Desde el lenguaje común,
la misión es el trabajo, función o
encargo que una persona debe cumplir. También se puede entender como el encargo
o poder que se le da a una persona para ir a desempeñar una determinada función
en algún lugar. Sin embargo, desde el punto de visita eclesial, la misión se
entiende como la acción evangelizadora de la
Iglesia entre las poblaciones, sobre todo, las que no conocen todavía el
Evangelio o entre los alejados de la fe. La misión dirigida a los que todavía
no conocen el evangelio se llama Ad
Gentes y la que se dirige a los alejados de la fe se llama la nueva
evangelización. Conviene recordar que, la misión es la naturaleza misma de la
iglesia. Quiere decir, la iglesia existe para hacer la misión de su Fundador.
¿A quién le pertenece la misión, quien es su dueño?
La misión no es
propiedad de nadie y no le pertenece a ningún proyecto privado. Ninguno en el
mundo puede adueñarse de ella. Cuando hablamos de la misión, estamos hablando
de un proyecto de Dios. La misión es un proyecto inherente a la naturaleza de
Dios. Es de Él y es el Único que la sostiene y la cuida. En todas las épocas,
el ser humano ha sido instrumento de Dios en la misión. Así que, somos sus
colaboradores.
Se concibe la misión como un movimiento de Dios
hacia el mundo y la Iglesia
como un instrumento para esa misión. Eso significa que ni la
Iglesia ni ningún otro agente humano pueden considerarse como autores o
portadores de la misión. La misión
nace en el corazón de Dios. Dios es una fuente de un amor que
envía. Este es el sentido más profundo de la misión. Existe la
misión sencillamente porque Dios ama a las personas e invita a su iglesia
a participar. Así que, la misión es un
atributo de Dios mismo que se expresa en su accionar por redimir a la humanidad
y somos llamados a participar.
El Espíritu santo, protagonista de la misión
Aunque en todas las
épocas, Dios llama a hombres y mujeres a ser sus colaboradores e instrumentos
en la misión, el protagonista principal de la misión es el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo sella la verdad de Dios en el corazón de los creyentes. El Espíritu Santo
hace que se conozca a Jesús como Salvador del mundo: “(…) y nadie puede llamar
a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). El Espíritu Santo hace
que los cristianos den testimonio de Jesús en el mundo inclusive en momentos de
persecuciones. El Espíritu santo guía la misión en el sentido de que inspira el
proceso de evangelización hacia los pueblos que no conocen a Jesucristo y hacia
los alejados de la fe de la iglesia. En fin, en todas las épocas, el Espíritu
Santo prolonga la misión de Jesucristo en la Iglesia.
En la trayectoria de la
misión de la iglesia, el Espíritu santo siempre es el protagonista. En la
iglesia primitiva se ve claramente el protagonismo del Espíritu Santo: en la
conversión de Cornelio (Hechos 10),
en las decisiones que tomaban los
apóstoles sobre los problemas que surgían (Hechos 15), en la elección de los
territorios y de los pueblos (Hechos 16, 6 ss), entre otros. El Espíritu Santo
hace que la Buena Nueva tome cuerpo en las conciencias y en los corazones
humanos y se difunde en la historia (Cfr. Enc. Dominum et Vivificantem, 1986).
Los misioneros de la Consolata, colaboradores de Dios en
la misión
La misión es la razón de ser de los misioneros de
la Consolata. De acuerdo a nuestro Carisma, somos misioneros de la Consolata
para la misión Ad gentes, es decir, somos para la evangelización de los
pueblos, con una predilección a los no cristianos y a los lugares donde ninguno
quiere ir. Esa es nuestra vocación y la razón por la cual, el misionero de la
Consolata es colaborador de Dios. El beato José Allamano con claridad afirma
que, el misionero de la Consolata es colaborador de Dios por la naturaleza de
su vocación misionera: “Dios ha pensado en ustedes desde toda la eternidad…Él
los ha llamado al apostolado por su sola bondad. (…) ¿Por qué justamente a
ustedes? Porque los ha amado con un amor especial. Ha hecho con ustedes lo que
hizo con aquel joven del Evangelio: “Y Jesús, mirándolo fijó a los ojos, lo amó
y le dijo: ven y sígueme” (Mc 10,21). ¡En eso consiste la vocación! Es esta
mirada de predilección de Jesús” (Así los quiero, p. 59).
Conscientes de esa predilección de Dios, los
misioneros de la Consolata están dispuestos a cualquier sacrificio para darle a
conocer al Señor. Por la naturaleza de su vocación, se apasionan por el anuncio
del reino de Dios. Y el Señor les concede todas las capacidades apropiadas para
evangelizar inclusive entre los no cristianos.
Así que, los misioneros de la Consolata tienen
una sola tarea: la evangelización de los pueblos, es decir, la colaboración con
Dios para que los pueblos tengan la conciencia de que sólo Él es la luz que
alumbra sus vidas. Sobre esto esclarece
el beato José Allamano: “Quien entrara en nuestro Instituto con una finalidad
diferente a la de convertirse en un misionero o misionera de la Consolata,
sería un intruso” (Así los quiero, p. 62). Lo que nos advierte el beato José
Allamano es que somos perpetuos colaboradores de Dios y esa es la razón de nuestro
ser y quehacer en la Iglesia.
Conclusión
Es muy claro que la misión es de Dios. Es claro
también que el Espíritu Santo guía la misión de Dios en el mundo. Es
absolutamente claro que ningún humano por más capaz que sea es dueño de la
misión. El señorío de la misión le pertenece únicamente a Dios. Para la
prolongación de su obra en el mundo, Dios llama a hombres y mujeres-a los que
Él quiere-y les dota de muchas capacidades para anunciar su mensaje en todos
los rincones del mundo. A los que Él llama no son los dueños de la misión, sino
meramente sus colaboradores. Le colaboran en anunciar su voluntad y en hacer
que Él sea el centro de la vida del ser humano. Por tanto, todos los misioneros
de la Consolata, simplemente somos colaboradores en la viña del Señor de la
misión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario