Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


viernes, 3 de noviembre de 2017

SAN MARTÍN DE PORRES, PRIMER SANTO NEGRO DE AMÉRICA

Merece la pena resaltar que no hay ningún santo más popular  en América que san Martín de Porres. Era un negro de padre español y madre negra esclavizada. Por su tez negra, no fue reconocido por su padre, realidad que quedó atestiguada en su partida bautismal de la Iglesia san Sebastián: “Miércoles 9 de diciembre de 1579 baptice a Martín hijo de padre no conocido y de Ana Velazquez, horra (negra libre) fueron padrinos Jn. de Huesca y Ana de Escarcena y fírmelo. Antonio Polanco”.
A pesar de esa historia nefasta, san Martin de Porres se apuntó para lo alto. A los 16 años, decidió buscar la perfección evangélica bajo la regla de Santo Domingo. En 1595, solicitó ser recibido como donado[1] en el convento de los Dominicos, deseo que le concedieron los superiores. Como donado, a fray Martin de Porres le asignaron el ministerio de barrer la casa. En el pensamiento del mundo, ese oficio pareciera una humillación pero para fray Martín eso era una oportunidad para seguir de cerca a Jesucristo: “Mi deseo es imitar lo más posible a Nuestro Señor, que se hizo siervo por nosotros”. Su vida fue un testimonio y ejemplo del seguimiento de Jesucristo. Murió el 3 de noviembre de 1639 y fue canonizado en Roma, el 6 de mayo de 1962 por el papa Juan XXIII. Para ello, es considerado el santo más popular de América por los prodigios que el Señor ha obrado a través de él.

   Las virtudes de san Martin de Porres que inspiran el mundo de hoy.
Ejemplo en el seguimiento de Cristo: San Martín de Porres siguió de muy cerca a Jesucristo.  Ese seguimiento fue fruto de amor y entrega  total a Jesucristo y al prójimo. Mostró con ejemplo de su vida que se podía llegar a la santidad por el camino que ensenó Jesucristo, es decir, en primer lugar, amar a Dios con todo nuestro corazon, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y en segundo lugar, amar al prójimo como a nosotros mismos (Cfr. Mt 22, 37-40). San Martin de Porres sabía que Jesús padeció cargando la cruz por los pecados del mundo. Él tuvo un amor especial al crucifijo donde  contemplaba con frecuencia el sufrimiento del Señor por los pecados de la humanidad. Su devoción al Santísimo Sacramento de la Eucaristía era fruto del seguimiento del Señor. Amaba a la Eucaristía y dedicaba larga horas ante el sagrario con el fin de nutrirse del Salvador del mundo con la máxima frecuencia que le era posible. En resumen, su vida era testimonio de la presencia de Jesucristo quien vivía en él.

La humildad: Jesucristo es el modelo de humildad evangélica. “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de Corazon” (Mt 1, 29). La virtud más grande de san Martín de Porres fue la humildad. Fue tan humilde que se consideraba el último y el más pecador de todos. En él se cumplió las palabras de Jesús: “el que se humilla será enaltecido” (Mt 23,12). Vivimos en un mundo donde el más grande es el que domina a otros o el que posea más riquezas. Vivimos en un mundo de clases donde hay las dominantes y las dominadas, las apreciadas y las condenadas. La humildad como valor es un desafío grande en el mundo actual. Hacen falta los ejemplos de la humildad evangélica como reflejo de madurez en el seguimiento de Cristo. La humildad hoy es interpretada como humillación o sumisión. Por eso, es una virtud que no es fácil encontrar. San Martin de Porres enseña  hoy el valor de la humildad. Fue un santo humilde de tal manera que, algún día propuso a su superior a que lo vendiera para solucionar los problemas financieras del convento. Quería hacer eso después de recordar a Santo Domingo quien se ofreció como esclavo a los moros para sustituir al hermano de una pobre viuda. Por el aprieto económico de su convento proponía al superior: “Disponga de mí y véndame como esclavo, (…) y yo quedaré muy contento de haber podido servir para algo a mis hermanos”. San Martin de Porres vivió la humildad que imitó de Jesucristo, prototipo de la mansedumbre para los cristianos.

