Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


lunes, 11 de abril de 2016

MISIÓN INTER GENTES, CONCEPTO QUE RE-DEFINE LA PRÁCTICA DE LA MISIÓN AD GENTES EN EL MUNDO ACTUAL



A MANERA DE INTRODUCCIÓN
En las reflexiones teológico-misioneras actuales, no se deja de hacer hincapié en el tema de misión inter gentes para así poder explicar su asociación al concepto de misión ad gentes. Por eso, en las actas de duodécimo Capítulo General de los Misioneros de la Consolata, el número 33 explícita sin vacilaciones que la misión inter gentes es una noción que ensancha la comprensión y el desempeño de la misión ad gentes en el mundo actual[1]. Sin embargo, para algunos, si no para muchos, este fenómeno les pareciera un juego de términos, aunque en realidad la misión inter gentes, de ningún modo, desdeñe la trascendencia de la misión ad gentes, sino, la redefine y la adapta a los nuevos contextos y desafíos de la misión. Por lo tanto, para poder ponerse en marcha la comprensión de ésta, valdría la pena, ante todo, hacer esta pregunta: ¿De qué se trata la misión inter gentes? Así pues, en esta pequeña reflexión se tratará de hacer un acercamiento muy conciso al significado de la misión inter gentes y su implicación en la misión evangelizadora de la Iglesia universal.

ESCLARECIMIENTO DE TÉRMINOS
MISIÓN AD GENTES: En términos simples, la misión ad gentes no significa otra cosa que la misión para la humanidad, es decir, aquella misión que se realiza hacia la gente, de forma explícita, la que no ha conocido a Jesucristo el único Salvador del mundo. En este sentido, la evangelización está al servicio de anunciar a Jesucristo a quienes no lo conocen. Dicho de otra forma, en términos más misioneros es lo que se llama el Primer Anuncio o la primera evangelización. Básicamente, el Primer Anuncio es llevado a cabo en una misión ad extra, quiere decir, en virtud del mandato de Cristo de “vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,”[2] los evangelizadores y evangelizadoras desde las comunidades maduras en fe y desde las Iglesias locales que sientan la necesidad de compartir su fe en el Resucitado, salen hacia otros pueblos (normalmente fuera de sus países de origen y de sus circunscripciones locales) a fin de proclamar esa Buena Nueva del Nazareno. Eso da a entender que la misión ad gentes es tradicionalmente considerada como una misión ad extra y un cometido que implicaría ir hacia afuera al encuentro con otros y otras, principalmente a quienes no conocen el Evangelio de Cristo. 

En cambio, la Misión Inter Gentes, es fundamentalmente una misión entre la gente, ya sea entre la que profesa la fe cristiana como entre la que todavía no ha sido cristianizada. En ambos casos, la misión inter gentes sirve de valor inestimable en la realización y redefinición de la actividad misionera. De esta forma, no cabría duda alguna que dicha misión enriqueciera sobremanera la ejecución de la misión ad gentes, especialmente en los nuevos contextos y desafíos que el mundo actual está lanzando.
Ahora bien, ¿Qué implicaría decir que la misión inter gentes es un concepto enriquecedor para la misión ad gentes en el mundo presente? Pues, partiendo de las pinceladas dadas en los parágrafos anteriores, es bien necesario enfatizar que en la actualidad, al hablar de la misión ad gentes, no se puede considerar como únicamente aquella que se realiza de manera explícita ad extra, esto es, exclusivamente hacia afuera del mundo cristiano y de las comunidades ya maduras en la fe. De igual forma, no significaría solamente ir a otros continentes, naciones, y pueblos lejanos (aunque asimismo eso sea significativo e imprescindible) para proclamar el Evangelio. Hoy en día, las gentes sedientas del Evangelio de Cristo se hallan también en los lugares de cristiandad antigua ya hace tiempo. Basta que se descubra donde viven esas personas y una vez que se las han descubierto, ahí se empieza a proyectar la forma de realizar la misión entre ellas. Sin lugar a equivocación, esas gentes están entre nosotros y pueden ser: nuestros familiares, amigos, los refugiados y desplazados, los vecinos al despacho parroquial, los choferes de buses con los cuales viajamos, la mujer que nos vende las verduras, los indigentes, etc. Por consiguiente, todos aquellos en medio de nosotros lejos de la convicción del Evangelio, aunque profesen la fe cristiana, no son inmunes de esta misión. En este sentido, son espacios propicios para la misión ad gentes. 
Para hacer frente a esos desafíos, el Magisterio eclesial y diversas Iglesias locales han marcado la pauta en la búsqueda de multiformes formas para acercarse pastoralmente a esa realidad, y responder a los interrogantes que hoy brotan de la inquietud del corazón humano y de sus necesidades tan urgentes. Por tal razón, hoy no se cesa de hacer referencia a la misión continental[3] y a la nueva evangelización como medios, entre muchos, que pretenden ayudar a que el cristiano católico del mundo presente cada vez más reavive su identidad con Jesucristo. 

