Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


jueves, 19 de mayo de 2016

LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LA AFROCOLOMBIANIDAD EN CALI

Cada 21 de mayo, se evoca la conmemoración de la abolición de la esclavitud en Colombia que se dio por la primera vez el 21 de mayo de 1851 bajo la presidencia de José Hilario López. Para el pueblo afrocolombiano, la mencionada fecha es imprescindible porque marca la primacía de la justicia sobre la injusticia, la libertad sobre la opresión, el derecho sobre la ilegalidad, la vida sobre la muerte, y sobre todo, marca la construcción permanente de la afrocolombianidad o la identidad étnica afrocolombiana.  

Es importante notar que, la afrocolombianidad tiene que ver con el conjunto de aportes y contribuciones tanto materiales como espirituales desarrollados por las comunidades afrocolombianas en el proceso de construcción y desarrollo  de la sociedad colombiana. Vale recordar que, el día de la afrocolombianidad tal como se celebra hoy, fue instituido en 2001 por el Congreso de la Republica de Colombia bajo la presidencia de Andrés Pastrana Arango. A través de la ley 725 del año 2001, el Congreso de Colombia estableció el 21 de mayo como el día de la Afrocolombianidad. Desde entonces diversas instituciones reúnen esfuerzos para hacer de esta fecha una oportunidad de sensibilizar el sentido de igualdad y reconocimiento cultural en el país.

Teniendo en cuenta la trascendentalidad de la afrocolombianidad, cada año la pastoral afro de la arquidiócesis de Cali liderada por los misioneros de la Consolata, conmemora y celebra el 21 de mayo con la Eucaristía afro. Es un acontecimiento que hace recordar las luchas de muchos hombres y muchas mujeres que dieron su vida para la libertad de este pueblo. De igual manera, es una ocasión que llama a todo el pueblo colombiano a comprometerse para construir un mundo mejor donde reine el reconocimiento de la diversidad cultural. La celebración del día de la afrocolombiana engendra esperanza en las comunidades afrocolombianas de seguir luchando sin desfallecer por una sociedad de igualdad, justicia, derecho y paz.

La celebración eucarística de la conmemoración de los 165 de la abolición de la esclavitud se dio el 18 de mayo de 2016, y fue presidida por el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía en la parroquia santa Marta de Betania, en el corregimiento  de Quinamayo, Jamundí. Dicha parroquia es netamente afro en términos de la cosmovisión e idiosincrasia de sus habitantes.

 En su homilía, el arzobispo enfatizó en el tema de la justicia, igualdad, y paz entre las comunidades afrocolombianas. Puso de manifiesto que el día de la afrocolombianidad debería recordar a todo el pueblo colombiano a luchar contra la discriminación racial de la cual el pueblo afro ha sido víctima, y otras esclavitudes modernas que siguen encadenando a muchos pueblos. Monseñor Darío utilizó la ocasión de la celebración del día de la Afrocolombianidad para llamar al pueblo afrocolombiano a la unidad: “la unidad es importante para que el pueblo afrocolombiano pueda confrontar los desafíos causados por las estructuras injustas de la sociedad. Hay que superarlos con unidad interna del pueblo.”

Esta celebración vio la presencia de varias comunidades afrocolombianas tanto las de la arquidiócesis de Cali como las de la arquidiócesis de Popayán. Hubo también la presencia de misioneros franciscanos, los de la Consolata, las del Divino Espíritu que trabajan en esa comunidad, y varios sacerdotes diocesanos. Todos con un solo motivo: agradecer a Dios por los 165 años de la abolición de la esclavitud en Colombia, acontecimiento que marcó y sigue marcando la construcción permanente de la afrocolombianidad.


sábado, 7 de mayo de 2016

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Y LA VIDA CONSAGRADA

La vida consagrada siempre se caracteriza por el amor a Dios en forma radical. Es un apasionamiento por Dios quien nos amó primero (1Jn 4:19). Es una manera de amar y seguirle a Cristo con pasión a través de la consagración mediante los votos de obediencia, pobreza y castidad. La virgen María es modelo de amor  y pasión inquebrantable por Dios. Ella amó a Dios hasta considerarse su esclava (Lc 1,38). Ella se consagró totalmente a Él cuando aceptó que el Salvador del mundo se encarnara en Ella para realizar el proyecto salvífico de la humanidad. Para comprender la concomitancia de la virgen María con la vida consagrada, es preciso aclarar lo siguiente: la historia de la salvación y la vida consagrada.

