Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


domingo, 31 de julio de 2016

LA MUJER AFROCOLOMBIANA, TEJEDORA DE CONVIVENCIAS INTERCULTURALES


Colombia es, a grosso modo, una nación multicultural y pluriétnica, esto significa que en el territorio colombiano conviven y se relacionan varias etnias y multiplicidad de culturas. Existen los mestizos, indígenas, afrocolombianos y gitanos (Aristizábal, 2000). Aunque sea evidente la multiculturalidad en Colombia, muchos no la han asimilado. Muchos son reacios a ella y eso ha ocasionado la exclusión del Otro, la homogeneización, la estigmatización, la diseminación, la invisibilización y la negación de la pluriculturalidad so pretexto del orden, la unidad, el desarrollo, y la civilización  (Magendzo, 2006). De ahí que, surge la necesidad de abogar por la interculturalidad. El proyecto de la interculturalidad busca que las sociedades multiculturales puedan vivir de un modo distinto, trabajar por una revolución del sentido de vida. La mujer afrocolombiana a través de sus actividades diarias teje las relaciones con diferentes personas, y así transmite la cultura de una generación a la otra y se encuentra con otros mundos culturales donde ella les presenta y representa la suya.

ASPECTOS CON LOS QUE LA MUJER AFROCOLOMBIANA TEJE LA INTERCULTURALIDAD

De entrada, es importante hacernos la pregunta: ¿De qué se trata el concepto de la interculturalidad? Según Walsh (2009), no es otra cosa que el contacto e intercambio entre culturas en cuanto a la igualdad y equidad. El concepto de interculturalidad, para Aparicio (2002) fomenta la relación entre las diversas culturas en una sociedad culturalmente heterogénea, y promueve la aceptación de la cultura minoritaria de parte de la mayoritaria. UNESCO (2005) hace hincapié en que el fenómeno de la interculturalidad debe pensarse como la presencia, la interacción equitativa de disímiles culturas y la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, adquiridas por medio del diálogo y de una actitud de respeto mutuo.  La interculturalidad es, pues, un proyecto que se construye con el fin de lograr la convivencia anhelada en una sociedad habitada por sujetos de culturas múltiples. No se debe pensar para favorecer a unos pocos, ni para hacer que unas culturas prevalezcan sobre las otras; debe ser para todos, de suerte que, en conjunto, se pueda vivir y convivir de forma armoniosa y sin tensiones.

La mujer afrocolombiana juega roles protagónicos en la promoción de convivencias interculturales; trata de idear estrategias a través de sus quehaceres diarios, que permitan conseguirlas. Los aspectos que la mujer afrocolombiana idea para la construcción de convivencias interculturales son: la venta ambulante, la música, la danza y la gastronomía. Se elaborará a continuación cada aspecto y cómo a través de cada uno, la mujer afrocolombiana teje la convivencia intercultural. Ésta, no lo hace sólo para ella, ni únicamente para su pueblo, sino que lo hace por todos.

 

La Venta Ambulante

La venta ambulante es un modo de trabajo sin sitio fijo; se lleva a cabo en espacios no establecidos: hoy se vende por aquí, mañana puede ser en otro territorio diferente. El trabajo se realiza, en gran parte, en las calles de las urbes; por eso se le llama venta callejera. Los vendedores ambulantes son, en su mayoría, mujeres afrocolombianas, se desplazan de forma constante a diferentes espacios para encontrarse con personas a las que pueden ofrecer sus productos, se mueven también para darse conocer a su clientela y encontrarles el gusto por sus productos.

La mujer afrocolombiana se asocia siempre con la venta ambulante; se instala, a través de ella, como tejedora idónea de convivencias interculturales. Esta venta sirve para reflexionar acerca de la realidad de la mayoría de las mujeres afro quienes, a diario, caminan con sus carretas llenas de frutas, pelan mangos, preparan cocadas, venden salpicón, chontaduro, piña, coco, sandía, jugo de borojó, etc. Les sirve para sobrevivir en la incertidumbre de una vida difícil en las grandes ciudades, buscan, con estas ventas, la supervivencia y la independencia económica que no encontrarían en otros modos de trabajo.

La venta ambulante ha sido el modo de trabajo más antiguo que ha caracterizado a la mujer afrocolombiana, igual que los oficios domésticos y el trabajo en restaurantes. Esta forma de trabajo acompaña a la mujer afro desde que llegó esclavizada a tierra colombiana en el siglo XVI. Las normas del periodo de la esclavitud acerca del comportamiento de los africanos esclavizados en el trabajo se explicitaron en los códigos que regulaban su ser y hacer. Se normalizó jurídicamente el yugo esclavizador y se estableció la segregación laboral sobre todos los esclavizados, las esclavizadas y sus descendientes. La corona española, con la regulación de Santo Domingo del 12 de octubre de 1538 se declaró de forma categórica:

(…) Se prohíbe bajo las más severas penas que ningún negro o pardo tercerón pueda ejercer arte ni profesión alguna que deban quedar reservadas para las personas blancas. También el acceso de negros y pardos hasta la quinta generación, a las ciencias. La gente de color ha de seguir la profesión de sus padres: la agricultura, la pesca, la minería, o la venta al por menor de frutos de la primera necesidad y el ejercicio de portadores o cargadores llamados borriqueros (…)  (Meza, 2003, p. 59).

Aquí se puede evidenciar la historia de la marginación laboral de los afrocolombianos, ésta se construyó, a través de la historia, es la lógica de la etnización y la división de ciertas actividades económicas aptas sólo para los afros y otras reservadas para los blanco-mestizos. La mentalidad de la etnización laboral reinó en tiempos de la esclavitud y sigue teniendo impactos en el presente. Wade (1997) está de acuerdo con la tesis al aclarar que las actividades designadas para el hombre afrocolombiano siempre fueron la construcción y la vigilancia,  mientras, para las mujeres la suerte fue la venta ambulante, los servicios domésticos y el trabajo en restaurantes.