 Por lo tanto, de acuerdo con lo descrito anteriormente, la misión inter gentes implicaría: (A) construir y promover una Iglesia auténticamente multicultural, esto es, una Iglesia que sea hogar de gente de varios trasfondos culturales, y (B) ser un instrumento del diálogo intercultural a fin de manifestar la universalidad del Reino de Dios.

A)  LA IGLESIA COMO ALBERGUE DE PERSONAS DE DIVERSAS CULTURAS
Es bien sabido que la Iglesia es el Sacramento universal de Salvación. Como signo  e instrumento de ésta, debe ser hogar de las personas de diversos trasfondos culturales. Bajo ese respecto, es importante que se detenga un poco en el mensaje de Pentecostés que esclarece lo dicho de manera extraordinaria. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, se pone de manifiesto que, cuando se oyó el ruido donde cada uno oía hablar en su propia lengua las maravillas de Dios, la gente se aglutinó junto a la casa donde se encontraban los discípulos: Judíos, Partos, Medos, Elamitas, habitantes de Mesopotamia, Frigia, Panfilia, Egipto, forasteros de Roma, Prosélitos, Cretas y Árabes.[4]  Ahora bien, esas personas de las cuales se hablan en el escenario pentecostal con diversas historias, costumbres, lenguas, credos, idiosincrasias y cosmovisiones, seguramente se hallan integradas en nuestras Iglesias locales, parroquias, comunidades de base, ciudades, entre otros. De ahí que, hay que haber una sensibilidad como discípulos de Jesús para poder acoger a las personas de culturas diferentes de las nuestras y caminar con ellas en el itinerario del seguimiento del Nazareno. Por eso, para que en la Iglesia haya un ambiente acogedor de diversas culturas, hay que:
(1)  Reconocer afirmativamente la existencia de otras culturas, por ejemplo, la emigrante, la afro, la femenina, la indígena, la del desplazado, etc. Y al reconocer esa heterogeneidad cultural, se debe también luchar por su visibilidad dentro de la misma comunidad eclesial.
(2)  Hay que estimular el respeto por la diversidad cultural. En este sentido, se debe oponer fuertemente al intento de someter a las culturas minoritarias a la cultura dominante, especialmente en este momento donde éstas soportan el peso gigantesco de la globalización, la cual por su provecho, desearía extinguirlas y borrarlas por completo del mapa del mundo.

B) SER UNA IGLESIA QUE FOMENTA EL DIALOGO INTERCULTURAL
Para poder entrar en la compresión de este fenómeno, merece la pena aclarar los conceptos “cultura e interculturalidad.” Vale apuntar que aunque ambos términos tengan un poco de similitud, no son iguales en significado. Pues sí, la cultura es el conjunto de sentidos y significaciones que informan la vida de un pueblo determinado, de una tribu, de una familia, y de una nación. En cambio, la interculturalidad simplemente, se trata del encuentro de varias culturas a fin de que se relacionen y se compenetren mutualmente. A ese respecto, no se puede dudar que cada persona, cultura, y religión tengan algo de verdad que manifestar y ofrecer. La Iglesia debe entonces ser aquel instrumento que promueva la cercanía y el diálogo intercultural, es decir, el encuentro con quienes no son del mismo grupo eclesial, de la misma cultura eclesial, de la misma religión católica, entre otros, de suerte que se llegue a un enriquecimiento mutuo. El reconocimiento de las culturas, el respeto a la diversidad cultural y la existencia de una saludable relación entre las múltiples culturas dentro del seno eclesial, sin lugar a dudas, crearían una gran comunidad humana que testimoniara la hermandad evangélica. 