Historia de salvación
Para entender la conexión de la santísima virgen María con la vida consagrada, hay que situarla en el marco de la historia de los acontecimientos salvíficos de Dios. Ella es absolutamente relativa a su Hijo Jesucristo. De esta manera, forma parte esencial de la historia de la salvación. Es importante notar que la salvación humana no es una hipótesis, sino que es un hecho. No hay duda alguna que es un hecho histórico de que Cristo se encarnó y se hizo hombre como cualquier de nosotros. En este hecho histórico de Cristo, precisamente nos encontramos con María. Su presencia es un dato real, no una suposición.

Jesucristo es la salvación hecha carne, hecha visible. Es la salvación total del hombre. Solo en Él Dios Padre se nos revela y se nos da. En Él y solo en Él nos salva revelándose y dándose a nosotros, se pone en contacto con nosotros y nos transmite su misma vida. Esto explica el sentido de la venida de Jesucristo al mundo. Para realizar su venida y convertirse en el Salvador de los hombres  quiso servirse de María.[1] En ella asumió la humanidad en la que salvó al género humano. María cooperó activa y responsablemente en el plan de salvación (LG 56). En ella Cristo fue concebido, engendrado, alimentado para la salvación de la humanidad.

Es importante notar que, “desde la eternidad, María había sido predestinada para esta singular misión” (LG 61). Cuando llegó la plenitud de los tiempos, es decir, cuando se cumplió el plazo prefijado por el Padre para la realización de la salvación del mundo, “en ese momento histórico y decisivo nos encontramos con María.”[2] Así san Pablo atestigua esta realización histórica pensada por el Padre: “cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que redimiera a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la condición de hijos adoptivos.” (Gal 4, 4-5). Jesucristo se encarnó y nació de la santísima virgen María para que nos hiciéramos hijos de Dios, y quedáramos libres del yugo de la ley y de sus consecuencias.

Así que, no hay duda alguna que María fue pensada y querida por Dios para la tarea de la maternidad divina. Su misión en la historia de salvación no fue una circunstancia provisional en los planes de Dios. Eso significa que en la historia de nuestra salvación la virgen María no es secundaria e insignificante, sino que forma parte esencial del misterio de la salvación del mundo. La humanidad entera recibió a Jesucristo, único Salvador, a través de ella. Es a través de María que el Salvador del mundo tuvo su primer contacto con nosotros. Es María quien le dio la naturaleza humana en la que Cristo nos salvó y nos hizo hijos adoptivos y predilectos de Dios Padre.

Vida Consagrada
La vida consagrada es la representación de Cristo en el mundo. Es la representación del único Salvador del mundo porque perpetúa el género de vida que Él vivió aquí en la tierra. Los consejos evangélicos son las tres dimensiones que construyen el estilo de vida de Cristo. De igual manera, son las tres dimensiones que construyen el estilo de vida de María. Acerca de esto, el Concilio Vaticano II afirma que “los consejos evangélicos…tienen el poder de conformar más plenamente al cristiano con el género de vida virginal y pobre que Cristo Señor escogió para sí y que abrazó su madre, la Virgen” (LG 46).

Vale notar que, la norma ultima de la vida consagrada es el seguimiento y la imitación de Cristo (PC 2, a). Podemos afirmar que la vida consagrada es también la imitación de María. No se puede dejar de imitar a María por su total consagración a la persona y a la obra de su Hijo y de su especial servicio al misterio de la redención (LG 56). En este sentido, la vida cristiana que es fruto del seguimiento de Cristo, es una vocación. Es una llamada personal a compartir la vida de Cristo, a convivir con Él y a compartir su misión apostólica (Mc 3, 13-14). No cabe duda de que la vida de la santísima virgen María sea una vocación. La vida de María es una “llamada a la maternidad divina y espiritual, a la máxima intimidad y unión con Cristo y cooperación de forma singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas” (LG 61). Ella desde la eternidad fue elegida para ser Madre de Dios y Madre de los hombres (LG 61). Esta es la vocación personal de María. En su elección y vocación todos fuimos elegidos y llamados a la vida sobrenatural.

La vida consagrada cobra sentido por la consagración total y exclusiva a Dios. Es una consagración total de amor a Dios en la Iglesia y para la Iglesia. María es la primera persona que dio la respuesta perfecta a la llamada de Dios. Se puede decir que, es la primera persona que se consagró totalmente a Dios. Es una consagración que perfecciona y completa la consagración inicial del bautismo haciéndole al cristiano morir al pecado, a lo pecaminoso, a lo profano incluso a valores mundanos para poder vivir únicamente para Dios (LG 44, PC 5).

La consagración religiosa por su totalidad encuentra su máxima realización en María. La pobreza, la obediencia y la virginidad son expresiones de su total entrega a Dios y de su entera consagración a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo Él y con Él por la gracia de Dios omnipotente al misterio de redención (LG 56). La madre de Dios vivió esta consagración total de sí misma a Dios. Ella reprodujo en sí misma el kénosis de su Hijo. Ella se despojó de su estatus, se vació así misma y se presentó sin las prerrogativas que le correspondían como madre de Dios, presentándose como la esclava (LC 1, 38).

La maternidad divina es una consagración más profunda de María. María es ungida por el don de las tres personas divinas. Así pertenece de manera singular a la esfera de lo sagrado y de lo divino. Dios la consagró por una donación de sí mismo hasta en la realidad de su carne. Ella se consagró a sí misma, entregándose totalmente a Dios, sobre todo por su virginidad. Así que, María es modelo perfecta y madre de los consagrados. En ella se encuentra un ejemplo a seguir en la consagración total a la persona y a la obra de Jesucristo para servir al misterio de la redención (LG 56). El deseo de imitarla motiva la vocación a la vida consagrada.

Por lo tanto, María seguirá siendo el modelo por excelencia de todos los consagrados. De ella se imita la obediencia, la pobreza y la virginidad que los consagrados libremente abrazan. De ella se entiende lo que significa consagrarse totalmente a Dios porque completamente se preservó para Él y para su proyecto de salvación. De ella se aprende a ser misioneros porque lo hizo llevando el mensaje de Consolación al mundo,  a su prima Isabel (Lc 1: 39-56), y a los invitados en las bodas de Caná (Jn 2:1-11), entre otros.  De ella se entiende la importancia de oración en comunidad porque lo vivió con los apóstoles (Hch, 1:14). De María se aprende a ser consagrados de fe porque ninguno en la tierra ha creído como Ella y más que Ella. Se ubica la fe de María en el marco de la escucha de la Palabra de Dios. Ella puso su confianza en Dios y colocó su porvenir en las manos del Todopoderoso para que en Ella se cumpliera su voluntad. Podemos decir que la fe impulsó a María a vivir la Palabra de Dios al pie de la letra. Todas esas virtudes de María no pueden pasar desapercibido en la vida de los consagrados, las deben imitar e hacerlas suyas en el camino de su entrega y consagración a Dios en la Iglesia.



[1] Cfr. Severino Alonso, La Vida Consagrada, p. 446.
[2] Ibid., p. 447.

viernes, 6 de mayo de 2016

MAYO, MES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARIA


Cuando se aproxima el mes de mayo, muchas propagandas empiezan a circularse en muchos canales de televisiones para recordarle a la gente la importancia de dicho mes. En numerosos países, mayo es tradicionalmente conocido como el mes dentro del cual se celebra el día de la madre.  Por tal razón, es considerado como el mes más bello y más esperanzador. Para los cristianos católicos, es el mes más bello como María es la mujer más bella que ha existido en el planeta.

 El beato Pablo VI en la carta Encíclica “Mense Maio”, atribuye de manera impresionante lo bello de este mes a la virgen María. Según él, “el mes de mayo es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazon de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia.”[1] No se puede afirmar que los cristianos católicos muestran su sentido de veneración a la Virgen María únicamente en el mes de mayo, sino que lo especial de este mes es que, toda la Iglesia pone su atención a la contemplación del papel de la madre de Dios en la historia de nuestra salvación. Para ello, el mes de mayo es tiempo de intensificar nuestras oraciones a Dios a través de María por las necesidades propias y las del mundo entero. Es tiempo en el que la Iglesia invita a todos los fieles a interiorizar e imitar las virtudes de María  tanto a nivel personal como comunitario. Así que, el rezo del rosario se vuelve muy importante durante este mes. A través de la contemplación de diferentes misterios del rosario, María nos trae a Jesús a nuestras vidas como lo trajo al mundo durante la Encarnación.

Es importante tener en cuenta que, desde la edad media se consagró el mes de las flores a la madre de Dios con el fin de rendirle culto a las virtudes y belleza de la santísima virgen María. Sin embargo, vale precisar que el mes de mayo es también una sustitución cristiana de las solemnidades paganas del mes en honor de la flora. De hecho, todo el mes de mayo estaba consagrado a la diosa romana de las flores llamada “maia”, madre de vegetación y florecimiento, de cuyo nombre deriva el mes que universalmente llamamos mayo.

Ahora bien, ¿por qué María es tan especial para los cristianos católicos en el mes de mayo? Lo especial de Ella se halla en su trascendentalidad en la Iglesia y en la historia de nuestra salvación tal como se muestra a continuación:

María es camino seguro que conduce a Cristo.
Fuera del amor que los cristianos católicos le tienen a la madre de Dios, ella es considerada siempre como camino seguro y corto que nos lleva a Jesús. De hecho, muchos cristianos católicos popularmente certifican esta certeza con este refrán: “A Jesús por María.” Quiere decir, para llegar a Jesús de manera segura, es importante pasar por su Madre. El papa Pablo VI en su carta Encíclica Mense Maio claramente atestigua esta realidad al afirmar que “todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María si no un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí abajo tienen el deber y experimentar sin cesar la necesidad de dirigirse como a puerto de salvación y fuente trascendente de vida?”[2]

María es un camino intermediario a través del cual el Salvador del mundo nos llega y nos concede favores todos los que acudamos a Él por medio de su Madre. Es preciso recordar la intervención de María durante las bodas de Caná con sus palabras intercesoras: “Hagan lo que Él les diga.” (Jn 2:5). Ella dirigió esas palabras consoladoras y esperanzadoras a los sirvientes de la boda en el momento tan difícil, tan estresante, y tan dilemático por la carencia del vino, bebida que alegraba la vida en cualquier boda judía. Esas palabras de contienen todo el anhelo, la vivencia y la misión de María, es decir, conducirnos a la identificación con Jesucristo.

María es el camino por excelencia hacia Jesucristo. El camino por el que Cristo llegó al hombre debe tambien ser el camino por el que nosotros llegamos a Cristo. Cristo vino a nosotros a través de la virgen María. Por eso, le damos a María un lugar privilegiado en nuestra vida y confiamos a Ella nuestra entrega y donación en el seguimiento de Jesucristo. Si la amamos, tambien amamos al Salvador del mundo porque Jesús y María son inseparables. Los santos aprueban con su vida la importancia de pasar por María para llegar a Jesús. Pues han sido hombres y mujeres con gran devoción a Ella y muchos se han consagrado a Ella para que su Hijo les condujera a la santidad.

María, modelo de oración
La santísima virgen María es educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios. Ella oraba sin desfallecer y la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración (Lc 2, 19-51). En el cenáculo ejerciendo su función maternal, se reunía con los apóstoles y discípulos de su Hijo, perseverando con ellos en la oración ensenándoles a disponer sus corazones para acoger el Espíritu Santo, Don prometido de Jesucristo (Hech 1, 14). En este sentido, María es Maestra de oración y ejemplo de cercanía a Dios.