La venta ambulante se convirtió en una forma de trabajo específico para los descendientes de africanos en Colombia; lo desarrollaron, en especial, “las mujeres quienes recorrieron las calles de ciudades y poblados, pregonando los productos cultivados en el campo y los dulces que ellas mismas elaboraban y que vendían luego en plazas de mercado y de puerta en puerta” (Bowser, 1977, y Gutiérrez, 2000, citados por Meza, 2003, p. 78). Esta venta ocupaba mano de obra libre y daba relativa independencia, en contraste con otras actividades de las mujeres afro, como los servicios domésticos.

La venta ambulante, como actividad económica con la que la gran parte de las mujeres afrocolombianas se identificaban durante el tiempo colonial, no dejó de existir con el fin de la colonia y la esclavitud. Esto continuó como modo de trabajo para la mayoría de las mujeres afro hasta el tiempo presente. No obstante, no todo es jardín de rosas para la mujer afrocolombiana al llevar a cabo esta labor, ella acostumbra enfrentar un sinnúmero de desafíos. Las mujeres afro se exponen a plantar la cara a los estereotipos relacionados con la imagen de la mujer afrocolombiana como simple objeto sexual. La vendedora afro, muchas veces cuando vende, debe tolerar miradas y chistes obscenos sobre su composición corporal, producto de creencias populares sobre la “calentura” que supuestamente la caracteriza. La venta obliga a la mujer afrocolombiana a enfrentarse con los hombres que creen que las mujeres afro son fáciles, calientes o menos dignas de ser tomadas en serio (Meza, 2003).

Los desaciertos que rodean la venta ambulante llevan a preguntarse: ¿Cómo utiliza ella esta venta para tejer convivencias armoniosas? Las vendedoras afrocolombianas, directa o indirectamente y mediante esta venta, conducen a muchos sujetos a salir de sus esquemas mentales, a derrumbar la lógica de pensar y actuar de una forma preestablecida para el pueblo afro. El puesto donde se vende se vuelve un trampolín para que todos se alleguen los unos a los otros, como se muestra a continuación.

Buen trato.

Llama la atención la amabilidad de las mujeres afro, fruto de la alegría intrínseca y natural que las caracteriza. Sus formas de ser, hace que los clientes se sientan acogidos y bien tratados. En este caso, el buen trato contradice todas las acciones que son un tropiezo para el bienestar integral de todos los seres humanos. De esta manera, prestan la atención merecida a la gente con calidez, calidad, respeto y reconocimiento de sus derechos; ofrecen empatía, en el sentido de entender y comprender lo que el otro siente. La mujer afrocolombiana, en la venta ambulante y de forma constante, se dirige a sus clientes con palabras cariñosas, amorosas y respetuosas.

El buen trato hace que haya un acercamiento constante a la vendedora ambulante, se vuelve una herramienta que ayuda a cambiar la lógica de muchos acerca de los afrocolombianos, que históricamente se les considera como brutos, inhumanos, personas que hay que temer. Las mujeres, por lo general, se consideran sucias e ineptas, son los prejuicios que se tienen al pueblo afro. La mujer afrocolombiana, mediante la venta ambulante, trata de cambiar esa lógica con el buen trato y crear un ambiente de acercamiento confiable entre ella y sus compradores.

El acercamiento y la confianza desembocan en la creación de lazos de amistad y colaboración mutua, las relaciones sociales se generan porque ella establece contactos con personas diferentes entre sí: afro, blancos, indígenas, mestizos, mulatos, jóvenes y adultos. Esta forma, que pareciera ser  tan sencilla, rompe prejuicios creados a raíz de los estereotipos asociados con lo afro. La confianza desarrollada entre vendedora afro y compradores hace que poco a poco se teja la convivencia armónica requerida. No es una confianza casual, es fruto del desarrollo de la conciencia que considera la trascendencia de cada uno como sujeto deseable en la sociedad.

Satisfacción de las necesidades de la clientela

La venta ambulante, en gran parte, se lleva a cabo en barrios populares y al mismo tiempo multiculturales que albergan personas provenientes de diferentes rincones de Colombia. La vendedora ambulante se posesiona en este ambiente como surtidora de productos deseables para la mayoría. Ella vende productos como jugo de borojó, aguacate, arroz con leche, sandía, chontaduro y otras frutas. El contacto persistente crea un ambiente de amistad, colaboración mutua y respeto de las diferencias. El contacto diario entre vendedora y clientes impulsa lo humanitario: hace que se vea la parte humana de diferentes personas. La mujer afrocolombiana, desde la calle, forja y goza la convivencia, su condición de pobre hace que algunos compradores ricos se compadezcan de ella; por los lazos de amistad creados, algunos se comprometen a ayudarla.

Ella, de esta forma, contribuye en la erradicación del racismo, producido como idea que hace referencia a las diferencias fenotípicas y biológicas que existían entre conquistadores y conquistados (Quijano, 2000). Los primeros se dieron a sí mismos la categoría elevada de “blanco”; a los conquistados les asignaron las categorías de “negro” e “indio”. Ambas presuponen lo impuro, lo incivilizado, lo bárbaro. Nadie niega que esa diferenciación racial haya perjudicado las relaciones sociales, y la mujer afrocolombiana ha sido la más afectada. Ella intenta, con la venta ambulante, erradicar el racismo en la medida en que brinda sus productos a todos sin distinción: indígenas, mestizos, blancos, afros, hombres y mujeres. Los compradores se le acercan porque necesitan que les vendan sus productos y satisfacer sus necesidades. La mayoría la valora, reconoce su aptitud y eso crea familiaridad entre ambas partes.

La venta ambulante hace que la mujer afrocolombiana se posesione como intermediaria y así contribuye a que algunos  desarrollen la conciencia del sentido común, lo hace al promover la colaboración mutua, el reconocimiento de las capacidades del otro, la valoración de la persona y el respeto a las diferencias étnicas de las personas.

Uso de lo exótico

Se asocia a menudo a la mujer afrocolombiana con el uso de los elementos particulares de su pueblo. Su empleo muestra una estética propia y fomenta la inclusión, ella utiliza lo propio de su etnia: colores, sabores y texturas; los transforma en elementos de la estética típicamente afrocolombiana (Meza, 2003). Multiformes ejemplos muestran el uso de turbante, maquillajes, vestuarios coloridos, ornamentos y la palangana llena de frutas que la mujer afro lleva sobre la cabeza mientras realiza la venta (Meza, 2003). Todas esas representaciones llaman la atención, actúan como llamativos para el turismo y para tejer convivencias interculturales entre diferentes sujetos.

Lo exótico desemboca en el establecimiento de espacios de socialización. Nadie puede negar que la venta ambulante estimule el establecimiento de estos espacios y permite construir relaciones sociales entre vendedoras y compradores. Alrededor de la venta ambulante se perciben las formas de belleza cuya presencia supone un intercambio socio-cultural en la cual la mujer afrocolombiana y lo afro transforman el espacio público con una especie de estética popular (Meza, 2003).

La estética afro hace que el punto sea llamativo para la venta; fomenta también que los unos y otros se acepten en la medida en que crea un contacto sutil, físico y emocional. La interacción entre la mujer y los compradores es la que hace posible ese contacto. El físico radica en el desplazamiento de quien compra hacia ella porque le tiene confianza, le llama la atención, le agrada. La vendedora, cada vez que interactúa con los compradores, establece un contacto sutil al utilizar la sonrisa, la alegría, la amabilidad, la suavidad, los gestos para hacerlos enamorar de su labor y de sus productos, ellos descubren lo que hace, ella crea un contacto emocional mediante conversaciones, relacionamientos y charlas. De esta manera, se propicia, el intercambio de saberes entre ella y los compradores.

Música y Danza

La música y la danza son medios que el pueblo afrocolombiano utiliza para construir nuevos imaginarios, corporalidades y maneras de socialización; desarrollan epistemologías diferentes y pensamientos contrarios a los dominantes  (Makl, 2008). Sus expresiones artísticas y culturales sacan a flote el mundo real de la mujer afrocolombiana; danza y música le sirven a la mujer afro para mostrar con facilidad su parte erótico-sensual. Su aporte en cuanto a tejer las convivencias interculturales no está completo sin entrar en el universo de la música y la danza porque su protagonismo en esa área es evidente.

 Música y danza afrocolombianas tienen afinidades con sus contrapartes africanas. La música es vida en el contexto africano; acompaña las actividades cotidianas; la realidad africana vive la música en tres dimensiones: horizontal, vertical y circular. La horizontal se enmarca en los momentos de la vida social, como fiestas, celebraciones religiosas, espacios de cuentos, entre otros; la vertical se caracteriza por el diálogo constante con el Ser Supremo y el mundo espiritual, Se entra en contacto con esas fuerzas por medio de la música y danza; la dimensión circular implica vivir en armonía con todo lo creado y con todo el mundo.
Se tardó en reconocer, lamentablemente, tanto la música y la danza africanas como las afrocolombianas debido a los prejuicios y a la política dominante de los conquistadores. Por mucho tiempo, sólo se catalogaba como arte musical las melodías de los compositores europeos; el suyo era considerado el único civilizado, bueno, digno de imitar y de enseñarse a otros pueblos. La música de los africanos y la de sus descendientes en Colombia se consideraba bárbara, primitiva, anacrónica, diabólica, mero ruido sin nada de inspiración (Quejada, 2008). El rechazo no fue solo de parte de los colonizadores, sino también de los círculos eclesiásticos. Algunos misioneros, que evangelizaban en los asentamientos afro, la prohibían constantemente porque, a su juicio, carecía de inspiración moral y espiritual (Quejada, 2008). Se justificaba la urgencia de impedirla con la razón de que provocaba la ira del diablo.

La música y la danza de los afrocolombianos, a pesar de su infortunada historia, continúan siendo de sublime importancia por el aporte que hicieron los africanos esclavizados y sus descendientes a los elementos melódicos y rítmicos. Ambas artes, en el contexto afrocolombiano, complementan un proceso cultural, histórico y social que sirve de canal para sacar a flote las expresiones culturales del pueblo afro. La transmisión de los elementos de melodía y ritmo de la música afrocolombiana no depende del estudio musical, se hace a través de la tradición oral.

Es imposible separar a la mujer afrocolombiana de la música y la danza; estas artes representan la cosmovisión y la idiosincrasia propias del pueblo afrocolombiano. Las danzas predominantes del pueblo afro del Pacífico y del Atlántico son: currulao, juga, bambuco, bunde, chigualo, berejú, cumbia, bullerengue, chandé, mapalé, abozao, lumbalú, entre otras. Los cantos comprenden arrullos, alabaos, chigualos, gualíes y otros. Música y danza acompañan los ciclos vitales de la vida de los afrocolombianos; sirven para festejar la vida, llorar la muerte, regocijarse en la buena cosecha, resistir la agresión, invocar a Dios, incentivar el amor y exaltar la sensualidad.

La mujer afrocolombiana ha estado siempre en el epicentro del ambiente artístico. Ella, en la música folclórica afro, juega el papel de cantadora, y cantaora. El ser cantadora hace que ella se instale como canal de encuentro, comunicación, supervivencia y resistencia de la cultura y las tradiciones orales afrocolombianas (Fula, 2009). A las mujeres afrocolombianas se les suele llamar cantadoras porque cantan y adoran al Todopoderoso. Se les llama cantaoras si cantan y oran al mismo tiempo. Sus canciones narran sucesos concretos que el pueblo afro vive: pobreza, segregación, esclavitudes, violencia. Estas realidades marcan el escenario de la vida de las mujeres afrocolombianas. Su música y su danza se convierten en oración, en maneras de buscar la paz y la convivencia armoniosa.