De esta manera, el diálogo intercultural se hace signo de la universidad del Reino de Dios. Es indudable que una Iglesia que promueva la autentica interculturalidad hacia dentro y que estimule el diálogo intercultural hacia fuera, se hará un signo creíble de la apertura del Reino de Dios a las personas de todas culturas y naciones. Por ello, en esta época donde los impulsos de la globalización y de la economía capitalista neo-liberal tienden a marginar y excluir a las culturas minoritarias so pretexto de crear una uniformidad que erradica las diferencias, la Iglesia que promueva la multiculturalidad  será un signo de que realmente el Reino anunciado por Cristo incluye a todos y a todas, y de que en él no hay ni extranjeros ni forasteros[5], solo hermanos y hermanas en Cristo.

 FENÓMENOS QUE HACEN QUE SE APUESTE POR LA MISIÓN INTER GENTES
 El mundo actual está mostrando que hay fenómenos ineludibles que hacen que la misión inter gentes sea un escenario con la cual no se puede pasar por alto en la ejecución de la misión ad gentes. Hoy más que nunca, hay que asociar el concepto de misión inter gentes al de misión ad gentes con el objetivo de que, el segundo pueda ser rediseñado dentro de las nuevas realidades y desafíos que el mundo actual está planteando. Todo eso se evidencia, en gran parte, en los cambios tanto mundiales como eclesiales que justifican la acuciante necesidad de dejar que la misión evangelizadora sea enriquecida por el concepto de misión inter gentes, de suerte que se pueda llevar a cabo una evangelización que camine con los contextos del mundo contemporáneo.

CAMBIOS EN EL MUNDO ACTUAL
Evidentemente, el mundo ha cambiado drásticamente. Hoy en día, el fenómeno que ha contribuido a eso es la creciente multiculturalidad que se está experimentando en muchos lugares, ciudades y países en el mundo entero. Todo eso no está ocurriendo espontáneamente, sino por la excesiva movilidad de la gente. Por ello, varias sociedades están volviendo cada vez más multiculturales. Evidentemente, nadie dudaría la verdad de que la migración de la gente fuera una realidad antiquísima, sin embargo, la naturaleza de las migraciones en esta época moderna es lo que le da una prominencia especial a este fenómeno. Todos somos testigos de que los migrantes actualmente vienen de todas partes del planeta, y a la vez, viajan a todas partes del mundo. Así que, muchos países hoy están habitados por grupos culturales completamente diferentes, y esa heterogeneidad cultural trae consigo la diversidad de religiones y credos.
Al mismo tiempo, las emigraciones no dejan de producir la atmósfera de un trenzado de culturas cada vez más grandes y llena de complejidad que termina creando escenarios de minorías étnicas a menudo rechazadas y habitualmente criminalizadas,  de victimas y actores de varias formas de esclavitud y violencia, y de nuevas masas de refugiados y prófugos. Pues sí, todas esas realidades mencionadas siguen desafiando el ser y quehacer misionero en el mundo actual, así que son los areópagos modernos[6] hacia los cuales se debe orientar la actividad misionera.

De igual manera, el fenómeno de la multiculturalidad no ha dejado de incidir en la Iglesia. Se puede afirmar con certeza que, se están evidenciando los cambios radicales a nivel eclesial. Esa situación da a entender que también el concepto de misión inter gentes se ha desenvuelto dentro de la Iglesia. No es de extrañar que en la Iglesia aparezcan misioneros que tienen origen en el sur del planeta. Con frecuencia se muestra la presencia de los misioneros oriundos del sur del mundo, sobre todo, de África, América Latina y Asia. Ahora el continente europeo no es la única fuente de misioneros como era antes.
Este hecho no está sucediendo esporádicamente, sino, por el crecimiento y la maduración en fe de las comunidades que antes se designaban “Iglesias de Misión” o mejor dicho, “Países de Misión”, que al mismo tiempo, eran considerados como frecuentes receptores de misioneros oriundos del norte del planeta. A diferencia de antes, ahora los misioneros del sur también van al sur en contraste con la situación anterior que era principalmente un fenómeno de norte a sur. Se puede ejemplarizar esta realidad con la presencia de misioneros y misioneras de África, Asia, América Latina y Oceanía en todos los lugares de misión, hecho que antes era casi impensable.

