Hacia los finales de
diciembre de 2019, el mundo empezó a escuchar la noticia de un virus
desconocido en la ciudad de Wuhan en el oriente de China, el cual
posteriormente fue identificado como coronavirus. Ese virus empezó como una
epidemia en esa ciudad china, poco a poco se fue propagando a otros países
asiáticos, hasta que se difundiera a otros continentes. Por la gravedad de la
situación, la Organización Mundial de la Salud declaró el coronavirus como una
pandemia, pues se volvió una amenaza mundial. Ahora todo el mundo está viviendo
los efectos desastrosos de este virus. Muchas personas están enfermas, otras
han perdido la vida, sobre todo, los adultos mayores.
Esta situación ha
causado mayor preocupación a nivel mundial. La Organización Mundial de Salud
(OMS) informa que este virus se ha extendido casi a todos los países del mundo.
A raíz de esta realidad, varios países han declarado estado de emergencia y cuarentenas
permanentes, han cerrado las fronteras con países vecinos, inclusive en
algunos, han cancelado el transporte terrestre, fluvial y aéreo tanto con
países vecinos como a nivel continental e internacional.
La iglesia tambien está
afectada por la situación de Coronavirus.
Pues ella no es ajena a la realidad del mundo y a la del ser humano al
que está destinada a servir. Por los efectos de la pandemia, a la iglesia le ha tocado cambiar su ritmo de siempre. Le
ha tocado ajustarse al ritmo del programa que los gobiernos han puesto en
diferentes países del mundo. Para ello, los templos están cerrados para evitar
la conglomeración de los fieles, y las eucaristías no se celebran con la masa
de fieles, sino con un grupito de personas o a veces sin fieles. Ahora los
medios virtuales se han convertido en espacios por medio de los cuales los
fieles se alimentan espiritualmente. Los medios como la televisión, el facebook,
entre otros, se han convertido en
espacios para transmitir la Eucaristía, la coronilla de la divina misericordia,
el santo rosario, etc.
Por eso, en este tiempo
de la pandemia de coronavirus, los
cristianos están llamados a ser misioneros de esperanza. El misionero es el que
pregona permanentemente en nombre de la iglesia el mensaje del Señor. El
misionero de esperanza cristiana pregona sin cesar que un mundo mejor tiene
como fundamento el encuentro personal con Jesucristo. Jesucristo es la Buena
Nueva, es decir, es el que trae a la persona algo nuevo que nunca se había experimentado.
Ese encuentro con Jesucristo produce en la persona un cambio sustancial que se
refleja en las palabras pronunciadas, en la manera de pensar y actuar.
Es importante notar que,
la esperanza tiene que ver con esperar algo mejor, esperar una situación mejor
que la que se vivía antes y la que se vive en la actualidad. En fin, se trata
de esperar algo diferente y un ambiente diferente. La esperanza cristiana es
diferente de la esperanza que el mundo da. Ella se fundamenta en la fe en
Jesucristo, el Resucitado. Él es la esperanza para un mundo nuevo y una
humanidad nueva. Porque el ser humano sólo se
encuentra realmente consigo mismo cuando acoge a Jesucristo crucificado y resucitado: en Él encuentra un motivo real para no vivir sin esperanza, aprisionado por el presente puramente vegetativo del comer y el beber, y para seguir luchando contra los poderes que hoy esclavizan al hombre.
Ante la
pandemia de coronavirus, el cristiano-católico es un misionero de esperanza en
cualquier lugar donde se encuentre. Es misionero de esperanza porque aporta al
mejoramiento del mundo teniendo como punto de referencia a Jesucristo. En este
tiempo de coronavirus, el cristiano es agente de esperanza desde la oración, la
solidaridad y la cooperación tal como se explica a continuación:
La oración es la forma
por excelencia de dar esperanza al mundo. El cristiano es experto en la oración.
La oración es la confianza total en la misericordia infinita de Dios. El
cristiano siempre fija su mirada a Dios suplicando por su intervención en la
situación que se vive. Con constancia entabla diálogo con el Señor. Ora por sus
intenciones personales y por las intenciones del mundo. Ora por la bendición y
protección de él mismo, su familia, y por el mundo entero. Ante esta realidad
de coronavirus, se ha celebrado eucaristías por las víctimas de esta pandemia,
se ha convocado jornadas de rezo de rosario, coronilla de divina misericordia,
exposición del Santísimo, entre otros. No hay una mejor manera en que el cristiano
puede dar esperanza al mundo desesperanzado más que en la oración.