La mujer afrocolombiana puede, a través de la música y la danza, estar en posición de construir las convivencias interculturales. A medida que canta y danza ante un público, provoca admiración, diálogo, acercamiento, interés y reverencia La mujer afro favorece el intercambio y la convivencia intercultural, bases sólidas que permiten el desarrollo de valores como la autoestima, el respeto a la diferencia cultural, la tolerancia y la amistad. El intercambio intercultural se halla en el enamoramiento y el aprecio de la cultura del otro. Este intercambio promueve el encuentro con personas diferentes, facilita el entendimiento entre ellas, crea seguridad y hermandad, intenta resolver conflictos intra-etnicos, cambia mentalidades, desarraiga prejuicios y estereotipos, aumenta la autoestima y promueve la confianza entre unos y otros. Todo eso cimienta el camino para una convivencia intercultural.

La mujer afrocolombiana, cuando canta y baila, provee el conocimiento sobre la cultura afro tanto ahora como en los tiempos pasados. El folclor afrocolombiano representa la belleza y la alegría que tiene el corazón de su gente, en especial de las mujeres. Provoca el acercamiento y la curiosidad de personas de otras etnias. El acercamiento es mutuo, despierta relaciones emocionales y cognitivas. Las personas no afro se acercan porque han visto en la mujer cualidades que les persuaden, les llaman la atención y les inspiran. Ella está en posición de construir un tejido social de convivencia y respeto al otro.

El encuentro con sujetos diferentes permite que la mujer afrocolombiana promueva la comunicación intercultural  (Bernabé, 2012). Esta comunicación facilita la construcción de una convivencia armoniosa porque crea un interés común entre los interlocutores. Las mujeres afro, cuando cantan su música, transmiten conocimientos, habilidades, emociones, sentimientos comunes y los valores intrínsecos de su cultura. Ella, de esta manera, entabla una comunicación intercultural con el que recibe el mensaje musical.

Danza y música están muy ligadas a la expresión corporal. La expresión corporal fomenta la constitución de la identidad como fruto de la socialización en un entorno cultural determinado. De igual manera, la música y la danza llaman al respeto hacia el cuerpo de la mujer afro. Es importante notar que, su cuerpo tiene connotaciones particulares que la vinculan a formas de participación social, personal y colectiva ligadas a estereotipos y prejuicios implementados y que establecen relaciones de discriminación social y étnica. Su cuerpo, vinculado con lecturas que lo asumen como predispuesto al trabajo material fuerte, el deporte, la lúdica, la sexualidad, entre otros. Las características de sus rasgos fenotípicos inciden en la visión que se tiene de ella. La mujer afrocolombiana se identifica en sociedad con ciertas descripciones como mujer de cuerpo exuberante, caricaturizado, de labios gruesos, cabello duro, anchas caderas, trasero grande, entre otros. Poseer esos rasgos corporales diferentes a los del cuerpo de la mujer blanco-mestiza le representa desprecio, incluso de forma peyorativa. Expresiones tan comunes como “negra caliente”, “negra sucia”, “pelo de casco”, “pelo malo”, entre otras, hacen parte del entramado de voces desdeñosas en su contra.

Ella usa la música y la danza para cambiar esa historia despectiva sobre el cuerpo femenino afro y entrar en diálogo con los cuerpos de otras culturas. Le sirven para mostrar lo valioso de su cuerpo; ella experimenta el mundo desde él y, a través de él, expresa sentimientos de alegría, angustia, tristeza, optimismo, desencanto, preocupación, paz, tranquilidad y esperanza. Ambas artes desmienten los estereotipos que históricamente tratan de invisibilizar y desnaturalizar el cuerpo de la mujer afrocolombiana.

La Gastronomía.

La mujer afrocolombiana no puede separarse de la gastronomía. Hay una cierta concomitancia entre la una y la otra. El arte de cocinar es parte notable de la identidad de su pueblo. La sazón de donde habita se destaca por la mezcla creativa de sabores. Al ojear las cocinas de las mujeres afro se encuentran adornadas de diversos utensilios para preparar sabrosamente sus platos. Se goza cocinando arroz endiablado, a la marinera, con coco o camarones, millo, queso frito, pescados como el viudo, el tapao, y los infaltables plátano y yuca. Territorios afro en las costas pacífica y atlántica, el Cauca, el Valle de Cauca, Antioquia y otros, prefieren culinarias tan variadas que reflejan la creatividad y la diversidad de sus orígenes.

¿De dónde emana todo el arte gastronómico de la mujer afrocolombiana? Entender su relación con el arte de la preparación de alimentos presupone vislumbrar el pasado colonial. El tiempo de la esclavitud muestra africanos esclavizados en plantaciones, minas y haciendas; su alimentación giraba alrededor de los productos locales. Se nutrían con carnes asoleadas, arroz, plátano, maíz hervido, yuca, fríjol, papa, pescado salado, harina de maíz, entre otros. Esas comidas les llenaban de carbohidratos, proteínas, y energía para seguir con sus labores. Ese régimen alimenticio para los esclavizados era común en las colonias inglesas, francesas, portuguesas y españolas de las Américas.

La historia gastronómica del pueblo afrocolombiano posiciona a la mujer en el centro. En la colonia, mientras los hombres trabajaban en plantaciones y minas, ella se encargaba de abastecerles los alimentos. Debía tener claro cuáles alimentos eran apropiados de acuerdo al trabajo que desempeñaban. Ella se preocupaba mucho por la alimentación con quienes luchaba por la liberación del pueblo esclavizado.