Así que, no hay lugar a dudas que el mes de mayo es tiempo de intensa y confiada oración a Dios de parte de nosotros por medio de María. La oración no es otra cosa que la relación personal de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones[3]. Normalmente es el dialogo entre Dios misericordioso y el ser humano que reconoce a Él como su creador. En resumen, la oración tiene que ver con caminar en la presencia de Dios,  escuchar y obedecer  su voz que suena en la consciencia del ser humano.

 En este mes, los cristianos católicos acuden frecuentemente a Dios a través de María por medio del Rosario. La virgen María siempre juega el papel de mediadora, aunque este rol no quita nada ni agrega algo  a la eficacia de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres (LG 62; 1Tm 2:5). Acerca de esto, el Concilio Vaticano II precisa que, la santísima virgen María “(…) continua alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrina, se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Eso explica el por qué la Bienaventurada virgen María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (LG 62).

Al tener en cuenta que la santísima virgen María es camino corto y seguro hacia Jesús, los fieles católicos acuden a Ella con frecuencia con el motivo de conseguir favores del Salvador del mundo. Ella es intercesora por antonomasia por la Iglesia y por todo el pueblo de Dios salvado por su Hijo. Se acude a Ella, entre otras cosas, para poder combatir el pecado, superar los dilemas que se presentan en el diario vivir de la existencia humana, mantener la fidelidad a su Hijo y obtener la conversión. Todo ello, hace que el mes de mayo sea especial para la Iglesia que peregrina aquí en la tierra.

María, paradigma de fe
María es ejemplo de los que escuchan la Palabra de Dios  con un  corazon generoso y dan fruto con perseverancia (Lc 8, 15). Se ubica la fe de María en el marco de la escucha de la Palabra de Dios. Ella puso su confianza en Dios y colocó su porvenir en las manos del Todopoderoso para que en Ella se cumpliera su voluntad. Podemos decir que la fe impulsó a María a vivir la Palabra de Dios al pie de la letra. En la Encíclica Lumen Fidei, el papa Francisco hace hincapié en la fe inquebrantable de la madre de Dios al explicar que “en la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María y ella la acogió con todo su ser, en su corazon, para que tomase carne en Ella y naciese como luz para los hombres.[4]

En la actitud de fe de la Santísima Virgen, se ha concentrado toda la esperanza del Antiguo Testamento en la llegada del Salvador. Vale decir que “en María (…) se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva.[5]” Al igual que Abraham que dejó su tierra confiado en la promesa de Dios, María se abandona con total confianza en la palabra que le anuncia el Ángel, convirtiéndose así en modelo de todos los creyentes y salvados por su Hijo.
No hay duda de que, por la fe la santísima virgen María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios (cfr. Lc 1, 38). En la visita a santa Isabel entonó el canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Junto con san José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Esos episodios muestran que la Virgen es la mejor maestra de la fe, pues siempre se mantuvo en una actitud de confianza y de visión sobrenatural. Ella guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón (Lc 2, 19). Su camino de fe, aunque en modo diverso, es parecido al de cada uno de nosotros: hay momentos de luz, pero también momentos de cierta incertidumbre respecto a la Voluntad divina: cuando encontraron a Jesús en el Templo, María y José no comprendieron lo que les dijo (Lc 2, 50).
 Ahora bien, ¿Cómo responder siempre con una fe tan firme como María, sin perder la confianza en Dios? La respuesta es sencilla: imitar sus virtudes. La imitación de las virtudes de María es tratar de que, en la vida de cada creyente esté presente esa actitud suya de fondo ante la cercanía de Dios. Al igual que Ella, procuremos reunir en nuestro corazón todos los acontecimientos que nos suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad de Dios. María mira en profundidad y así entiende los diferentes acontecimientos desde la comprensión que solo la fe puede dar y solucionar los dilemas de nuestra vida. Imitar a María implica contemplar su vida con el ejemplo de una vida coherente que muestra la autenticidad y veracidad de nuestra vocación de seguidores de Jesucristo y de hijos de Dios.


[1] Pablo VI, Carta enc. Mense Maio, Librería Editrice Vaticana, 1965.
[2] Ibid., párrafo 2.
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, no. 534
[4] Francisco, Carta enc. Lumen Fidei, no. 58
[5] Ibid,.no.58