nacional que sostiene que es genial en la cocina, los restaurantes y
en su trabajo en casas de familia. Estos ambientes no son lo mejor para ella,
la mayoría son víctimas de baja remuneración y otros abusos.
El saber afro se transmite de manera oral, sobre todo a
las niñas; las madres les inculcan la sabiduría de la cocina desde temprana
edad. Así la mujer afro haya nacido en un ambiente urbano, conserva su
sabiduría gastronómica más que otra persona porque no la adquiere por capacitación
universitaria, sino desde la casa. La tradición oral que le es propia simboliza
el conjunto de saberes compilados que se reproducen para propiciar su
transmisión a las generaciones actuales y futuras.
¿Cómo teje las convivencias interculturales la mujer
afrocolombiana a través de la gastronomía? Ésta es una forma crucial que ella
utiliza para idear la interculturalidad a través de la sazón. Ésta hace que el
cliente, después de comer, diga que quedó satisfecho, contento y vuelva a
comprar en el mismo sitio. Puede ser que no vea ni conozca a quien preparó las
comidas o mezcló los ingredientes, pero la sazón hace que le agradezcan, la
respeten y consideren los compradores y los empleadores. La mujer afro le añade
la alegría con la que cocina. La alegría hace parte del ser de la mujer
afrocolombiana, es un estado de ánimo y expresa espontaneidad y sensibilidad.
Ella usa cantos y versos que la expresan al preparar los alimentos. La
cosmovisión afro considera que, cuanto más alegremente se preparan los
alimentos, más sabrosos y apetecible quedan. La alegría con que se sirve al
cliente o quien corresponda, lo motiva, anima e invita a reconocer la bondad y
la amabilidad de quien presta ese servicio. La mujer afrocolombiana la tiene
como característica propia, provoca a salir de esquemas mentales despectivos
contra ella y el pueblo afrocolombiano, y construir una convivencia saludable y
agradable.
CONCLUSIÓN
En resumen, es importante exponer algunas
conclusiones que se derivan de esta reflexión. En primer lugar,
apremia registrar que la interculturalidad es el paradigma para la convivencia armoniosa
en sociedades donde se conviven con la diversidad cultural. En segundo lugar,
la tarea de solucionar los problemas relacionados con la pluriculturalidad le
compete a todos. Para ello, la mujer afrocolombiana a través de sus actividades
diarias idea relaciones armónicas con personas de otras etnias. En tercer
lugar, no se puede hablar de ningún cambio sin tener en cuenta la educación como elemento transformador del
ser humano. Si es intercultural, empodera más a la mujer afrocolombiana porque
contempla los elementos culturales de grupos étnicos, concientiza sobre la
necesidad de incluir lo cultural en el currículo y prepara el presente y el
futuro de los estudiantes respecto a las diferencias culturales. La
operatividad de lo intercultural en las instituciones educativas es un avance
en la búsqueda de convivencias armónicas y equitativas en la sociedad.