Oración y penitencia: La oración es sencillamente la comunicación constante con Dios. Jesús en todos los evangelios dice que debemos rezar (cfr. Lc 18,1); esto significa ser revestidos del espíritu de oración tal como la ropa nos reviste el cuerpo. San Martin de Porres no fue solo un fraile orante sino tambien penitente. La oración y el trabajo fueron las coordenadas en las que siempre se enmarcó la vida de San Martín. Junto al Crucifijo y la Virgen María, su devoción predilecta era la eucaristía. Su devoción a Cristo crucificado fue inmensa. Pasaba mucho tiempo en oración. Casi la mayoría de las noches las pasaba en oración cerca al crucifijo. Complementaba la vida de oración con la penitencia.  Hacía mucha penitencia ofreciendo sus sufrimientos por  la salvación de los demás. Ayunaba casi todo el año, pues la mayor parte del tiempo se limitaba a pan y agua, y en cuarenta y cinco años de vida religiosa nunca comió carne. El domingo de Resurrección, comía algunas raíces de las llamadas camotes, el pan de los negros. El segundo día de Pascua tomaba un guisado sin nada de carne. Dormía muy poco tiempo, y muchas veces pasaba la noche junto a la cama de algún enfermo.

Corazon sensible a los pobres: San Martin de Porres dedicó su apostolado al servicio de los pobres. Durante su tiempo, había varios lugares de atención médica de acuerdo a la clase a la que pertenecía la gente. De hecho, había hospitales solo para españoles; hospitales para negros libres y hospitales para atención medica de los indios. Estos últimos no gozaban la mejor estratificación en la sociedad y por ende, la atención médica para ellos era pésima. San Martín introdujo un hospital que atendía a toda clase de personas sin ninguna distinción. Ese hospital era su caridad a través de la cual atendía mejor a los pobres y a todos los desventajados de la sociedad. Atendiendo en la puerta del convento a la comida de los pobres o en otras gestiones y mandados, fray Martín tenía muchas relaciones con indios, agricultores, negros y mulatos, con emigrantes sin fortuna o antiguos soldados, con mercaderes o carreteros o funcionarios. 

La caridad: Según san Agustín, el edificio de la santidad se perfecciona con la caridad. Se trata de amor hacia Dios que es el primer gran mandamiento. Así que, la caridad es el compendio de todas las virtudes y la perfección de todas ellas. En las palabras de san Pablo es “la plenitud de la ley” (Rm 13, 10). San Martín de Porres fue muy caritativo, caridad que era fruto de su fe integra y de su humildad. Amaba a todas las personas porque las consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos. A través de sus cualidades de enfermero, barbero y cirujano, ayudaban a muchas personas que se aproximaban a él para esos servicios. Apenas alguien necesitaba algo, fray Martín se personaba al punto, a cualquier hora del día o de la noche, de modo que los enfermos se quedaban asombrados, no sabiendo ni cuándo ni dónde dormía, ni cómo sacaba tiempo y fuerzas. Curaba a todos los enfermos y daba limosnas a los necesitados sin ninguna distinción porque a todos los quería por igual. A los religiosos enfermos les servía de rodillas y les asistía de noche a sus cabeceras ocho y quince días, conforme a las necesidades en que les veía estar, levantándoles, acostándoles y limpiándoles, aunque se tratara de las más asquerosas enfermedades. Esa caridad con los enfermos, continua, heroica y alegre, es el mayor de los milagros que San Martín obraba con ellos, pero al mismo tiempo es preciso recordar que los milagros de sanación por él realizados ya en vida, fueron innumerables. Su atención caritativa hacia los más necesitados de la sociedad, le valió el apelativo de “Martín de Caridad”.






[1] Los donados eran miembros de la Orden Tercera dominicana, recibían alojamiento y se ocupaban en muchos trabajos como criados.