La sabiduría popular suele decir que la historia es la mejor maestra. La trayectoria de la mujer afrocolombiana en la culinaria explica por qué se le prefiere en los restaurantes de muchas ciudades de Colombia. Igual pasa con la percepción nacional que sostiene que es genial en la cocina, los restaurantes y en su trabajo en casas de familia. Estos ambientes no son lo mejor para ella, la mayoría son víctimas de baja remuneración y otros abusos.

El saber afro se transmite de manera oral, sobre todo a las niñas; las madres les inculcan la sabiduría de la cocina desde temprana edad. Así la mujer afro haya nacido en un ambiente urbano, conserva su sabiduría gastronómica más que otra persona porque no la adquiere por capacitación universitaria, sino desde la casa. La tradición oral que le es propia simboliza el conjunto de saberes compilados que se reproducen para propiciar su transmisión a las generaciones actuales y futuras.

¿Cómo teje las convivencias interculturales la mujer afrocolombiana a través de la gastronomía? Ésta es una forma crucial que ella utiliza para idear la interculturalidad a través de la sazón. Ésta hace que el cliente, después de comer, diga que quedó satisfecho, contento y vuelva a comprar en el mismo sitio. Puede ser que no vea ni conozca a quien preparó las comidas o mezcló los ingredientes, pero la sazón hace que le agradezcan, la respeten y consideren los compradores y los empleadores. La mujer afro le añade la alegría con la que cocina. La alegría hace parte del ser de la mujer afrocolombiana, es un estado de ánimo y expresa espontaneidad y sensibilidad. Ella usa cantos y versos que la expresan al preparar los alimentos. La cosmovisión afro considera que, cuanto más alegremente se preparan los alimentos, más sabrosos y apetecible quedan. La alegría con que se sirve al cliente o quien corresponda, lo motiva, anima e invita a reconocer la bondad y la amabilidad de quien presta ese servicio. La mujer afrocolombiana la tiene como característica propia, provoca a salir de esquemas mentales despectivos contra ella y el pueblo afrocolombiano, y construir una convivencia saludable y agradable.

CONCLUSIÓN
En resumen, es importante exponer algunas conclusiones que se derivan de esta reflexión. En primer lugar, apremia registrar que la interculturalidad es el paradigma para la convivencia armoniosa en sociedades donde se conviven con la diversidad cultural. En segundo lugar, la tarea de solucionar los problemas relacionados con la pluriculturalidad le compete a todos. Para ello, la mujer afrocolombiana a través de sus actividades diarias idea relaciones armónicas con personas de otras etnias. En tercer lugar, no se puede hablar de ningún cambio sin tener en cuenta  la educación como elemento transformador del ser humano. Si es intercultural, empodera más a la mujer afrocolombiana porque contempla los elementos culturales de grupos étnicos, concientiza sobre la necesidad de incluir lo cultural en el currículo y prepara el presente y el futuro de los estudiantes respecto a las diferencias culturales. La operatividad de lo intercultural en las instituciones educativas es un avance en la búsqueda de convivencias armónicas y equitativas en la sociedad.


miércoles, 27 de julio de 2016

LA VOCACIÓN MISIONERA, UNA VOCACIÓN EN SALIDA

No existe ningún misionero sin el dinamismo de salida hacia otros. Ser misionero o misionera implica desplazarse hacia otros, bien sea dentro del entorno propio o desemejante a ello. Dicho de otro modo, ser misionero es salir al encuentro de otras personas y de otras culturas con el fin de dar a conocer a Jesucristo y su mensaje de salvación. En pocas palabras, los misioneros y misioneras son heraldos ambulantes del Evangelio de Jesucristo. Es importante notar que, la salida como característica de la misión es una realidad súper vieja[1]. La misión y el dinamismo de salida siempre son realidades concomitantes. La misión en salida coincide con la vida y la vocación propia de la Iglesia. A lo largo de la historia misionera de la Iglesia, hay varios personas comprometidas, santos y beatos que han sido prototipos de la misión en salida: los santos apóstoles, san Pedro Claver, san Daniel Comboni, san Javier, san Junípero Serra, santa Madre Laura Montoya,  Madre Teresa de Calcutta, beato José Allamano, beata Irene Stefani, Mateo Ricci, cardenal Guillermo Massaia, entre otros. Se trata de hombres y mujeres que donaron su vida para la evangelización de los pueblos. Todos los misioneros y las misioneras dispersos por todo el mundo son ejemplos de la misión en salida.

Lo que implica el término “salida” como característica de la vocación misionera
El misionero es la persona enviada en nombre de la Iglesia para proclamar exclusivamente la Buena Nueva que es Jesucristo, único Salvador del mundo. Esa misión, sin lugar a dudas, requiere una salida en todas las dimensiones de la vida. No se puede hablar de que uno es misionero sin el dinamismo de salida. Somos misioneros y misioneras de Jesucristo en la medida en que tenemos la capacidad de salir para encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas que tienen la sed de Dios, o que tal vez no hayan tenido la oportunidad de que se les comunique a Jesucristo. Por eso, el dinamismo de salida es una condición sine qua non para los discípulos misioneros de Jesucristo. Para que eso se dé, hay que tener en cuenta lo siguiente:

Salida de las costumbres: El Señor nos llama a seguirle como misioneros y misioneras desde nuestros ámbitos, desde el seno de nuestras culturas y costumbres. No nos llama desde la nada. Nos llama para que estemos con Él y para enviarnos a predicar (Mc 3, 14). Sin embargo, el envío que Jesús da a todos los misioneros y misioneras les obliga a salir de sus esquemas condicionados por la propia historia. Así que, nuestra vocación en salida requiere una salida de costumbres que heredamos desde nuestros ámbitos familiares, continentales y de nuestros países. Hay que aceptar que no es cosa fácil desarraigarnos de nuestras costumbres y tradiciones que hemos adquirido desde que nacimos. El arraigo de las costumbres en nuestro ser se percibe con esta frase comúnmente utilizada: “siempre se ha hecho así”[2]. Esta frase sintetiza cuan se aferra a las costumbres. Muestra  tambien la mentalidad indispuesta a cambiar. La misma mentalidad ha hecho que haya dificultad en llevar a cabo la misión en salida, vocación propia de los misioneros y misioneras de Jesucristo. Por eso, es importante hacer el esfuerzo de salir del encerramiento de la propia costumbre para poder dar el testimonio de Jesús y recibir el testimonio de los demás más allá de nuestras fronteras.

