Ssimbwa Lawrence es presbítero misionero de la Consolata; actualmente trabaja en Colombia.  


viernes, 11 de diciembre de 2015

AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA Y VIDA CONSAGRADA

Ante la realidad de terremotos, guerras, hambre, terrorismo, desplazamientos, matanzas, venganza, violencia en el mundo, muchos no dejan de dudar la presencia de Dios cuando acontece toda esa crueldad. Se nota con constancia el aumento de las personas que perpetúan el mal, en algunos casos, utilizando y sacando provecho del nombre de Dios. Se nota, casi en todos los rincones del mundo, la indiferencia con los más vulnerables de la sociedad: pobres, inmigrantes, habitantes de la calle, entre otros. Se percibe, a raíz de eso, un sinnúmero de personas que han dejado de creer en que, realmente Dios puede seguir siendo misericordioso con aquellos que protagonizan lo maléfico. En situaciones de esa índole, lo más inmediato que se esperaría es llevar a cabo la perspectiva legalista y vengativa sobre aquellas personas catalogadas de “perniciosas”. Se piensa siempre en la aplicación de la justicia retributiva sobre los considerados transgresores de lo acostumbrado. Rara vez, se piensa e imagina en mirar al otro con ojos de misericordia. Esa realidad que caracteriza la mayoría de las personas, muestra que el término “misericordia” casi está ausente entre las palabras que utilizamos en el diario vivir de nuestra existencia.

A pesar de las debilidades del ser humano, Dios nunca ha cesado de ser misericordioso. A lo largo de la historia, Él ha mostrado su misericordia sobre el hombre y la mujer de cada época. Desde Adán hasta el recién nacido, Dios es el mismo misericordioso. Del norte al sur, del oeste al este, su identidad nunca cambia. Su ser es misericordia y ésta es su atributo divina. Él siempre es rico en misericordia (Sal, 136). Jesucristo, único Salvador del mundo, es el rostro misericordioso de Dios (Efes 2, 4): “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Aquí vemos que la misericordia siempre “expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer”[1].

Para ello, el 8 de diciembre de 2015, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el papa Francisco oficialmente inauguró el Jubileo Extraordinario de la misericordia. Este año santo es un “tiempo propicio por la iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes”[2]. La vivencia del Jubileo de la misericordia es para recordar a los cristianos su participación en el ser misericordioso de Dios. Así que, todo está dirigido para que los seguidores de Cristo puedan experimentar este año santo “como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual”[3].

Este Jubileo de la misericordia nos ofrece un momento dorado para hacer un giro gigantesco en nuestra forma de pensar, actuar y relacionarnos con los demás. Pues, “¡este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón”[4]. El santo padre exhorta a todos a que, experimenten un cambio de mentalidad respecto a la misericordia, pues “seguir como estáis es solo fuente de arrogancia, de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora pensáis”[5].  Es claro que este año santo de misericordia será de gran importancia en la medida en que acontezca un cambio en todas las dimensiones de nuestra vida.

Misericordia, vocación de los consagrados y consagradas

La vida consagrada siempre se coloca al servicio del Reino de Dios. La importancia de ella se radica en la “sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero”[6]. La vida religiosa como condición de vida, no es otra cosa que la re-presentación del modo de vivir de Cristo. Es una re-presentación porque presenta de nuevo, perpetua, y prolonga a Cristo virgen, pobre y obediente aquí en el mundo. Lo que Cristo vivió se representa en el mundo a través de la vida consagrada. La consagración religiosa hace que los consagrados y consagradas se vuelvan personas más cercanas a Jesucristo. Con el testimonio de su vida resumido en la vivencia de los consejos evangélicos, perpetúan y presentan de nuevo las virtudes, la actuación y el pensamiento de Cristo ante los hombres y mujeres de cada época. Cristo se perpetúa a través de ellos y éstos tienen el cometido de presentarlo ante el mundo a través de su consagración.

La misión que Jesús recibió del Padre ha sido de revelar el misterio del amor divino en plenitud. De hecho, “en Él todo habla de misericordia”[7]. La misericordia de Jesucristo es evidente desde la encarnación hasta su entrega salvífica en la cruz. De igual manera, la compasión del Salvador del mundo está muy explícita en su ministerio público. Jesucristo muestra su misericordia a los cansados y extenuados (Mt 9, 36), a los enfermos (Mt 14, 14), a los hambrientos (Mt 15, 37). Nadie puede descartar el hecho de que, por la misericordia pasaba a la otra orilla para anunciar a los de allá el Evangelio de salvación. En fin, lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era otra cosa, sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales[8]. Así que, la misericordia es la dimensión fundamental de la misión de Jesucristo.

La vida consagrada como estilo de vida que representa el ministerio misericordioso de Jesús en el mundo, tiene un papel enorme para jugar en este Jubileo de la misericordia. Los consagrados y consagradas estamos llamados en este año santo, a vivir y mostrar la misericordia sobre los demás “porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado la misericordia”[9]. Así como Jesucristo, el que nos eligió es misericordioso, “así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros”[10].