Acudamos a
la Sagrada Escritura para tener ejemplos de oración de intersección. Moisés muestra
el poder de la oración: intercede por el pueblo
que se había rebelado (Nm 14, 1-19); reza cuando el fuego estaba a punto
de devorar el campamento (Nm 11, 1-2) y cuando serpientes venenosas hacían
estragos (Nm 21, 4-9); ve a Dios y habla con él cara a cara, como habla un
hombre con su amigo (cf. Ex 24, 9-17; 33, 7-23; 34, 1-10.28-35).
Abraham es otro ejemplo de oración de intercesión. Cuando Dios quería destruir
a Sodoma y Gomorra, estas ciudades se salvaron por la intercesión de Abraham. Por
encima de todo, Jesucristo es el ejemplo por excelencia de oración. Es el
mediador entre Dios y el ser humano. Todo se recapitula en Él y por Él, Dios
recibe las suplicas de la humanidad. Jesucristo enseñó a sus discípulos la
importancia de oración: “Porque el que pide recibe; el que busca, encuentra; y
al que llama, se le abre (Lucas 11,10). Por eso, la oración de intercesión es
un medio eficaz por el cual el cristiano da esperanza al mundo.
La solidaridad es otra
manera de dar esperanza al mundo aquejado por la pandemia de coronavirus. La solidaridad es uno de esos valores
fundamentales del ser humano. Sin él, la existencia en la sociedad carece de
sentido. La solidaridad es lo que hace una
persona cuando otro necesita de su ayuda, es ese sentimiento que se siente y
que impulsa a ayudar a los demás, sin intención de recibir algo a cambio. La solidaridad
es común verla en tiempo de crisis en países que atraviesan por guerras,
hambrunas, desastres naturales y otras condiciones extremas.
La solidaridad cristiana tiene su fundamento en la relación del creyente
con Dios. La comunión del
hombre con Dios es la raíz de las relaciones con sus semejantes y con el mundo.
Eso es el fundamento y el modelo de toda otra forma de solidaridad. La parábola del joven
rico que encontramos en el Nuevo Testamento (Mt 19: 16-22) nos muestra que la
solidaridad es fruto de la libertad de la persona. En ella, Jesús le dice a un
joven rico que si desea ser perfecto que venda sus posesiones y que distribuya
el producto de la venta entre los pobres. Dice la parábola que el joven rico se
marchó triste porque no quería deshacerse de sus bienes. La solidaridad es dar lo nuestro no lo de otros. Debe ser voluntaria, no coercitiva.
En este tiempo de la pandemia de coronavirus, somos llamados a ser más solidarios que nunca. Los cristianos se
han solidarizado con los países con mayor impacto de dicha pandemia. Unos han
enviado médicos, otros han donado bienes materiales, y otros concientizan a la
sociedad acerca de la importancia de auto-cuidado. La solidaridad es una llama
que se enciende en el corazón para ayudar a los demás.
La cooperación con
diferentes entidades tanto nacionales como internacionales es otra forma de dar esperanza
en este tiempo de la pandemia. Es importante notar que la cooperación tiene que
ver con el conjunto de acciones y esfuerzos que, conjuntamente con otro u otros
individuos, se realizan con el objetivo de alcanzar una meta común. La
Organización Mundial de la Salud (OMS) con frecuencia llama a todo el mundo a
cooperar en unir esfuerzos para combatir la pandemia. La Iglesia a través del
santo padre, el papa Francisco, y varias Conferencias episcopales en todo el
mundo, llaman a los cristianos a cooperar con las autoridades para combatir la
pandemia. El ejemplo de la cooperación es la virgen Maria. Su primer inmenso servicio fue el “Hágase en mí según tu palabra”... y el
“He aquí la Esclava del Señor” (Lc 1,38). La virgen Maria nos muestra que, la base de la cooperación del cristiano
es su relación con Dios que le lleva a cooperar con sus semejantes. Iluminados
por nuestra fe en Jesucristo, los cristianos estamos llamados a cooperar con
los gobiernos nacionales y eclesiales en la lucha contra la pandemia. Estamos
llamados a cooperar en la tarea de sensibilizar a la gente sobre el auto-cuidado
personal, familiar y comunitario.
En resumen, nuestra fe cristiana,
nos hace ser portadores de esperanza al mundo. El cristiano es siempre sal y
luz del mundo. En este tiempo de la pandemia que nos aqueja, que los cristianos
crezcamos en oración, solidaridad y cooperación para dar esperanza al mundo que
se encuentra desalentado por la situación que se está viviendo.