Salida de los prejuicios: Los prejuicios son formas de juicios u opiniones preconcebidos que muestran el rechazo hacia un individuo, un grupo o una actitud social. Se trata de ideas preconcebidas que todos tenemos hacia los demás, que cada cultura tiene hacia otras culturas. Se nota, a menudo, la presencia de prejuicios con estas frases: “esas personas son así, esa cultura es así, tenían que ser ellos o ellas”. Los prejuicios normalmente son grandes barreras que afectan la interacción con otros, la apertura hacia otros, el encuentro con otros diferentes, y el aprecio de otros totalmente diferentes del propio ambiente. Para ello, la vocación misionera requiere cultivar una mentalidad que aprecie a otros diferentes con su bagaje cultural. Requiere tener cabida en la propia vida la mentalidad de que todos “somos iguales” porque tanto ellos como nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Esa igualdad de hijos e hijas de Dios es el punto de arranque para erradicar los prejuicios que hemos heredado de nuestros contextos donde provenimos.

Salida de la mentalidad de la superioridad de la propia cultura: Es obvio que la cultura de uno parezca superior a las demás, pues la cultura es el conjunto de sentidos y significaciones que informan la vida de un pueblo. Asimismo, es el conjunto de significaciones persistentes y compartidas, adquiridas mediante la filiación a un grupo social concreto, que llevan a interpretar los estímulos del entorno según actividades, representaciones y comportamientos valorados por esa comunidad: significados que tienden a proyectarse en producciones y conductas coherentes con ellos. Para eso, cada cultura particular tiende a tener ese orgullo de querer ponerse por encima de las demás, y de dominarlas. La vocación misionera con su dinamismo de salida requiere relativizar la propia cultura. No se trata de relegar la propia cultura a la insignificancia, sino que versa sobre considerar la importancia de otras culturas a la misma trascendencia que tiene la propia. Ese esfuerzo cultiva el aprecio y la igualdad entre las culturas. Relativizar la cultura propia ayuda a contrarrestar la mentalidad de superioridad cultural que se tiene hacia otras culturas y hacia las personas provenientes de culturas diferentes.

Salida de la multiculturalidad a la interculturalidad: El Señor nos escoge para ser misioneros desde los ámbitos multiculturales. Son ámbitos donde se evidencia la presencia de culturas heterogéneas donde a veces no hay relaciones positivas y armónicas entre sí. Acordemos que la multiculturalidad en sí es la diversidad de culturas dentro de un determinado espacio, local, regional, nacional o internacional, sin que necesariamente tenga una relación entre ellas. Si bien provenimos de sociedades donde se evidencia la pluralidad de culturas, es cierto que podemos crecer y vivir sin aprecio hacia otros que poseen la cultura diferente a la propia. Para ello, la vocación misionera requiere hacer esfuerzo de salir del encerramiento de la multiculturalidad para abrazar la interculturalidad. La interculturalidad es la relación positiva, desinteresada y armónica que existe entre diferentes culturas. Las personas de esas culturas aprenden lo positivo que hay en cada cultura. Esa relación intercultural normalmente cultiva el aprecio de una cultura hacia la otra, prepara la base para que haya igualdad y convivencia armónica en la sociedad entera.

Salida del miedo de alejarse de la comodidad del propio entorno: Hay que ser sincero que a todos nos causa temor salir de nuestro ambiente. Él nos protege, nos complace y nos acomoda. Podemos ser misioneros tanto adgentes como intergentes, es decir, fuera del propio entorno (departamento, continente, país, región, etc.), o dentro del propio contexto (País, Iglesia local, etc.). En ambas realidades, se necesita la  salida de la comodidad que nos proporciona nuestro propio entorno en el que crecimos. Hay siempre ese miedo de salir, pues la salida implica perder la comodidad que nuestros ambientes nos dan. La vocación misionera demanda sacudir con constancia ese miedo. Pedro es ejemplo de eso (Hch, 10, 9-33). Se trata del miedo de comer los alimentos que no estaban prescritos en la ley de Moisés (Hch, 10,14), y el miedo de juntarse con los extranjeros (Hch, 10, 28). Eso sucedió en su visión del encuentro con el centurión Cornelio. El miedo de comer lo que no era prescrito en su cultura, tal vez impediría el encuentro con Cornelio. Otro ejemplo de miedo de salir de la comodidad nos lo da el episodio del Concilio de Jerusalén donde  Pablo y Bernabé estuvieron presentes (Hch 15, 1-19). Se trata del asunto de que si era necesaria la circuncisión de los gentiles para obtener la salvación (Hch, 15, 1). Algunos judíos que habían abrazado la fe  querían que los que no eran judíos debían circuncidarse para poder obtener la salvación de Jesucristo. Se trata del miedo de relativizar las propias creencias para poder encontrarse con otros y estar a la par con ellos. La aclaración del Concilio de Jerusalén muestra que la salvación solo depende de la gracia de Jesucristo, único Salvador del mundo (Hch, 15, 11). Pues, la vocación misionera necesita salir de la comodidad y proteccion que nuestro entorno nos proporciona a fin de encontrarse gozosamente con aquellos a los cuales el Señor nos envía para su misión.

Todo eso muestra que la salida es una característica propia de la vocación misionera. Su esencia propia es el movimiento constante hacia afuera. Vale notar que la misión hacia afuera “significa movimiento de amor evangelizador más allá de lo que es familiar, conocido, hacia la diversidad; más allá de las fronteras…significa proseguir el camino centrifugo de Jesús, enviado del Padre con la fuerza del Espíritu”[3].