A MANERA DE CONCLUSIÓN
 La misión de la Iglesia siempre nace de la fe en Jesucristo. Por ello, vale apuntar que la manera de vivir la misión inter gentes procede de la misma persona de Jesucristo, el Verbo encarnado del Padre. Él como Enviado de Dios, es el ejemplo por excelencia por el cual se saca el modelo perfecto para realizar la actividad misionera en la Iglesia. Desde la formación de los discípulos de Jesús, se entiende que eran personas totalmente diferentes en edad, profesión, pensamiento, cosmovisión e idiosincrasia. De igual forma, a lo largo de su camino como Misionero del Padre, Cristo se encuentra dialogando con múltiples culturales como la de la samaritana, la de la mujer cananea, la del centurión, la de la mujer pecadora, la de los cobradores de impuestos, la de los publicanos, etc. Entonces, el misionero apasionado por Jesús y por la humanidad, desde la experiencia de su fe y de la experiencia de la realidad humana, se hace signo y presencia de la esperanza evangélica.



[1] Cfr. Instituto Misiones Consolata, XII Capítulo General, Actas Capitulares, No. 33.
[2] Mt 28, 19.
[3] La misión continental es un esfuerzo evangelizador y misionero que la Iglesia Latinoamericana y del Caribe realizan, a fin de que Jesucristo sea más conocido y acogido por muchos fieles católicos  con entusiasmo y fe.
[4] Hech 2: 5-11.
[5] Efes 2: 19
[6] Cfr. Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 53.

domingo, 3 de abril de 2016

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

La misericordia, sin lugar a dudas, es una realidad concreta a través de la cual Dios  revela su amor para con el mundo. De igual manera, ella es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia y la de todos los cristianos (Misericordiae Vultus, 10). Teniendo eso en cuenta, desde el año 2000, la fiesta de la Divina misericordia, la que se celebraba de forma privada se convirtió en una fiesta para la Iglesia universal. Vale recordar que, el 5 de mayo de 2000, la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede declaró el Segundo Domingo de Pascua, es decir, el domingo siguiente al Domingo de Resurrección, como  el de la Divina Misericordia. El Domingo de la Misericordia fue instituido por el papa Juan Pablo II, quien al canonizar a santa Faustina Kowalska el 30 de abril de 2000 declaró el segundo domingo de pascua como el “Domingo de la misericordia divina”

En su homilía durante la institución de la mencionada fiesta, san Juan Pablo II pronunció las siguientes palabras: “Así pues, es importante que acojamos integralmente el mensaje que nos transmite la Palabra de Dios en este Domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de “Domingo de la divina misericordia” Desde ese momento, el segundo Domingo de Pascua se convirtió en la fiesta de la Divina Misericordia en toda la Iglesia universal. Al instituirla, el papa Juan Pablo II concluyó la tarea asignada por Jesucristo a santa Faustina cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una fiesta de la misericordia.”

Vale la pena hacernos la pregunta: ¿en qué consiste la Divina misericordia? He aquí lo que dijo Jesús a santa Faustina: “Deseo que la fiesta de la misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi misericordia. Derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la santa comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas” (Diario 699).

Es decir, el que se confiesa y comulga el Domingo de la Divina Misericordia, recibe el perdón de las culpas y de las penas de sus pecados, gracia que recibimos sólo en el Sacramento del Bautismo o con la indulgencia plenaria. Es preciso notar que, la fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el mensaje de que Dios es Misericordioso y nos ama a todos. La misericordia de Dios padre se manifiesta de manera patente en Jesucristo, pues Él es “el rostro de la Misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, no. 1).  Para ello, se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones.

Así pues, la misericordia debe convertirse en práctica para cada uno de los seguidores de Jesucristo. En este sentido, ella ha de impregnar nuestras prácticas pastorales porque  a través de ellas, nos  encontramos con personas que experimentan y viven diferentes realidades. Ella debe permear las estructuras de nuestras familias, las de las casas religiosas y las de la Iglesia por lo general. Para llegar a eso, es importante tener la consciencia de que, a cada quien se le ha aplicado la misericordia de Dios (cfr. Misericordia Vultus, 9), y ser misericordioso a los demás es un deber de cada seguidor de Jesucristo (Lucas 6:36).