La vocación a la vida consagrada es de pura misericordia. Somos consagrados y consagradas, no porque lo merecemos, sino, porque Jesucristo nos llamó y nos escogió por iniciativa suya y, por su mirada misericordiosa se fijó en nosotros. El ejemplo patente de esta realidad es la vocación de Mateo. Jesús cuando pasaba delante de la meza de  los impuestos, sus ojos se fijaron sobre Mateo (Mt 9, 9). No hay lugar a dudas que, “era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano para que sea uno de los doce”[11]. Por misericordia, Jesús eligió a Mateo para que hiciera parte de su discipulado. Por su misericordia escogió a los consagrados para que fueran sus instrumentos de misericordia y consolación ante muchos hombres y mujeres agobiados de varias circunstancias de la vida. Los consagrados y consagradas, por su vocación, son misioneros de la misericordia de Dios al mundo que parece que haya perdido la importancia y el sentido de este aspecto. Es una vocación que se recibe gratuitamente, así que gratis lo deben dar (Mt 10, 8) para que todo en Cristo tengan vida (Juan 3, 15).

En este año santo de la misericordia, los consagrados y las consagradas están invitados a “alcanzar la mente y el corazón de toda persona”[12]. Deberían ser los primeros en tener la convicción de que la misericordia es “la viga maestra que sostiene la vida de la iglesia”[13], y la de todos los cristianos. Actualmente, el mundo está lleno de casos de inclemencia y para ello, se anhela el testimonio de la misericordia de Dios. Son muchas las personas que han perdido la esperanza por pensar que Dios ha sido cómplice en su sufrimiento. Es la vocación de los consagrados y consagradas mostrar ese rostro misericordioso de Dios que nunca deja de irradiarse sobre el ser humano, incluso  en momentos más dramáticos de su existencia.

En la historia del cristianismo, ha habido un sinnúmero de santos y beatos que  Dios ha utilizado como instrumentos para mostrar su misericordia infinita al mundo. El listado de ellos es infinito, pero no se puede dejar de destacar el ejemplo de la beata madre Teresa de Calcuta, santa Faustina Kowalska, san Pedro Claver, el beato José Allamano, entre otros. Se trata de hombres y mujeres de la época moderna, que han dado el testimonio de la misericordia de Dios a sus semejantes. Los santos y beatos entendieron que no se podía separar la consagración de la misericordia. La consagración religiosa hace que los religiosos y religiosas sean instrumentos de la misericordia de Dios ante muchas personas que se encuentran en desilusión. Dios utiliza a ellos como su lápiz para sellar la misericordia y compasión en el corazón de muchos hombres y mujeres.

Como misioneros de la misericordia de Dios, es cometido de los consagrados concientizar a otros a descubrir la verdad de misericordia inscrita en sus corazones,  para que “la iglesia de nuestro tiempo adquiera conciencia más honda y concreta de la necesidad de dar testimonio de la misericordia de Dios en toda su misión”[14]. Es tarea de los consagrados  y consagradas hacer que el mundo vuelva a creer en la misericordia de Dios. Nuestra consagración nos hace “dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías profesándola principalmente como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y encarnarla en la vida bien sea de sus fieles, bien sea-en cuanto posible-en la de todos los hombres de buena voluntad”[15].




[1] Francisco, Misericordiae Vultus, Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 21.
[2] Ibid., 3.
[3] Ibid., 3.
[4] Ibid., 19.
[5] Ibid., 19
[6] Juan Pablo II, La Vida Consagrada, 105.
[7] Francisco, Misericordiae Vultus, 8.
[8] Cfr. Ibid., 8.
[9] Ibid., 9.
[10] Ibid., 9.
[11] Ibid., 8.
[12] Ibid., 12.
[13] Ibid., 10.
[14] Juan Pablo II, Carta Encíclica, Dives in Misericordia, 12.

[15] Ibid., 12.

martes, 1 de diciembre de 2015

EL SANTO PADRE PIDE EN LA MEZQUITA DE BANGUI LA PAZ ENTRE CRISTIANOS Y MUSLUMANES


“Mi visita pastoral a la República Centroafricana no estaría completa sin este encuentro con la comunidad musulmana.” Estas palabras del papa Francisco en la mezquita de Bangui sintetiza su compromiso con el dialogo interreligioso entre cristianos y musulmanes. El lunes, 30 de noviembre de 2015, el santo padre visitó la mezquita central de la ciudad de Bangui con el fin de recordarles a los cristianos y musulmanes que “son hermanos y que detengan la violencia en la República Centroafricana.”

Es importante notar que, actualmente este país está inmerso en un conflicto de índole étnico-religioso que ha costado la vida de miles de personas en los últimos dos años. La presencia del sumo pontífice en la mezquita de Bangui fue muy significativa, porque desde ella pidió que cada quien trabajara por la paz y la reconciliación de toda la nación. “Juntos digamos no al odio, a la venganza, a la violencia, en particular a la que se comete en nombre de una religión o de Dios. Dios es paz, salam.”

Es preciso notar que, la República Centroafricana se encuentra inmersa en una espiral de violencia desde 2013, cuando los exrebeldes Séléka -de mayoría musulmana- derrocaron el gobierno de François Bozizé y provocaran una reacción de las milicias antibalaka -cristianos y animistas. En contra de esta violencia en esta nación, el santo padre dijo: "sabemos bien que los últimos sucesos y la violencia que ha golpeado su país no tenía un fundamento precisamente religioso. Quien dice que cree en Dios ha de ser también un hombre o una mujer de paz".


Desde la mezquita, el sumo pontífice animó a los líderes a que trabajen para que la República Centroafricana "sea una casa acogedora para todos sus hijos, sin distinción de etnia, adscripción política o confesión religiosa". De esta forma, la nación podría "influir positivamente y ayudar a apagar los focos de tensión todavía activos y que impiden a los africanos beneficiarse de ese desarrollo que merecen y al que tienen derecho".