El dinamismo de salida en la Sagrada Escritura
El dinamismo de salida como característica propia de la misión de Dios está presente en la Sagrada Escritura. “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios provoca en los creyentes”[4]. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el dinamismo de salida es muy evidente. Se ve en Abrahán, patriarca de la fe. A él el Señor le dijo: “sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y vete al país que yo te indicaré (Gen 12, 1-2). Moisés es otra figura que recibió de Dios la vocación de salida. Dios le dijo: “Anda; yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas” (Ex 3,10). A través de este dinamismo de salida, Dios a través de Moisés hizo que el pueblo de Israel saliera de Egipto hacia la tierra prometida (Ex 3, 17). Los profetas tambien recibieron esta vocación en salida. Ellos se hicieron portavoces de Dios con un pueblo cuya situación sociopolítica, religiosa era de lo más deprimente. A Isaías le dijo Dios: “¿a quién enviaré” (Is 6:8), y él respondió: “aquí estoy yo, mándame a mí” (Is 6,9). Dios le dijo: Vete y dile a este pueblo” (6:9). La vocación del profeta Isaías tenía que ver con ponerse en movimiento hacia el pueblo de Israel para comunicar el mensaje de Dios que le invitaba a la conversión.

El dinamismo de salida esta evidente en la vocación del profeta Jeremías. A él le dijo el Señor: “no digas: ¡soy joven!, porque a donde yo te envíe, irás y todo lo que yo te ordene, dirás” (Jer 1,7). Asimismo, el Señor le dijo a Ezequiel: “Hijo del hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde (Eze 2, 3). En resumen, la misión en salida siempre caracterizó la labor de los profetas. Ellos actuaron como intermediarios entre Dios y el pueblo de Israel. Eran portavoces de Dios contra la desobediencia del pueblo escogido. Por eso, el dinamismo de salida era lo característico de su misión.

El dinamismo de salida que está en el Nuevo Testamento obedece el mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). En esta pericopa, el Resucitado antes de su ascensión, invitó a sus apóstoles y a todos sus discípulos a predicar el Evangelio por todas partes para que la fe en Él se difundiera en cada rincón de la tierra. Se trata de una invitación a abrazar el dinamismo de salida hacia cada rincón para dar a conocer a Jesús y su mensaje salvífico.

Jesucristo, es el prototipo por excelencia de la misión en salida. Cristo, “ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena”[5]. Su ministerio público está lleno del dinamismo de salida. Todo el tiempo se mantenía en movimiento constante hacia otros lugares predicando, curando a los enfermos y consolando a los afligidos. De igual manera, con constancia pasaba a la otra orilla para predicar la Buena Nueva: “Vayamos a otra parte, a predicar tambien en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”. (Mc 1, 38; Lc 4, 42). La otra orilla representa ese movimiento constante de un lugar al otro con una sola misión: la predicación del Evangelio, el anuncio del Reino de Dios que se sintetiza en la persona de Jesucristo. Por lo general, el ministerio público de Jesús se caracterizaba por la itinerancia.

El dinamismo de salida caracterizó tambien la misión de los apóstoles y los demás discípulos de Jesús. Apenas Jesús escogió a sus apóstoles, los envió inmediatamente a anunciar la llegada del Reino de Dios: “No vayan a los gentiles ni a los samaritanos, sino solo al pueblo de Israel, las ovejas perdidas de Dios. Vayan y anúncienles que el Reino del cielo está cerca”. (Mt 10,7). De igual forma, el Señor Jesús envió a los setenta y dos discípulos para predicar. Los envió de dos en dos a los lugares adonde el Señor pensaba ir (Lc 10,1). Los apóstoles después de la ascensión de Jesús siguieron el mandato de hacer que otros se hicieran discípulos del Maestro hasta los confines del mundo. Pedro y Pablo, y los demás apóstoles pusieron en práctica esta misión en salida, obedeciendo el mandato que habían recibido del Señor.


El dinamismo de salida en la Iglesia
Vale constatar que la misión en salida hacia otros pueblos y culturas es la vocación propia de la Iglesia. La Iglesia cuya cabeza es Cristo está consciente de las palabras de Él: “Es preciso que anuncie tambien el reino de Dios en otras ciudades” (Lc 4, 43). Sin duda alguna, esas palabras que certifican el constante movimiento hacia otros lugares “se aplican con toda verdad a ella misma”[6].  Es decir, el desplazamiento hacia otros lugares, otras personas y otras culturas es la vocación propia de la Iglesia y su propia identidad. La esencia de la Iglesia es evangelizar, “es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”[7]. Nos explica el beato Pablo VI que la evangelización se entiende “en términos de anuncio de Cristo a aquellos que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de administración de los otros sacramentos”[8]. Hay vínculos estrechos entre la Iglesia y la evangelización. La Iglesia en sí nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los doce apóstoles. Puesto que ella nació de la misión evangelizadora de Cristo, es tambien enviada por Él. Cristo siempre envía a la Iglesia para prolongar y continuar su misión salvífica en el mundo. Por ser enviada, ella tambien envía a los evangelizadores y evangelizadoras para predicar el mismo mensaje que ella recibió y transmitirlo con fidelidad a cada rincón del mundo.

De acuerdo al contexto actual, la evangelización que es la misión propia de la Iglesia puede entenderse y distinguirse en tres situaciones:

Misión adgentes: Se dirige a grupos humanos, contextos socio-culturales, países donde Cristo y su Evangelio no son conocidos. Se dirige tambien la misión adgentes “donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y poder anunciarla a otros grupos[9]. Se trata de una misión con el fin de dar a conocer a Cristo entre las personas que no tienen ninguna idea de quién es Él.

Acción pastoral: Es una actividad misionera para los fieles cristianos comprometidos con Cristo. Se dirige a comunidades cristianas con estructuras solidas, con fervor de fe y vida, con capacidad de dar testimonio en su propio ambiente y se comprometen con la misión universal. La acción pastoral ayuda a que ellos cada vez más crezcan en la fe, esperanza y caridad, alimentados por la Palabra de Dios y los sacramentos. La acción pastoral ayuda a que conozcan más a Jesucristo, se comprometan más con Él y lo incorporan en todas las dimensiones de su vida y así puedan dar testimonio de Él a los demás.

Nueva Evangelización: Se trata de una acción evangelizadora que se dirige a los “exfieles cristianos, es decir, las personas, o pueblos que dejaron de reconocerse como cristianos, le dieron espalda a la Iglesia, cayeron en una situación de indiferencia o pasaron a vivir otras experiencias religiosas no católicas”[10]. El fenómeno de la nueva evangelización se da “especialmente en los países de antigua cristiandad, pero a veces tambien en las iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio”[11]. Ella busca revisar métodos caducos de transmitir la fe, pretende encontrar nueva manera de expresión y obtener un nuevo espíritu para seducir y atraer de nuevo a los indiferentes y exfieles a la profesión de fe.

La misión evangelizadora de la Iglesia debe aplicarse a esos tres destinatarios. Lo cierto es que se ha dedicado con mucho esfuerzo a los fieles comprometidos, olvidándose de los otros, es decir, los exfieles y los que todavía no conocen a Cristo. La misión en salida no puede excluir a ninguno. Se dirige a los comprometidos en la fe para ayudarlos a crecer más en el amor y conocimiento de Cristo. El dinamismo en salida de la Iglesia se dirige  a los que cayeron en la indiferencia religiosa con el fin de entrar en dialogo cuya meta es atraerlos de nuevo a la profesión de fe. La salida para los que todavía no conocen y no han aceptado a Cristo debe tener la meta de hacer que Cristo y su mensaje sean conocidos entre ellos.

Para llevar a cabo la evangelización en esos tres contextos, es importante desarrollar una pastoral en salida. Se trata de un movimiento desde adentro hacia afuera. Ella permite la transición de una pastoral de conservación a una pastoral de difusión. Vale conservar lo que hay, pero tambien es importante ir al encuentro de aquellos que todavía no han conocido a Cristo, a los que se han dado la espalda a la Iglesia y a los que dudan la veracidad de ella. La pastoral en salida radica en la necesidad de que haya “un movimiento de una pastoral de la conservación de la fe de los cristianos a una pastoral evangelizadora y misionera que no se agota en los buenos cristianos sino que difunde la fe allí donde no hay”[12].

Hay que aceptar que no es nada fácil salir de una pastoral conservadora porque nos brinda seguridad. Donde es posible, la pastoral evangelizadora implica revisar con constancia los métodos caducos de la evangelización que se ha tenido. Implica va más allá de pensar que la única manera de hacer la pastoral es solo la sacramentalización. Implica un movimiento de acercamiento evangelizador hacia quienes no se consideren parte de la Iglesia que se encuentran en nuestras circunscripciones eclesiales. Implica tener la consciencia misionera de todos los componentes de la comunidad cristiana.

Todos los misioneros y consagrados son agentes de la misión en salida
Aunque todos los discípulos de Cristo en virtud del bautismo les incumba la tarea de propagar la fe según su condición, Cristo, Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere, para que los acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes[13]. Esta vocación especifica y especial de salida pertenece a todos los consagrados y misioneros. Los misioneros y misioneras dotados de esta vocación son “enviados por la autoridad legítima, se dirigen por la fe y obediencia a los que están alejados de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados, como ministros del Evangelio”[14]. Asi pues, el movimiento constante hacia las gentes hace parte del ser y quehacer de todos los consagrados y misioneros. Para ello, la vocación religioso-misionera “siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes[15].

El éxito y la eficacia de la misión en salida de los misioneros se dan a través del testimonio. Los misioneros predican más con el testimonio, pues es un elemento primordial para llevar a cabo la evangelización. El testimonio de los consagrados que se da a través de la vivencia de los votos de obediencia, pobreza y castidad es “una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores”[16]. El testimonio es un arma poderosa que siempre confirma la autenticidad del mensaje predicado a través de la vivencia de quien lo predica.

Conclusión
Los discípulos misioneros de Jesucristo saben que Él camina con ellos y trabaja con ellos. Saben que les habla constantemente sobre la necesidad de prolongar su misión en el mundo. Las palabras de Jesús de “id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos” constantemente resuenan en los corazones de los discípulos para renovar su compromiso y su ardor evangelizador. Por eso, la misión en salida es vocación de todos los bautizados, pero exclusivamente es identidad de quienes han consagrado y donado su vida a Dios a través de la vida consagrada.







[1] Cfr. Castro, Luis Augusto, La misión en salida y sus rostros maravillosos, La visión misionera integral del papa Francisco, pg. 7.
[2] Ibid,. pg. 21.
[3] Ibid,. pg. 28.
[4] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio, no. 20
[5] Pablo VI, Anuncio del Evangelio hoy, no. 7.
[6] Ibid., no. 14.
[7] Ibid., no.  14.
[8] Ibid., No. 17.
[9] Juan Pablo II, Redemptoris Missio, Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero, no. 33.
[10] Castro, Luis Augusto, La misión en y desde el continente, pg. 28.
[11] Juan Pablo II, Redemptoris Missio, no. 33.
[12] Castro, La misión en salida y sus rostros maravillosos, La visión misionera integral del papa Francisco, pg. 149.
[13] Cfr. Decr. Adgentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, no. 23.
[14] Ibid., no. 23.
[15] Juan Pablo II, Redemptoris Missio, no. 66.
[16] Pablo VI, Anuncio del Evangelio hoy, no. 69.